ROMA (AP) — El informe del Vaticano sobre el excardenal Theodore McCarrick ha generado interrogantes incómodos con los cuales la Santa Sede deberá lidiar hacia adelante, principalmente qué hará con un clero —ahora y en el futuro— que usa su poder para abusar sexualmente de personas adultas.
Sacerdotes, expertos laicos y abogados de derecho canónico coinciden en que el Vaticano debe abordar la manera como protege a seminaristas, monjas e incluso simples parroquianos de los obispos y cardenales problemáticos que desde hace siglos ejercen su poder y autoridad con escaso o ningún control o rendición de cuentas.
El papa Francisco investigó a McCarrick y lo despojó del estado sacerdotal porque en 2017 un exmonaguillo lo denunció por haberlo manoseado cuando era adolescente en la década de 1970. Era la primera vez que alguien acusaba a McCarrick de haber abusado de él cuando era menor de edad, un delito grave en el derecho vaticano.
Sin embargo, la mayor parte del estudio forense de 449 páginas sobre McCarrick dado a conocer el martes trata de la conducta del cardenal con adultos jóvenes: seminaristas cuyas carreras sacerdotales estaban bajo su control y que se sentían impotentes para negarse cuando los invitaba a dormir en su cama.
Según el informe, durante tres décadas los obispos, cardenales y papas desestimaron o minimizaron las denuncias de la conducta de McCarrick con los jóvenes. La correspondencia confidencial revela que una y otra vez rechazaban de plano la información como si fuera un rumor, la calificaban de mera “imprudencia” o la atribuían a que McCarrick no tenía familiares vivos.
Amigos y superiores de McCarrick hacían esfuerzos enormes para demostrar que su conducta no era necesariamente sexual, que era indemostrable y que provocaría un escándalo en caso de revelarse públicamente. El reflejo de cerrar los ojos era evidencia de la cultura imperante en la Iglesia, de silencio cómplice, privilegio clerical y protección de las reputaciones a toda costa.
Nadie pensaba en las consecuencias de semejante conducta sobre los jóvenes.
El gran culpable, según el informe, es San Juan Pablo II, quien designó a McCarrick arzobispo de Washington y lo elevó al cardenalato a pesar de que una investigación ordenada por el pontífice confirmaba que McCarrick se acostaba con sus seminaristas. El informe recomendaba que no fuera ascendido.
Pero Juan Pablo dio a McCarrick el puesto más influyente en la Iglesia estadounidense, lo que unido a su gran habilidad como recaudador de fondos significaba que el cardenal tenía un poder enorme al codearse con presidentes, primeros ministros y papas.
“La razón de que tuvimos un McCarrick es que concentró tanto poder en sí mismo de manera relativamente rápida”, dijo el padre Desmond Rossi, entrevistado para el informe como antiguo seminarista del prelado. “Creo que la Iglesia debe estudiar la autoridad y el poder que otorga a las personas: ¿cómo garantizamos que se utilice de manera sana?”.
Para la Iglesia hay también un problema legal, tal como sucede en el ámbito secular. El Vaticano y la jerarquía católica estadounidense sabían desde la década de 1990 que McCarrick tenía relaciones sexuales con sus seminaristas, pero bajo el derecho canónico ésa no era una ofensa que mereciera el despido, como tampoco lo es actualmente.
Dado que los seminaristas víctimas de McCarrick no eran menores de edad, no se les consideraba víctimas y en esos años se encubría incluso a los curas que violaban niños. Los “rumores” ocasionales de conducta “imprudente” con jóvenes apenas perturbaron el ascenso de McCarrick a lo más alto de la jerarquía.
“La idea en resumidas cuentas es que cuando alguien cumple los 18 años, a) ya no es vulnerable y b) es capaz de protegerse a sí mismo”, dijo David Pooler, profesor de trabajo social de la Universidad Baylor y experto en el tema.
“Y lo que he aprendido en mis investigaciones es que eso no es verdad: el hecho de volverse adulto no le da a uno mágicamente el poder de protegerse en una situación vulnerable”.
Pooler dijo que un seminarista no está en situación de consentir consciente y libremente una actividad sexual con su obispo, ya que éste tiene todo el poder en la relación. El obispo o el rector del seminario determina si el seminarista puede seguir con su carrera, llegar a la ordenación sacerdotal y que lo asignen a una buena parroquia.