CIUDAD DE MÉXICO (AP) — Lo que hoy es el centro de Ciudad de México fue escenario de cremaciones masivas y de casas que se derrumbaban para sepultar a familias enteras muertas por un virus que nadie entendía.
Era Tenochtitlán, en septiembre de 1520.
A 500 años de la pandemia de la viruela que llegó a América con los conquistadores españoles después de extenderse por Asia, África y Europa, científicos e historiadores ven positivo recordar un mal que todavía en el siglo XX mató entre 300 y 500 millones de personas.
Saber que las epidemias son algo cíclico, que tienen principio y fin, dicen, puede tranquilizar ahora que la incertidumbre por el nuevo coronavirus se instaló en casi todo el planeta.
Y con el paso del tiempo, la ciencia siempre aprende de ellas.
La viruela dio origen a la primera vacuna en 1796 y fue la primera enfermedad que la Organización Mundial de la Salud consideró oficialmente erradicada en 1980.
El coronavirus, de momento, ya ha supuesto una cura de humildad, indica José Esparza, miembro del Instituto de Virología Humana de la Universidad de Maryland, en Estados Unidos.
“En los últimos 50 años hubo una cierta arrogancia en la comunidad médica al creer que ya habíamos controlado las enfermedades infecciosas”, afirma. “Esta pandemia nos ha dado una gran sorpresa”.
Sandra Guevara, profesora de Historia de la Ciencia y la Medicina en varias universidades mexicanas, cree que releer ahora el pasado que reconfiguró el mapa de América, puede contribuir a entender mejor ese momento histórico y a reflexionar sobre el actual.
“Estamos viviendo en carne propia lo que pudieron haber sentido (nuestros antepasados)”.
En septiembre de 1520, cuando Hernán Cortes sitió Tenochtitlán, la capital mexica, la población quedó invadida por “una gran peste... gran destruidora de gente”. “A muchos dio la muerte la pegajosa, apelmazada, dura enfermedad de granos”, cuentan las crónicas del momento recopiladas en el libro “La visión de los vencidos”, de Miguel León Portilla.
El virus había llegado a la ciudad poco antes con esclavos e indígenas traídos por los españoles desde las Antillas y que fueron vulnerables a una enfermedad que no existía a este lado del Atlántico, explica la historiadora.
El 30 de junio de 1520, Cortés huyó de Tenochtitlán porque la población se había rebelado al ser apresado el emperador Moctezuma (que murió poco después), pero los esclavos que entraron a la ciudad con el español, se quedaron entre la población sitiada, ya contagiados. Fue cuando la viruela tuvo un brote masivo: el cerco militar mantuvo a la población encerrada y la escasez de alimentos les debiltó y les hizo más vulnerables.
También entonces se echó mano del aislamiento o de remedios conocidos aunque, en algunos casos, con resultados negativos. El uso del temazcal -una especie de sauna ceremonial y curativa- en lugar de frenar el virus lo transmitió más porque el vapor y el agua hacía que se rompieran las pústulas. “Fue un contagiadero masivo”, comenta Guevara.
Y según las crónicas del momento, hubo decisiones drásticas: cuando moría toda una familia y nadie podía cremar a esas personas, como era costumbre, se derrumbaban las casas para sepultarlos.
Los españoles introdujeron en América muchas enfermedades pero pocas fueron tan bien descritas en los códices como la viruela porque era un mal muy visible, indica Esparza.
En Tenochtitlán la epidemia “duró sesenta días, sesenta días funestos”, dicen los cronistas. Luego siguió extendiéndose sobre todo hacia el sur en distintas oleadas y aunque la Amazonia funcionó como una especie de muralla natural, explica Esparza, el virus también infectó Brasil vía directa desde Portugal. A finales del siglo XVI hasta Argentina estaba contagiada.
Estas epidemias importadas diezmaron a la población originaria y contribuyeron al declive de los dos principales imperios americanos del momento, el Azteca y el Inca.
Una de las víctimas de la viruela fue Cuitláhuac en 1520, penúltimo emperador mexica y sucesor de Montezuma. Tenochtitlán caería un año después.
Y entre 1525 y 1527, el virus llegó por las rutas comerciales al Perú actual y, antes de que se hicieran presentes allí los españoles, mató al emperador Huayna Cápac, quien había llevado a los incas a su esplendor y cuya muerte desencadenó una guerra civil que sería el principio del fin de ese imperio.
Pocos se atreven a aventurar qué cambiará tras la actual pandemia por COVID-19 pero casi nadie duda que habrá cambios.
El doctor Esparza recuerda que la peste negra del siglo XIV contribuyó al fin del feudalismo, porque al ser menos abundante la mano de obra debido a la letalidad de la enfermedad se podía negociar más, y estimuló la innovación.
La viruela, además de acelerar la conquista, modificó la relación con la niñez porque en muchas sociedades, incluso en el siglo XX, no ponían nombre a un recién nacido hasta que sobrevivía a este mal.
Guevara menciona también cómo el cólera en el siglo XIX conllevó que se extendiera la limpieza y cocción de los alimentos o la forma en la que el VIH modificó en el siglo XX las relaciones sexuales.
Pero a veces el ser humano olvida que la enfermedad es parte de la vida.
“Lo importante es cómo lidiamos con ella”, sentencia la historiadora. “Tenemos que entender que la humanidad no puede controlarlo todo”.