Confinamientos generan una introspección reveladora

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NUEVA YORK (AP) — Confianza, resistencia, pasión. El coronavirus está cambiando el mundo y obligando a la gente a permanecer en sus casas, alejada de sus rutinas. Al mismo tiempo, genera una introspección reveladora, que saca a la luz cosas que uno ni sabía que llevaba adentro y hace cambiar la perspectiva de la vida.

“Mi esposo y yo no podríamos sentirnos más cerca el uno del otro. Cuando nos jubilemos, no nos sacaremos los ojos”, dijo Chris Onishi, de 62 años, esposa de un detective de Auburn, estado de Washington. “Descubrimos que todo va a funcionar bien”.

La posibilidad de analizar las circunstancias personales sin las distracciones habituales ha llevado a mucha gente a sitios inesperados y afectado su relación con Dios, o ha hecho que revalore a sus compañeros de trabajo y su capacidad de salir adelante solos.

“Creo que la gente está priorizando sus relaciones de otras formas, valorando las cosas de otra manera”, dijo Vaile Wright, de la Asociación de Psicólogos de Estados Unidos (APA, por sus siglas en inglés).

Kathryn Ray, de Tucson, Arizona, tuvo una vida con altibajos, incluido un breve período en la indigencia. Hoy, a los 31 años y con un hijo, espera dejar atrás una existencia de sueldos mínimos recibiéndose de asistenta de médico. El virus dejó todo en el aire, impidiéndole completar 200 horas de trabajo como parte del programa de estudios.

Estaba asustada, sin saber si sería capaz de completar el programa. Pero dice que el virus y el valor de la gente que lo combate desde la primera línea de fuego la inspiraron. Lo mismo que los voluntarios que dan una mano.

“No tenía mucha confianza en mí misma”, dijo Ray. “Tal vez no sea la persona más inteligente del mundo, pero sé que tengo un gran corazón y mucha empatía. Ver cómo la gente ayuda y cuida del otro me hace pensar que estoy en lo correcto”.

Mientras Ray trabaja en su nueva pasión, Eric Little, de Houston, reconsidera una vieja. Igual que muchos profesores, se ha visto obligado a enseñar desde su casa.

“No sabía hasta qué punto la relación directa con mis estudiantes en el aula, mis conversaciones con ellos y el contacto diario, me motivaban para levantarme de la cama todos los días”, dijo Little, de 34 años. “Ahora solo nos comunicamos con llamadas telefónicas esporádicas, correos electrónicos y mensajes cortos de texto”.

Little desea enseñar psicología y sociología, pero mientras espera que llegue su momento da clases en una escuela secundaria de un barrio de clase trabajadora a estudiantes mayormente hispanos. Sus lecciones a menudo reflejan las cosas que los afectan personalmente, incluido el temor que sienten porque sus padres no tienen permiso de residencia y la responsabilidad de cuidar de sus hermanos menores mientras sus padres trabajan dobles turnos.

Little tenía grandes planes y sesiones interactivas con videos cuando comenzó la cuarentena, pero pocos de sus más de 60 alumnos se han conectado.

“La mayoría de ellos tiene que hacer otras cosas muy distintas a las que hacíamos en la escuela”, dijo Little. “No verlos todos los días es duro”.

Es bastante común que la gente madure en períodos de adversidad, según Sarah Lowe, que investiga el impacto de los traumas en la salud y en las relaciones personales en la Facultad de Salud Pública de Yale.

“Al tener que quedarse en la casa, la gente no solo se reconecta con amigos y familiares, sino que tiene conversaciones más profundas y significativas”, manifestó Lowe.

Wright, la psicóloga, directora de la unidad de innovaciones en el campo de la salud de la APA, también estudia los efectos de un trauma.

“Hay un proceso interno de integrar las cosas por las que hemos pasado, hacernos fuertes y salir adelante, ojalá que con un sentido más claro de lo que somos y de lo que queremos en la vida”, expresó.

Dawn Burton Rainwater, de Palm Bay, Florida, ha lidiado con su fe, en Dios y en sus seres queridos, los dos últimos meses.

Madre y abuela de 68 años, con un pasado evangélico, dice que amigos y familiares que le dan la espalda a quienes sufren durante la pandemia le abrieron los ojos. No acatan las medidas de seguridad, poniendo a otros en potenciales riesgos, y apoyan la noción falsa de que la crisis es un “invento”.

“Mi esposo y yo vivimos en nuestro mundo. Creo que ya no puedo confiar en mucha gente”, explicó esta diseñadora de sillas de rueda retirada. “Como cristiana, debería preocuparme por todo y por todos. Fui una cristiana presumida alguna vez, pero ahora me aferro a mi fe”.

A los 52 años, Quinten Daulton, de Heflin, Alabama, experimentó una epifanía de otro tipo.

Su trabajo en la industria automotriz corre peligro. En el pasado trabajó en la construcción y tuvo que cambiar de ramo por la crisis económica de principios de los años 2000. Hace tres años sufrió un paro cardíaco y se sometió a un bypass. Tiene un estante lleno de medicinas que “tal vez no pueda pagar” pronto.

“No soy nadie especial”, dijo Daulton, quien se describía a sí mismo como uno de esos chicos “que nunca concibió la posibilidad de perder” tras algunos éxitos tempranos y una crianza a base de refuerzos positivos.

“Fracasos morales y un enorme egoísmo, combinados con una vida de adulto de éxitos moderados interrumpidos por enormes derrotas ocasionales, forjaron esta visión de mí mismo”, expresó Saulton.

“No importa si conservo mi trabajo o encuentro otro, si capeo este temporal, me reinvento --otra vez-- o si lo pierdo todo. No hay nada especial ni único en mi historia. Es la misma historia de millones de personas como yo y probablemente sea hora de que deje de sufrir por ello”.

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