No tiene los centros comerciales de Dubái ni los megaproyectos de Abu Dabi, pero el conservador emirato de Sharjah, en el Golfo, se ha erigido en capital cultural.
El modesto emirato, a menudo ignorado por los visitantes que prefieren a los glamurosos vecinos, está dirigido por el jeque Sultán bin Mohamed Al Qasimi, amante del arte y de la historia.
El calendario cultural de Sharjah incluye salones del libro, exposiciones y más de una docena de museos y festivales que celebran la fotografía, el teatro, la poesía y la caligrafía.
En el museo de Sharjah, las obras expuestas muestran desde la vida cotidiana de la ciudad vieja de la capital de Yemen, Saná, hasta la matanza de refugiados palestinos por las milicias cristianas aliadas de Israel durante la guerra civil de Líbano.
"Proporcionamos un servicio artístico al mundo árabe", dice el Sultán Sooud al Qasemi, un conocido académico emiratí con medio millón de seguidores en Twitter, mientras se pasea por las galerías.
La Fundación de Arte Barjeel, creada en 2010, pretende preservar y exhibir más de 1.000 obras de artistas árabes.
"Sharjah no es el emirato más rico del Golfo pero es el más rico desde el punto de vista cultural", dice este hombre de 42 años que ha enseñado en universidades de Estados Unidos y Francia.
- Arte local -
Sharjah es uno de los siete emiratos que componen Emiratos Árabes Unidos, un país rico en petróleo e innovador que ha consagrado grandes cantidades de dinero a la cultura.
En 2017, el museo del Louvre de Abu Dabi, una sucursal del icónico museo de París, abrió sus puertas y atrajo a dos millones de visitantes en sus dos primeros años de actividad.
El centro financiero y de ocio de Dubái alberga gran número de galerías de arte contemporáneo y el próximo año acogerá la Exposición Universal, que dedicará un importante componente a las artes.
Pero es Sharjah, probablemente más conocido por prohibir totalmente el alcohol, el que reclama la corona cultural del país.
Su lugar en la escena mundial del arte ha sido sellada con la Bienal de Sharjah, una ambiciosa feria de arte contemporáneo que realiza cada dos años.
En 1998, la Unesco designó Sharjah como capital cultural del mundo árabe, y el año pasado la declaró Capital Mundial del Libro.
El emirato lanzó esta semana la Agencia Literaria Internacional de Sharjah, una evento inédito en el Golfo, con el fin de promover a los escritores emiratíes y árabes.
"Es muy fácil seguir apoyando a artistas de Europa, pero son los artistas de aquí los que necesitan nuestro apoyo, recursos y confianza", dice Manal Ataya, directora general de la Autoridad Museística de Sharjah.
"Ha habido una subrrepresentación de artistas árabes a nivel mundial", asegura a la AFP.
Qasemi dice que el momento que inspiró su colección fue cuando vio masas de gente llegar a ver un Van Gogh en el Museo de Orsay de París.
"Me dije que un día vería una fila así de gente queriendo visitar las obras de los mejores artistas árabes", recuerda.
"El mundo árabe es rico en arte. Desgraciadamente, muchos jóvenes árabes no son conscientes de ello".
"Debemos luchar contra el dominio occidental y la visión orientalista del mundo árabe. Debemos conocer el arte local y los artistas árabes antes que aprender sobre Picasso y Dalí", zanja.
- La libertad de expresión, un desafío -
Desde el acogedor estudio de Moza Almatrooshi, una joven escultora emiratí, se ve el museo de Sharjah, flanqueado por luminosos edificios.
Originaria del vecino emirato de Ajman, divide su tiempo entre Londres y Sharjah, una ciudad que para ella tiene talla humana y que, de todos los emiratos, es la más habitable.
"Trabajé en Dubái por algún tiempo y sentí que el arte allí era más comercial, y mi arte no es muy comercial", dice Almatrooshi, cuyas creaciones se enfocan en la vida diaria y las tradiciones culinarias.
Con unos pocos rascacielos a la vista, las avenidas y los viejos edificios de Sharjah son para ella una inspiración.
Pero en una región donde el conservadurismo está profundamente enraizado en la sociedad y se tolera mal la discrepancia, los artistas pueden tener miedo de la censura y de las represalias, una dinámica que al final asfixia la expresión.
"Los artistas occidentales pueden expresar libremente ideas que nosotros no podemos, no porque estemos en contra sino porque tenemos miedo", dice Almatrooshi.
El desafío es transmitir el mensaje pese a que "no podemos decir todo lo que queremos", asegura.
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