En medio del caos que reinaba en los primeros días de la pandemia del nuevo coronavirus, los médicos, abrumados por la cantidad de casos, sortearon barreras geográficas e idiomáticas en un esfuerzo sin precedentes para recibir asesoría de sus colegas que les permitiesen salvar vidas.
No sabían nada del virus y no tenían tiempo de ponerse a investigar. Pero videos de YouTube en los que se describían los resultados de autopsias y rayos X que circularon a través de Twitter y WhatsApp llenaron ese vacío.
Cuando Stephen Donelson llegó al Southwestern Medical Center de la Universidad de Texas a mediados de marzo, la doctora Kristina Goff era una de las que trataron de sacar provecho de lo que describió como “las historias de otros sitios que fueron golpeados antes”.
Donelson se sometió a un trasplante de órganos y su familia no había salido de su casa por dos semanas, luego de que el COVID-19 empezase a esparcirse por Texas. Sin embargo, una noche empezó a tener problemas serios para respirar, su piel tomó un color azul y llamaron a emergencias.
Goff dice que en los hospitales desbordados de pacientes de Nueva York o Italia, a Donelson no se le hubiese asignado un respirador. Pero en Dallas, “le dimos todo lo que teníamos a nuestro alcance”.
Igual que los médicos de tantos otros lugares, Goff estaba apenas iniciando su aprendizaje sobre el nuevo virus.
“Es un tsunami. Algo que, si no lo experimentas directamente, no lo puedes comprender”, dijo el doctor Pier Giorgio Villani en el primero de una serie de webinarios organizados para informar a otras unidades de cuidados intensivos acerca de lo que se venía, apenas dos semanas después de que el primer paciente de coronavirus hospitalizado llegase a su UCI y diez días antes de que Donelson se enfermase en Texas.
Las sesiones con videos, organizadas por la asociación italiana de UCIs, GiViTi, y el Instituto Mario Negri, sin fines de lucro, que luego serían difundidas por YouTube, representan una historia oral del desarrollo del brote en Italia, narrado por los primeros médicos de Europa que lidiaron con el virus.
Se empezó a correr la voz entre médicos de otros países y pronto se estaban traduciendo los videos para que pudiesen ser escuchados por facultativos de España, Francia, Rusia y Estados Unidos que se preparaban para la llegada del virus.
Los videos ofrecían “un adelanto privilegiado del futuro”, según el doctor Diego Casali, del Cedars-Sinai Medical Center de Los Ángeles, quien se enteró de la existencia de los webinarios al consultar con un médico amigo italiano.
Cada dato, cada recurso ensayado, ofrecían pistas mientras el virus se propagaba de ciudad en ciudad, de país en país. Para cuando llegó Donelson al hospital de Texas, el centro médico ya estaba tomando medidas en base a la experiencia de los italianos.
Si bien se muestra agradecida por esa información, Goff dice que le costaba compaginar experiencias distintas.
“No sabes cómo interpretar lo que salió bien y lo que salió mal”, explicó. “Ni si se trató de una manifestación de la enfermedad exclusiva de determinado país”.
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Los médicos italianos estaban confundidos. Los informes provenientes de China, donde se originó el virus, hablaban de una tasa de mortalidad del 3% entre los infectados. Pero en los primeros 18 días, solo los muertos salían de la UCI del Hospital Papa Juan XXIII de Bérgamo.
Si bien la tendencia mermó, el 30% de los primeros 510 pacientes con COVID-19 que recibió el hospital fallecieron.
El director de la UCI, Luca Lorini, tiene décadas de experiencia y pensó que sabía como tratar las fallas respiratorias que se pensó eran el principal riesgo planteado por el virus.
“Todas las noches iba a casa con la duda de si habría hecho algo mal”, relató Lorini. “Trate de imaginarse: Estoy solo y no puedo comparar con lo que sucede en Francia porque el virus todavía no llegó allí, o en España, el Reino Unido o Estados Unidos, ni con nadie que está más cerca que China”.
En febrero, China había publicado unos pocos informes médicos acerca de cómo respondían los pacientes. El hospital de Lorini trató de llenar ese vacío dividiendo a los pacientes en grupos pequeños que recibían distintos tipos de apoyo y comparando los resultados. No fue un estudio científico, pero ofreció información útil en tiempo real.
La primera lección aprendida: El coronavirus no causaba los típicos síntomas del síndrome respiratorio agudo grave, como se pensaba, y los pacientes necesitaban una mayor ventilación que lo normal, y por más tiempo.
A mediados de marzo llegó una gran sorpresa: En un video para cardiólogos de Estados Unidos, médicos chinos advirtieron que el virus causa peligrosos coágulos sanguíneos. Y no solo en los pulmones. Exortaron a sus colegas a que usasen anticoagulantes.
“Aprendemos sobre la marcha”, comentó Tiffany Osborn, de la unidad de cuidados críticos de la Facultad de Medicina de la Universidad de Washington con sede en San Luis. “Volvamos a hablar en dos semanas y tal vez le diga algo totalmente diferente”.
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Cuando Stephen Donelson llegó al hospital de Dallas, “teníamos muy pocas esperanzas de curarlo”, admitió Goff. Resistía el respirador, por lo que Goff lo sedó para que el aparato pudiese funcionar bien.
Los hospitales han luchado por encontrar el equilibrio adecuado, que permita hacer llegar suficiente oxígeno sin dañar más pulmones frágiles. Un recurso que ayudó es colocar a los pacientes boca abajo para reducir la presión sobre los pulmones.
Donelson estuvo boca abajo unas 16 horas diarias al principio y sus niveles de oxígeno mejoraron.
Los hospitales especializados en problemas de pulmón sabían que poner al paciente boca abajo ayudaba. Pero los demás no.
“Nunca lo habíamos hecho antes de la pandemia. Ahora es lo más normal”, expresó Kevin Cole, de la unidad de terapias respiratorias del Centro Médico de Fort Washington, en Maryland.
Incluso hoy, varios meses después de que empezase la pandemia, Goff se sorprende de lo difícil que sigue siendo pronosticar quién va a vivir y quién no. No se explica por qué Donelson, quien finalmente pudo volver a su casa después de una odisea de 90 días, fue uno de los afortunados.
“Mientras no tengamos un estudio grande de los resultados de los tratamientos, es muy difícil saber lo que es real y lo que no”.
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Neergaard informó desde Alexandria (Virginia) y Winfield desde Roma. El videoperiodista Nathan Ellgren colaboró en este despacho.
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