CIUDAD DE MÉXICO (AP) — Suena el teléfono y Óscar Becerril, uno de los coordinadores del equipo de paramédicos de Iztapalapa —el barrio más poblado de Ciudad de México y el más azotado por la epidemia del nuevo coronavirus— escucha la emergencia y da la señal de alarma al resto de compañeros.
Se trata de un posible positivo por COVID-19, así que solo pueden utilizar una de las tres ambulancias preparadas para este tipo de traslados. Becerril y David Rodríguez, el otro coordinador de un grupo que atiende la emergencia sanitaria en esa delegación de la capital de más de dos millones de habitantes, preparan los trajes y los accesorios.
A quienes les toca el servicio cubren sus botas y se ponen el equipo de seguridad. Primero un traje azul, luego un mono blanco, se colocan los lentes, dos pares de guantes, ajustan sobre su cabeza la capucha de los trajes y por último un cubrebocas. Protegerse es vital. Todos piensan en sus familias.
“Nosotros estamos capacitados para nuestro trabajo, nos entregamos a él”, explica Tania Quesada, una de las paramédicos. Pero “yo me cuido más de lo normal por mi familia”.
La Ciudad de México, con más de 23.600 casos confirmados, se mantiene como epicentro de la pandemia en el país y aunque la actividad en las calles ya no está tan paralizada como antes y las autoridades se preparan para el reinicio paulatino de algunas actividades el lunes, el número de contagios sigue en ascenso. Solo en Iztapalapa hay más de 4.500.
César Ávila, con más de 21 años de servicio, asegura haber vivido todo tipo de circunstancias, pero nada como esto. Se encarga de pacientes COVID desde que empezó la pandemia, pero el momento más duro fue esta semana cuando tuvo que trasladar de urgencia a un familiar suyo que se había contagiado.
“Eso duele, pero aquí estamos”, afirma. “Somos un gran equipo, una gran familia”.
Para Ávila, su encuentro cercano con el nuevo virus no tuvo final feliz porque su suegro falleció el pasado 23 de mayo luego de cinco días internado. Pero en otras ocasiones hay más suerte.
“Estamos salvando vidas”, señala Ávila. “Y lo hacemos con mucho amor y mucha pasión”.
Son casi la siete de la noche y los paramédicos alistan sus trajes y máscaras especiales para protegerse del nuevo virus. Suben a la ambulancia, encienden las sirenas para recorrer calles y avenidas de Iztapalapa a velocidades de más de 100 kilómetros por hora hasta llegar a una pequeña clínica particular para recoger a Jovany Fragoso, un paciente de 36 años con síntomas de coronavirus.
De ahí, ya con Fragoso encapsulado, la ambulancia se traslada al hospital General Enrique Cabrera, a unos 20 kilómetros de Iztapalapa, donde después de esperar más de una hora fue rechazado y de ahí fue trasladado al hospital General Balbuena, donde el paciente fue recibido e internado en el área de COVID.
Después de recorrer las calles de la capital del país por más de cuatro horas en las ambulancias, los paramédicos regresan a su base. Ya ha caído la noche y están exhaustos, sienten que hasta el traje y las máscaras prácticamente los asfixian.
Después de someterse a un proceso de sanitización, gritan y sonríen, al tiempo en que cuentan sus experiencias vividas. El grupo sabe, empero, que hay que seguir la lucha al día siguiente y que no hay espacio para mucho festejo.
Aunque son tiempos duros, David Rodríguez, el coordinador, sonríe orgulloso. Sus “86 héroes de Iztapalapa” no descansan.
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El corresponsal de The Associated Press en Ciudad de México, Carlos Rodríguez, contribuyó con este reporte.