LA PAZ (AP) — En medio de las restricciones por la pandemia del nuevo coronavirus, largas filas de personas con mascarillas llevaban el lunes flores a las tumbas de sus seres queridos fallecidos para conmemorar la festividad de Todos Santos en Bolivia.
Debido a las medidas para evitar la propagación del COVID-19, los bolivianos pudieron orar cerca de las tumbas de sus seres queridos pero no se les permitió ingresar a los cementerios con panes, comida y bebidas que le gustaban a los difuntos, como se realiza cada año.
“Para mí es muy importante esta fecha porque es un rencuentro con mi papá del que no pude despedirme porque el pasado julio murió con sospechas de COVID-19”, dijo Elvira Cuellar, hija de un profesor rural retirado.
Hasta el lunes se han registrado en Bolivia 8.731 fallecidos por el nuevo coronavirus y 141.833 contagiados.
Las autoridades levantaron altares a los más de 400 médicos, enfermeras y trabajadores de la salud que murieron luchando contra la enfermedad. Muchas de estas ofrendas fueron colocadas en los mismos hospitales donde trabajaban.
También se ofrendaron alimentos y flores a los 36 fallecidos durante el estallido social del año pasado tras los comicios anulados por presunto fraude y que desencadenó la renuncia del entonces presidente Evo Morales.
El presidente electo Luis Arce, exministro de Morales, visitó el domingo el barrio de Senkata, donde murieron simpatizantes de Morales, y prometió justicia a los familiares.
Según la tradición boliviana, los difuntos visitan a sus familiares el mediodía del domingo y permanecen con ellos hasta el lunes a la misma hora, cuando se marchan.
El Día de Todos Santos fue creado por la Iglesia católica en el siglo VI y heredado a Bolivia por los conquistadores españoles. Posteriormente se fusionó con antiguas tradiciones indígenas que creían en la vida después de la muerte.
La festividad se prolonga por varios días en regiones rurales andinas, donde la fecha se asocia al ciclo agrícola. En La Paz culminará una semana después con un rito a las calaveras, una costumbre practicada en pequeños grupos que la Iglesia católica se ha negado a reconocer.