En Siria, debido a la guerra, Mohamed Saud se vio privado de sus gusanos de seda. Pero después de una vida dedicada a la confección este valioso tejido, el sexagenario convirtió su taller en un modesto museo, último homenaje a una artesanía que desaparece poco a poco.
En las verdes alturas de la provincia central de Hama, en la aldea de Deir Mama, Saud, su esposa y sus tres hijos criaban antiguamente gusanos de seda en primavera, alimentándolos con hojas de moras.
En otoño, podía tejer la seda a partir de los capullos para fabricar telas.
La actividad económica cesó con el conflicto desencadenado en el país en 2011.
Saud decidió entonces instalar en su casa un museo que permita a los visitantes, muy escasos hasta el momento, descubrir las etapas sucesivas de una artesanía que, en una época lejana, otorgó a Siria una fama internacional.
En el patio de su casa, Saud exhibe capullos de seda blancos que ha conservado. Hay una gran rueda de madera oscura, usada para hacer hilos. Un vetusto telar trona en una habitación contigua.
La AFP se reunió en 2010 con Saoud, que ya se quejaba de las dificultades que amenazaban al sector, a pesar de los esfuerzos de las autoridades para revitalizarlo.
Nuestra artesanía era "como un hombre enfermo que esperábamos que se cure", recuerda Saud.
En ese momento, unos 16 pueblos y 48 familias trabajaban en la cría de gusanos de seda. La producción de capullos fue de 3,1 toneladas en 2010, frente a 60.000 toneladas en 1908.
- Negocio de la seda depende de los turistas -
Saud, famoso localmente, es apodado el "Sheikh al Kar" de la seda, título otorgado a los decanos de la artesanía.
En su telar, realiza una demostración. En una esquina, diferentes modelos de bufandas y chales blancos cuelgan de la pared o cubren maniquíes de costura.
Aunque la entrada al museo es gratuita, son pocos los curiosos, en un país sumergido en una grave crisis económica, marcada por un colapso de la moneda y una importante alza de los precios.
El sector dependía principalmente de los turistas antes del conflicto. "Eran ellos los que podían pagar por la seda", explica Saud.
Siria es famosa desde siempre por su refinada artesanía, en particular por la confección del brocado de Damasco, tejido a mano con seda natural e hilos de oro.
Según una leyenda urbana, en 1947, el presidente de la época, Chukri al Kutli, le ofreció un trozo de este tejido a la reina Isabel II, quien lo habría utilizado para su vestido de boda.
Antes de la guerra, el país atraía a visitantes extranjeros que hacían vivir la artesanía, y el turismo representaba 12% del Producto Bruto Interno.
Hoy en día, "el problema se reduce a una cuestión de comercialización. La ropa de seda no es una prioridad para los sirios", continúa.
En Deir Mama, la esposa de Saud, Amal, siempre practica el gancho para mantener la agilidad de la mano con los hilos de seda.
Como su esposo, no oculta su tristeza ante la situación. "Hay que seguir cultivando plantas de moras", lamenta, con un chal de seda blanca colocado sobre los hombros. "Pero este año, en vez de dar las hojas a los gusanos de seda, se las dimos a las cabras", precisa.
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