LONDRES (AP) — El gobierno estaba consciente de la gravedad de la medida que estaba tomando y trató de ser lo más cauteloso posible con el anuncio.
“Estamos privándolos del antiguo a inalienable derecho del pueblo libre del Reino Unido a ir al pub. Sabemos cómo se siente la gente”, dijo el primer ministro Boris Johnson al anunciar con tono consternado el cierre de los bares por el coronavirus el 20 de marzo, tres días antes de disponer una cuarentena generalizada.
Y se expresó en el mismo tono al extender las restricciones el domingo pasado y aludir a los “sombríos pubs”, tratando de dejarle saber a los británicos que está al tanto del impacto social de las medidas para combatir el COVID-19. No se pueden esperar novedades hasta el 1ro de julio, al parecer.
Miles de pubs han cerrado definitivamente en las últimas décadas por razones financieras y ahora es posible que muchos más corran la misma suerte. Algunos hacen lo que pueden para servir a la comunidad, como The Prince, al norte de Londres, que ofrece cerveza fresca para llevar a clientes que hacen cola en la acera, sin entrar al bar.
Muy bonito. Sin embargo, no cambia mucho las cosas. Una cerveza se puede tomar en cualquier lado, en el living o en el jardín. Pero no es lo mismo.
El pub es como la segunda casa de la gente, tanto para los bebedores como para los no bebedores. Es donde se reúnen amigos y familias en los buenos tiempos y también en los malos, donde se conocen las parejas en una primera cita y donde rompen la relación. Donde se dejan correr las horas sin mucho que hacer o decir.
Los pubs ocupan un lugar especial en la cultura británica y son un fenómeno único en el mundo. Son un componente esencial de la identidad nacional desde el caserío más modesto del sudoeste de Inglaterra, como The Montague Inn de Somerset, hasta el Sein Inn de la isla de Skye, en Escocia, más enfocado en el whisky.
Algunos, como el Groes Inn del norte de Gales, funcionan desde hace cientos de años y son sitios oscuros y pequeños, como hechos a la medida para planear conspiraciones a escondidas. Otros son más nuevos y resplandecientes, amplios, ideales para disfrutar un partido de rugby del torneo de las Seis Naciones.
Y hay de todo entre ambos extremos, desde sitios que ofrecen comida de primera calidad hasta locales populares.
Abundan los nombres que aluden a la historia del lugar. El Duque de esto y la Duquesa de aquello, por ejemplo. Otros son medio estrambóticos, como The Pyrotechnic’s Arms en el sudeste de Londres o The Bucket of Blood (El balde de sangre) en Cornwall.
Cambian según la época del año. Dan abrigo en invierno con sus hogueras y refrescan en el verano con sus cervezas.
Tal vez lo que más se extrañe es la posibilidad de entablar una charla con extraños. De opinar de esto y de aquello. De aprender a ser diplomático. Aunque a veces la gente se pasa de tragos y las cosas se pueden tornar caldeadas, incluso violentas.
Sin los pubs, no obstante, nada es lo mismo y nada dará la impresión de que las cosas se normalizan más que la reapertura de los bares. Luego de meses de encierro, las comunidades necesitarán retomar contactos y el pub será el principal vehículo para ello.