KOIDU, Sierra Leone (AP) — El hombre vio por primera vez a Marie Kamara cuando ella pasó corriendo con algunas amigas frente a su casa, cerca de la escuela primaria del pueblo. Poco después, le propuso matrimonio a la niña, quien cursaba el quinto grado.
“Estoy yendo a la escuela. No quiero casarme y quedarme en casa”, le respondió ella.
Pero los apremios causados por la pandemia del coronavirus en este remoto rincón de Sierra Leone fueron más grandes que los deseos de la muchacha. Había poco trabajo en las minas de la zona como consecuencia de la desaceleración económica y en la sastrería de su padre. La familia necesitaba dinero.
El “novio” era un joven veinteañero pobre, que trabajaba en las minas, pero sus padres podían suministrar arroz para las cuatro hermanas de Marie y acceso a un pozo de agua. Podían pagar en efectivo.
Al poco tiempo Marie se sentó en una alfombra en el piso con un nuevo vestido para participar en una ceremonia en la que la familia del joven le entregó a la suya 500.000 leones (equivalentes a unos 50 dólares) adentro de una calabaza, junto con la tradicional nuez de kola.
“Pagaron por mí un viernes y de allí me fui a su casa, para quedarme”, relató la niña. Al menos, ahora podría comer dos veces al día, agregó.
La pandemia anuló muchos de los progresos de las últimas décadas en relación con los matrimonios arreglados. Las Naciones Unidas calcula que unos 13 millones de niñas se casarán antes de cumplir los 18 años como consecuencia del COVID-19.
Si bien la mayoría de estos casamientos se hacen en secreto, la organización Save the Children estima que tan solo este año están casando a casi medio millón de menores, mayormente en África y Asia. Un empleado de la agrupación dijo que personal de Sierra Leona escuchó que un pariente ofrecía a una niña de ocho años hace algunos meses. Al surgir críticas, la abuela negó que pensasen casar a la pequeña.
En la mayoría de los casos, los parientes necesitados reciben una dote por sus hijas, como una parcela de tierra o ganado, cosas que pueden generar ingresos, o efectivo y la promesa de cubrir todos los gastos de la joven novia. La niña, por su parte, se hace cargo de las tareas del hogar en la casa del novio y a menudo ayuda con las cosechas.
El coronavirus se propagó rápidamente por el mundo, lo mismo que las penurias financieras. El estricto confinamiento dispuesto en la India a fines de marzo hizo que millones de migrantes pobres se quedasen sin trabajo. Con las escuelas cerradas y problemas económicos, casar a las hijas, por jóvenes que sean, resulta una opción atractiva para muchas familias.
La organización ChildLine India contabilizó 5.124 casamientos de menores en los cuatro meses de confinamiento entre marzo y junio del 2020 en la India. Esta cuenta se queda corta por mucho, ya que la mayoría de los casos no son reportados.
Es difícil frenar estas prácticas, incluso donde son ilegales.
Las autoridades de Bangladesh dijeron que recibieron una llamada a las ocho y media de la noche en la que se les alertó que una niña iba a ser casada en una hora. Cuando llegaron al lugar, el novio y su familia se escaparon. La familia de la niña dijo que estaba desesperada porque el padre se había quedado sin trabajo debido al COVID-19, pero prometió no casar a la muchacha.
Cuando se fueron los funcionarios, sin embargo, siguieron adelante con la ceremonia a las dos de la mañana.
En Sierra Leone, la tasa de matrimonios de menores de 18 años había bajado del 56% en el 2006 al 39% en el 2017, lo que fue considerado un gran éxito por las agrupaciones de protección del menor.
Desde que comenzó la pandemia, no obstante, la mayoría de los matrimonios no incluyen ceremonias en iglesias o mezquitas. Los padres sencillamente aceptan la propuesta de la familia del novio y llevan a sus hijas a sus nuevas casas.
La disposición de las familias a sacrificar una hija refleja las penurias que enfrentan muchas niñas en esta parte de África. Son consideradas mayormente como empleadas domésticas en sus propias casas, que deben ir a buscar leña o agua al amanecer y son las últimas en comer. Cuando las casan, cumplen las mismas funciones en sus nuevos hogares.
Kadiatu Mansaray, quien hoy tiene 15 años, no está segura de cuánto dinero recibió su madre viuda por entregarla a ella. Durante la ceremonia lloró tanto que ni se dio cuenta.
“No estaba lista para casarme. Quería aprender algo primero”, relató.
Se separó al poco tiempo. Un mes después de dejar a su marido todavía tenía moretones en su ojo izquierdo, producto de la última golpiza que él le había dado porque compartía la poca comida que tenían con otros.
En algunos casos las adolescentes consiguieron evitar ser casada con la ayuda de familiares, pero esa asistencia es generalmente temporal.
Naomi Mondeh tenía 15 años y había estudiado solo hasta el quinto grado porque sus padres dijeron que no podían pagar por sus estudios. Un liberiano que trabajaba en la zona le ofreció a su familia 50 kilos de arroz por ella.
“Le dijeron, ‘Naomi, sabes cuál es la situación. No tenemos nada. Y hay un hombre que quiere casarse contigo y ayudarte’”, expresó la muchacha. “Me dijeron que si no aceptaba, ellos dejarían de ocuparse de mí”.
Naomi no sabía la edad del hombre ni que ya tenía una esposa. Luego de casarse, él a menudo la dejaba sola, sin dinero para comprar comida.
En noviembre pudo escaparse en un mototaxi que la llevó a Koidu, la ciudad vecina más grande de la zona y donde una tía estaba dispuesta a recibirla. Sus padres dijeron que ella puede permanecer allí por ahora, mientras tratan de resolver la situación. Naomi, no obstante, dice que no piensa volver con su marido.
“Nada me hará regresar, solo sufriría más”, afirmó. “Me mantendré firme y no volveré”.
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Los reporteros de la Associated Press Biswajeet Banerjee (Lucknow, India) y Julhas Alam (Dhaka, Bangladesh) colaboraron en este despacho.
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Este despacho se produjo con la ayuda del Centro Pulitzer sobre Reportajes de Crisis.
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