MORALES, Guatemala (AP) — Antes del amanecer del sábado, un puesto de cuarentena en el norte de Guatemala donde pasaron la noche unos 1.000 migrantes que se dirigían a pie hacia Estados Unidos, estaba vacío.
No quedaba ni rastro de los hombres, mujeres y niños que horas antes se habían acomodado en ese lugar en medio de la selva guatemalteca del Petén, con escasas pertenencias y alguna que otra manta.
Según la policía guatemalteca, en las primeras horas de la madrugada, autobuses particulares y camiones del ejército trasladaron a los migrantes de vuelta hasta la frontera con Honduras. Un boletín de prensa del sábado por la tarde indicaba que ya habían sido devueltos 2.065 migrantes, lo que implica casi la totalidad de los que cruzaron esa frontera el jueves por la localidad hondureña de El Corinto procedentes de San Pedro Sula, en el norte del país vecino.
En los últimos días ese tipo de traslados se habían hecho sin violencia y de forma aparentemente voluntaria, aunque los soldados llevaban palos o iban armados con fusiles de asalto.
El cansancio, la lluvia, el hambre y el hecho de que militares y policías les bloquearon el paso el viernes hicieron que la gran mayoría desistiera de su intento, aunque sobre la carretera que atraviesa el Petén quedaban el sábado por la mañana pequeños grupos de menos de 10 migrantes que seguían caminando hacia México.
“Vamos a seguir. Nosotros nos quedamos descansando y el grupo más grande siguió, no sabemos qué pasó con ellos”, explicó Olvin Suazo, un agricultor de 21 años que el sábado viajaba rezagado junto con tres amigos de Santa Bárbara, en Honduras. “Sabemos que hay que enfrentar un peligro bárbaro, pero hay que enfrentarlo”.
Por una carretera solitaria en medio de una plantación de palma africana en San Luis Petén, un grupo caminaba aún con la esperanza de llegar a Estados Unidos y buscando encontrarse con el grueso de la caravana, sin saber que el grupo más grande ya había sido devuelto a la frontera con Honduras.
Entre ellos iba Marcos Pineda con su esposa y sus dos pequeños hijos. “Nosotros no vamos a conocer la derrota. Tenemos fe en llegar”, dijo el Pineda al enterarse que ya el grupo grande había sido devuelto.
Pocas veces desde 2018 una caravana de migrantes tenía unas perspectivas tan desalentadoras de lograr su objetivo. El presidente de Guatemala los veía como un riesgo de contagio en plena pandemia de coronavirus y se comprometió a deportarlos. Su homólogo mexicano consideró que la marcha es un complot para influir en las elecciones de Estados Unidos. Y la reciente tormenta tropical Gamma está dejando lluvias torrenciales a su paso por el sur de México.
El temor a una confrontación había aumentado el viernes, cuando más de 100 soldados y policías guatemaltecos frenaron el avance de los migrantes, que estaban cada vez más frustrados por la falta de comida tras recorrer cientos de kilómetros.
Al caer la noche, la migrante hondureña Paola Díaz extendió una manta a un lado de la carretera y le puso el pijama a sus hijos de cuatro y seis años con la esperanza de que pudieran dormir un rato.
Díaz decidió unirse a la caravana junto con su esposo, Alejando Vásquez, de 23 años, porque su salario como mecánico no les alcanzaba para comprar comida para los niños.
“En un principio me quería regresar, pero se han abierto puertas que pienso que me van a permitir avanzar”, dijo, reconociendo que teme por sus hijos en caso de un enfrentamiento.
Varios migrantes asumieron roles improvisados de liderazgo para tratar de dialogar con las fuerzas de seguridad.
“Es que no nos pueden negar el derecho de seguir (...). Díganle a sus jefes que nos den una oportunidad”, señaló un hombre, que no se identificó, a un policía. El agente respondió que los migrantes habían ingresado al país de forma ilegal y que ellos tenían orden de regresarlos a Honduras o de, al menos, no dejarles avanzar hacia la frontera con México.
Algunos migrantes comenzaron a retornar de forma voluntaria el viernes, según las autoridades migratorias guatemaltecas, después de que la caravana se había dividido en dos rutas: los que viajaron al norte hacia Petén, donde estaba el retén y que era el grupo más grande, y otros tomaron buses al oeste hacia la capital, la Ciudad de Guatemala.
El regreso de hondureños continuó en mayores cantidades el sábado, aunque Eduardo Hernández, viceministro de Relaciones Exteriores de Guatemala, denunció en un vídeo que Honduras se estaba negando a recibirles.
Las muestras de gratitud del gobierno estadounidense por la actuación de las autoridades guatemaltecas no tardaron en llegar.
“Agradecemos al presidente (Alejandro) Giammattei los constantes esfuerzos para reducir la propagación de #COVID19 y frenar la #MigraciónIrregular”, escribió Michael Kozak, subsecretario interino del Departamento de Estado para el Hemisferio Occidental, en su cuenta oficial de Twitter el sábado por la noche. “EEUU está comprometido a continuar trabajando con sus socios para salvar vidas y proteger la salud”.
Giammattei se había comprometido el jueves a deportar a los migrantes bajo el argumento de contener la pandemia. “No permitiremos que alguien extranjero que está utilizando métodos ilegales para ingresar a este país crea que tenga el derecho de venir a contaminarnos y ponernos en grave riesgo”, afirmó durante un discurso televisado.
La caravana trajo a la memoria la que se formó en octubre de 2018, poco antes de las elecciones de mitad de legislatura en Estados Unidos y que se volvió un tema destacado en la campaña, avivando la retórica antiinmigración.
En esta ocasión, el presidente Andrés Manuel López Obrador mostró sus suspicacias sobre quién la alentó.
“Creo tiene que ver con la elección en Estados Unidos”, manifestó. “No tengo todos los elementos, pero hay indicios de que esto se armó con ese propósito. No sé en beneficio de quién, pero no nos estamos chupando el dedo, falta un mes”.
Más tarde, la cara de la lucha contra la pandemia en México, el subsecretario de Salud Hugo López-Gatell, asumió un tono más conciliador al asegurar que menos de 3.000 migrantes no representaban una amenaza para la salud.
Las caravanas de centroamericanos han cobrado cierta popularidad en los últimos años como vía para viajar de forma más segura o para aquellos que no tienen dinero para pagar a un “coyote” para ingresar a Estados Unidos de forma irregular.
En un primer momento contaban con la generosidad y la solidaridad de las comunidades por las que pasaban, especialmente en Guatemala y el sur de México, pero la situación se complicó el año pasado cuando el presidente estadounidense Donald Trump amenazó a las autoridades mexicanas con imponer aranceles a todas sus exportaciones si no cortaban esos flujos. En respuesta, el gobierno mexicano bloqueó el paso de las nuevas caravanas con miles de efectivos de la Guardia Nacional.
Esta vez, el grupo más grande de la caravana ni siquiera llegó hasta la frontera mexicana y el futuro del resto era incierto.
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La periodista de The Associated Press María Verza en Ciudad de México contribuyó a este despacho.