A sus casi 95 años, Anita Lasker-Wallfisch, superviviente de la orquesta de mujeres de Auschwitz, es una de las grandes voces que todavía hoy pueden contar su aterradora historia en los campos. Sin embargo, durante 40 años, la mantuvo en secreto.
Ni siquiera sus dos hijos supieron nada durante mucho tiempo, ignorando que su madre había sobrevivido a los campos nazis de Birkenau y de Bergen-Belsen gracias a su amor por el violoncelo.
Cuando llegó a Auschwitz en 1943, ese instrumento le permitió incorporarse a la orquesta de mujeres deportadas, que tocaba marchas para los detenidos, sometidos a trabajos forzados, mañana y noche, en la entrada del campo de exterminio.
Hoy, su hija menor, Maya, da fe junto a su madre de ese silencio tóxico, de ese trauma transmitido a la "segunda generación" en tantas familias de deportados.
Anita Lasker-Wallfisch no ha perdido un ápice de su increíble vitalidad, que mantiene incluso al teléfono, cuando responde a las preguntas de la AFP desde Londres, donde vive desde 1946. Su viaje a Berlín tuvo que ser anulado a causa de la pandemia del coronavirus.
- Volver a empezar -
"No quería agobiar a mis hijos con mi espantoso pasado, quería dejarlo atrás", explica en un alemán deliciosamente anticuado Anita, que educó a su prole en inglés.
El trauma de la deportación estaba "en el aire" pero no habló de ello ni siquiera con su esposo, el pianista Peter Wallfisch. "Teníamos otras cosas que hacer, retomamos nuestra vida partiendo de cero", insiste.
Además, ¿cómo explicar la locura del hombre? ¿Cómo contarle a unos niños que sus abuelos fueron asesinados en abril de 1942, que de la tía Renate solo quedó un "esqueleto con llagas abiertas en las piernas"? ¿Cómo decirles que, con 18 años, reducida al simple código de 69388, tocó en una orquesta instalada "a unos metros del crematorio, con unas vistas fantásticas a la rampa de selección"?
Sin embargo, los niños no son tontos. Su hija asegura que siempre había sentido que le estaban escondiendo un gran secreto.
Maya creció con unos "padres raros" que hablaban alemán entre sí, una lengua que sus hijos no entienden, al tiempo que odiaban todo lo que viniera de Alemania.
- Trauma "bajo llave" -
"Cuando oía hablar alemán en el autobús o en el metro, [el semblante de mi madre] se ensombrecía inmediatamente", cuenta su hija, autora del libro "Briefe nach Breslau" ("Cartas a Breslavia"), en el que narra cartas escritas para sus abuelos, que vivían en esa pequeña ciudad, hoy perteneciente a Polonia.
De pequeña, sus amigos le preguntaban por qué llevaba su madre un número de teléfono tatuado en su antebrazo. Un día, rebuscando en un cajón, dio con unas horribles fotografías de Bergen-Belsen, adonde Anita fue "transferida" con su hermana en marzo de 1944.
El secreto y el silencio "nunca son sanos", considera hoy la hija, de 62 años. "Yo lo absorbí todo pero, por supuesto, sin saber qué era ese 'todo'", agrega Maya. Tras dar muchas vueltas, se hizo psicoanalista, especializada en traumas transgeneracionales.
"El trauma no desaparece, se encierra bajo llave [...] Para algunas personas, es la única manera de mantenerse cuerdas", explica. "Pero las heridas del pasado son profundas y pueden volver a aflorar en la generación siguiente".
Anita Lasker-Wallfisch asegura que fue la música la que le salvó la vida, y también la que la empujó a viajar a Alemania por primera vez 43 años después de haber huido del país.
- Ovación en el Bundestag -
"No quería volver a Alemania nunca más", afirma. No obstante, "mi curiosidad por ver en qué se había convertido Bergen-Belsen fue más grande" y en julio de 1989, a raíz de un concierto con la Orquesta de Cámara Inglesa que ella cofundó, regresó al lugar en el que murió Ana Frank.
También regresó a su ciudad natal, Breslavia, y a Auschwitz-Birkenau, en la actual Polonia. Ver ese campo "vacío, sin nadie, fue... irreal", recuerda.
Desde entonces, Anita Lasker-Wallfisch ha intervenido varias veces en televisión y en escuelas de toda Alemania.
En enero de 2018, con ocasión del Día anual de conmemoración del Holocausto en Alemania, pronunció un discurso histórico en el Bundestag ante los diputados, entre los que había más de 90 del partido de ultraderecha AfD, elegidos por primera vez unos meses antes.
Allí, la superviviente vilipendió el antisemitismo, un "virus de 2.000 años manifiestamente incurable", y concluyó, antes de una larga ovación: "el odio es, simplemente, un veneno que acaba por envenenarte".
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