Buenos Aires, 30 may (EFE).- El ómnibus no frena y los taxis no quieren llegar hasta allí. El coronavirus entró en la comunidad Qom (toba) que vive en la ciudad de Resistencia y no solo trajo enfermedad y muerte, sino también una mayor discriminación a este pueblo originario del noreste de Argentina.
"Nos están estigmatizando", lamenta Roberto Fernández, referente de la comunidad en el Barrio Toba de la capital del Chaco.
Esta provincia del noreste argentino es el tercer distrito con más personas con COVID-19 del país, detrás de la capital federal y de la provincia de Buenos Aires, a causa de la transmisión comunitaria que se desató tras el arribo de viajeros infectados con el virus.
EL CORONAVIRUS GOLPEA A LA COMUNIDAD ABORIGEN
La ola de contagios llegó al barrio Gran Toba, donde viven unas 4.500 personas, en su mayoría en condiciones de pobreza y hacinamiento, y la transmisión se multiplicó en cuestión de días, con hasta el momento 138 personas infectadas, de las cuales fallecieron 13.
Según relata Fernández a Efe, la pandemia llegó a la comunidad por el contagio que sufrió uno de sus habitantes tras haber sido operado en el hospital de la ciudad; esta persona fue aislada pero "sus padres quedaron contagiados en el barrio".
Los contagios aumentaron y la gente del lugar apunta a los jóvenes del barrio, a quienes les cuesta acatar la recomendación de aislamiento social y todas las noches suelen reunirse en la cancha de fútbol del lugar.
Los más grandes tomaron en las últimas semanas conciencia del poder devastador de la pandemia: "El virus se llevó a trece hermanos nuestros, algunos tenían problemas de chagas, de diabetes, de respiración", lamenta el hombre.
El reciente fallecimiento de Juan Rescio, integrante del reconocido coro qom Chelaalapi, a causa del COVID-19 también golpeó al barrio porque el "Espíritu del Monte", como lo llamaban, era una de las voces más representativas de su cultura.
LARGA HISTORIA DE DESIGUALDADES Y DISCRIMINACIÓN
En cada vivienda reside un nutrido grupo familiar, por lo que se dificulta el aislamiento en el hogar como también respetar el distanciamiento social: "Somos familias numerosas", asegura el hombre de 45 años.
La subsecretaria de Salud Comunitaria de Chaco, Carolina Centeno, explica a Efe que en el Gran Toba, de poco más de un kilómetro de diámetro, residen familias de hasta 13 o 15 integrantes en pequeñas viviendas de dos ambientes.
Es una zona atravesada por problemas sanitarios, habitacionales, de falta de agua y cloacas, además de necesidades alimentarias porque la mayoría no tiene ingresos estables, muchos solo reciben ayudas estatales y algunos son artesanos.
"Frente a la emergencia del coronavirus, eso irrumpe como el emergente más importante pero también se cruza con todas las cuestiones estructurales que no son de ahora ni del año pasado sino que son históricas, de años o décadas atrás", señala Centeno.
Fernández nació en el barrio Gran Toba, en el seno de una familia Qom que llegó a la ciudad en búsqueda de un futuro mejor, luego de que varias comunidades fueron expulsadas de la región del bosque nativo El Impenetrable, ante el avance de la frontera agrícola y los emprendimientos privados que las dejó sin tierras ni alimentos.
La integración de las comunidades aborígenes nunca fue sencilla y la pandemia vuelve a exponer las inequidades.
"No nos dejan ir a nuestros trabajos porque somos del Barrio Toba y creen que estamos contagiados. Necesitamos la libertad de trabajar normalmente pero con responsabilidad. Mi madre de 77 años dejó de ir a vender artesanías y depende ahora de mí y de mis hermanos", advierte Fernández.
Cuando empezaron los brotes en el barrio Toba, con una escalada muy acelerada, comenzaron estas cuestiones de discriminación: "Algunos miembros de la comunidad sufrieron actos de discriminación en los bancos, o perdieron el empleo o no los quieren dejar trabajar", lamenta la subsecretaria de Salud Comunitaria chaqueña.
"Esa discriminación, esa estigmatización siempre estuvo pero claramente se agudizó en virtud de señalar que el brote y la culpa estaba ahí adentro, cuando en realidad el virus ingresó seguramente de personas que se contagiaron fuera del barrio", advierte Centeno.
Ante la creciente preocupación de los habitantes del Gran Toba, intervino la secretaría de Derechos Humanos y se iniciaron campañas y acciones públicas tendientes a bajar el nivel de discriminación de la comunidad aborigen.
¿CÓMO FRENAR EL CONTAGIO?
Para evitar una mayor transmisión, las autoridades cerraron casi todas las salidas del barrio que conectan con el resto de la ciudad de Resistencia, ubicada unos 900 kilómetros al norte de Buenos Aires.
"Sufrimos un engaño moral, nos tienen encerrados, nos faltan los alimentos, nos discriminan, los colectivos (ómnibus) no nos paran más a los aborígenes en la ruta. Uno que había ido al hospital se tuvo que volver caminando porque el remisero (taxista) no lo quiso traer", se queja Fernández.
Centeno admite que "el aislamiento barrial no es una estrategia simple, es muy complejo y además tiene que estar coordinado con el resto de los sectores y con seguridad", y por ello en las últimas dos semanas se repartieron casa por casa 3.000 módulos con alimentos frescos y secos y con productos de limpieza.
Varios referentes piden a la Policía que ingrese al barrio cuando comienza a caer la noche para desalentar las reuniones sociales y evitar que tanto el contagio como la inseguridad crezca; y algunos solicitaron públicamente la intervención del Ejército, idea que fue rechazada por muchos otros.
Los integrantes de la etnia Qom que viven en el barrio Chacra 24, a ocho kilómetros de Resistencia, debieron salir a cortar la ruta nacional 11 para llamar la atención de las autoridades ante la aparición de síntomas sospechosos de COVID-19 entre algunos de los vecinos.
"Si quedamos en el olvido avanza el virus", expresa a Efe Emilce Sosa, que señala que sólo después de la protesta llegaron los funcionarios de salud pública a realizar los hisopados, que confirmaron que al menos cinco personas padecían COVID-19.
Las diferencias culturales dificultan también la comunicación; el aislamiento al que someten a los enfermos de COVID-19 y la falta de información sobre su estado genera desconfianza entre los integrantes de la comunidad y varios prefieren regresar a sus casas en vez de quedarse en el hospital.
En la Argentina no se registraron en tanto otros contagios entre integrantes de pueblos originarios, ya que la mayor parte de sus comunidades se encuentra en lugares alejados de los centros urbanos donde más circula el coronavirus, destacaron a Efe fuentes del Instituto Nacional de Asuntos Indígenas (INAI).
Cecilia Caminos