La cifra de muertes a causa del coronavirus en Estados Unidos superó el martes las 200.000 —por mucho la mayor cantidad en el mundo_, alcanzando un umbral que parecía inimaginable cuando faltan seis semanas para las elecciones presidenciales, las cuales seguramente serán en parte un referendo sobre el manejo que el presidente Donald Trump ha dado a la crisis.
“Es completamente incomprensible que hayamos llegado a este punto”, dijo Jennifer Nuzzo, investigadora de salud pública de la Universidad Johns Hopkins, ocho meses después de que el virus llegó a la nación más rica del mundo, con sus laboratorios de última generación, científicos de primer nivel y reservas de suministros médicos.
El número de muertos es equivalente a que ocurriera un atentado como el del 11 de septiembre de 2001 a diario durante 67 días. Es aproximadamente la misma población que tiene Salt Lake City o Huntsville, Alabama.
Y aún sigue subiendo. Las muertes rondan las 770 por día en promedio, y un modelo de la Universidad de Washington predice que el número total de víctimas en Estados Unidos llegará a 400.000 para fin de año a medida que las escuelas vuelvan a abrir y llegue el invierno al hemisferio norte. Además, es poco probable que haya una vacuna disponible antes de 2021.
“La idea de 200.000 muertes es realmente muy aleccionadora, en algunos aspectos impresionante”, dijo a CNN el doctor Anthony Fauci, el principal experto en enfermedades infecciosas del gobierno.
El sombrío umbral fue reportado por la Universidad Johns Hopkins con base en las cifras proporcionadas por las autoridades de salud estatales. Pero se cree que la cifra real es mucho mayor, en parte debido a que muchos decesos por COVID-19 fueron atribuidos a otras causas, sobre todo al principio de la pandemia, antes de que se realizaran pruebas de manera generalizada.
Trump dijo que era una “lástima” que Estados Unidos alcanzara esa cifra, pero alegó que pudo haber sido mucho peor.
“Creo que si no lo hubiéramos hecho de manera apropiada y correcta, tendríamos 2,5 millones de muertes”, comentó Trump a los reporteros en la Casa Blanca antes de viajar a Pittsburgh para un evento de campaña. Añadió que a Estados Unidos le “está yendo bien” y que “el mercado de valores está en alza”.
También reiteró su argumento de que China era el responsable de la pandemia. En un discurso grabado para la Asamblea General de la ONU, exigió que se llame a cuentas a Beijing por haber “liberado esta plaga al mundo”. El embajador de China rechazó las acusaciones y dijo que no tenían fundamento.
En Twitter, el candidato demócrata a la presidencia Joe Biden dijo que “no tenía que haber sido tan malo”.
“Es un número alarmante que es difícil de meter en la cabeza”, comentó. “Hay un costo humano devastador por esta pandemia y no podemos olvidar eso”.
Durante cinco meses, Estados Unidos ha liderado el mundo en casos confirmados de coronavirus, con casi 6,9 millones hasta el martes, y en decesos a causa de la enfermedad. Estados Unidos tiene menos del 5% de la población del mundo, pero más del 20% de las muertes que se han reportado.
Brasil ocupa el segundo lugar en la lista de países con más muertes, con alrededor de 137.000, seguido de la India con aproximadamente 89.000 y de México con alrededor de 74.000. Sólo cinco países —Perú, Bolivia, Chile, España y Brasil— ocupan un lugar más alto en las muertes per cápita por COVID-19.
“Todos los líderes mundiales enfrentaron la misma prueba, y algunos han tenido éxito y otros han fracasado”, señaló el doctor Cedric Dark, médico de urgencias en el Colegio de Medicina de Baylor en la ciudad de Houston. “En el caso de nuestro país, fracasamos miserablemente”.
Las personas hispanas y de raza negra, así como los indígenas estadounidenses, han representado una parte desproporcionada de las muertes, lo que pone de manifiesto la disparidad económica y de atención médica en Estados Unidos.
En todo el mundo, el virus ha infectado a más de 31 millones de personas y se acerca rápidamente al millón de muertes, con casi 967.000 vidas que se han perdido, según el recuento de la UJH, aunque se cree que las cifras reales son mucho más altas debido a las brechas en las pruebas y los informes.
Para Estados Unidos, se supone que las cosas debieron ser diferentes.
Al comenzar el año, Estados Unidos había sido elogiado por su preparación ante la llegada de la pandemia. Las autoridades de salud parecían confiadas después de reunirse en enero en Seattle para lidiar con el primer caso conocido de coronavirus en el país, un residente de 35 años del estado de Washington que acababa de regresar de Wuhan, China, donde visitó a su familia.
El 26 de febrero, Trump sostuvo en lo alto un número del Índice de Seguridad de Salud Global — una evaluación de los preparativos para una crisis de salud — y declaró: “Estados Unidos está calificado como el número uno, el más preparado”.
Era cierto. Estados Unidos superaba a los otros 194 países del indicador. Además de sus laboratorios, sus expertos y sus reservas estratégicas, el país podía jactarse de su rastreo de contagios y de sus planes para comunicar rápidamente información vital durante una crisis. Los Centros para el Control y la Prevención de Enfermedades (CDC por sus iniciales en inglés) eran respetados en todo el mundo por enviar ayuda en el combate a enfermedades infecciosas.
Pero el monitoreo en los aeropuertos fue laxo. Las restricciones de viajes llegaron demasiado tarde. Y pasó demasiado tiempo antes de que las autoridades de salud se dieran cuenta de que el virus podía propagarse antes de que las personas presentaran síntomas, lo que hace que las revisiones sea ineficaces. El virus también arrasó con asilos de ancianos y explotó el mal control de infecciones, cobrando más de 78.000 vidas.
Al mismo tiempo, el vacío de liderazgo provocó escasez en los suministros de pruebas de diagnóstico. Se ignoraron las advertencias internas de acelerar la producción de mascarillas, lo que desató una lucha entre estados por adquirir equipo de protección.
Trump minimizó la amenaza en los primeros días, presentó conceptos infundados sobre el comportamiento del virus, y promovió tratamientos riesgosos o no comprobados. Se quejó de que el gran número de pruebas de diagnóstico que se practicaban hacía quedar mal a Estados Unidos, desdeñó el uso de mascarillas y convirtió a los cubrebocas en un tema político.
El 10 de abril, el presidente pronosticó que Estados Unidos no llegaría a 100.000 decesos. Se llegó a esa cifra el 27 de mayo.
La falta de liderazgo fue particularmente evidente en las pruebas de diagnóstico, fundamentales para romper la cadena de contagio.
“No hemos tenido desde el principio una estrategia nacional de pruebas”, declaró Nuzzo. “Por motivos que sigo sin comprender, nos negamos a desarrollar una”.
Sandy Brown de Grand Blanc, Michigan, dijo que el número de muertes era “desgarrador”. Su esposo durante 35 años y su hijo de 20 — Freddie Lee Brown Jr. y Freddie Lee Brown III — murieron de COVID-19 con apenas unos días de diferencia en marzo pasado, cuando había menos de 4.000 fallecimientos registrados en Estados Unidos.
“Lo que realmente me molesta es que, si se hubieran hecho las cosas de manera adecuada, pudimos haber frenado esto”, dijo Brown, quien no tiene más hijos. “Ahora es simplemente increíble. Es devastador”.
La cifra real de muertos a causa de la crisis podría ser mucho mayor. Unas 215.000 personas más de lo usual han muerto en el país por todas las causas durante los primeros siete meses de 2020, según cifras de los CDC. En ese mismo lapso, el saldo de fallecimientos por COVID-19 fue de alrededor de 150.000, de acuerdo con datos de Johns Hopkins.
Los investigadores sospechan que se pasaron por alto algunas muertes por coronavirus, mientras que otros decesos pudieron ser por causa indirecta de la crisis, creando tal agitación que personas con enfermedades crónicas como diabetes o cardiopatías no pudieron o no quisieron recibir tratamiento.
Dark, el médico de emergencias en Baylor, dijo que antes de la crisis, “la gente solía ver a Estados Unidos con cierta veneración.. Por su democracia. Por su liderazgo moral en todo el mundo. Por respaldar a la ciencia y utilizar la tecnología para viajar a la Luna”.
“Ahora”, comentó, “lo que realmente se ha expuesto es lo mucho que estamos en contra de la ciencia”.
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Los periodistas de The Associated Press Kelli Kennedy en Miami y Tammy Webber en Fenton, Michigan, contribuyeron a este despacho.
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