WASHINGTON (AP) — Los enfermos que tienen que ir a trabajar porque no de lo contrario no cobran.
Las familias que viven al día y pueden quedar en ruina con cualquier licencia temporal.
Los trabajadores indispensables que se exponen a ser contagiados manejando autobuses, haciendo entregas de comidas o limpiando los pisos de los hospitales.
Por años la desigualdad económica ha ido aumentando en el mundo y la riqueza se ha concentrado cada vez más en las elites, mientras el resto de la población lucha para salir a flote. Ahora, el brote de coronavirus pone en evidencia el costo humano de esa desigualdad, haciéndola más visible y potencialmente peor.
En Estados Unidos, el gobierno y la Reserva Federal realizaron la intervención financiera más grande de la historia, una campaña en gran escala que incluye pagos por enfermedad para algunos, enviando cheques de 1.200 dólares a individuos, ofreciendo asistencia a los patrones y ampliando los beneficios de desempleo para ayudar a la gente a sobrellevar la crisis.
Estas medidas son solo remiendos temporales. Y para mucha gente que se ha quedado sin trabajo, podrían no ser suficientes.
El desastre que está gestando lo que podría ser una profunda recesión plantea interrogantes acerca de lo que pasará cuando las cosas empiecen a normalizarse. ¿Estados Unidos seguirá siendo un caso aparte que ofrece limitadas protecciones a los más vulnerables? ¿O ampliará los beneficios sociales, como hizo en la depresión de la década de 1930, aunque no después de la recesión del 2008 y el 2009?
“Tal vez haya un cambio cultural”, arriesgó Elise Gould, economista de Instituto de Políticas Económicas, de tendencia progresista. “Creo que se presenta una gran oportunidad de ofrecer más protecciones laborales a los trabajadores que ganan menos”.
Gould dijo que la intervención del gobierno a través de pagos, beneficios en el campo de la salud y seguros de desempleo harán que resulte más fácil incorporar nuevos programas sociales cuando termine la recesión. Esas medidas podrían ayudar a reducir las desigualdades económicas.
El que el gobierno termine adoptando reformas duraderas dependerá de quién controle la Casa Blanca y el Congreso en enero, después de las elecciones de noviembre. Mientras tanto, el tema sin duda figurará prominentemente en la campaña electoral.
Entre las naciones con economías avanzadas, Estados Unidos no exige a los patrones que paguen por ausencias por enfermedad ni por vacaciones. El seguro de desempleo no es tan generoso ni eficiente como los programas de los gobiernos europeos que subsidian los sueldos u ofrecen ciertas garantías para limitar el tiempo que uno permanece sin trabajar.
El salario mínimo en Estados Unidos es inferior al de la mayoría de las naciones europeas, aunque muchos estados lo aumentaron en los últimos años. La Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico dijo en el 2018 que el salario mínimo representaba 33 centavos por cada dólar que gana un empleado promedio. Eso contrasta con los 46 centavos de Alemania, 54 centavos de Gran Bretaña y 62 centavos de Francia.
El coronavirus se ha ensañado con los más vulnerables. Los afroamericanos representan el 42% de las casi 3.300 muertas atribuidas al COVID-19 que contabilizó la Associated Press, dos veces el porcentaje de la población en las áreas abarcadas en el análisis. Los negros ganan menos, tienen tasas de desempleo más altas y menos acceso a atención médica que el resto de la ciudadanía en Estados Unidos. También tienen índices desproporcionadamente altos de las condiciones que los hacen más vulnerables al COVID-19: diabetes, obesidad y asma.
La paralización de la economía golpeó también con más fuerza a los más necesitados. El mes pasado Estados Unidos vio esfumarse 713.000 puestos de trabajo en el sector privado. El 64% de esas pérdidas fue en el sector hotelero y de entretenimiento y afectó a personas que ganaban un promedio de 16,83 dólares la hora, un 41% menos que el trabajador promedio.
Gente como Alexi Ajoste, quien trabajaba en un local de la cadena de comidas rápidas Panera desde hacía tres años y fue licenciado a fines del mes pasado. Ajoste, de 20 años, de Tempe, Arizona, se acogió al seguro de desempleo.
“Tengo una cuenta de ahorros y algún dinero para emergencias, pero esto me asusta mucho”, dijo Ajoste. “No sé si me alcanzará lo que tengo ahorrado. Mientras no sea más de cuatro o cinco meses, estaré bien”.
La misma ansiedad experimenta Kelly Singer, de 29 años, de Denver. Renunció a un empleo para tomar otro mejor pagado, pero una semana antes de empezar en su nuevo trabajo le retiraron el ofrecimiento. Ahora vive del seguro de desempleo. Pero no tiene seguro médico y debe pagar el alquiler.
“Estoy preocupada. Las cuentas te ponen nerviosa”, manifestó.
A lo largo de la historia, las catástrofes económicas a veces generaron beneficios sociales para la gente común. Otras veces no. El presidente Franklin D. Roosvelt sacó adelante una serie de reformas económicas después de la depresión, como jubilaciones a través del Seguro Social (Social Security), por ejemplo, y facilitó la sindicalización de los trabajadores, las negociaciones en busca de aumentos salariales y mejores condiciones laborales.
Después de la recesión del 2008, Barack Obama lanzó un programa de estímulo y logró la aprobación de una legislación que dio cobertura médica a millones de personas que no la tenían. Una feroz oposición de los conservadores, no obstante, le restó fuerza a su campaña y la intervención del gobierno fue menor que la que hubo en los años 30.
Para Alexandra Cawthorne Gaines, del Centro para el Progreso Americano, de tendencia liberal, “lo que necesitamos ahora son cambios estructurales a largo plazo”, incluida una expansión de la cobertura médica. Agregó que considera que, en medio de esta crisis, puede haber más predisposición a tomar este tipo de medidas.
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Los reporteros de la AP Travis Loller (Nashville, Tennessee) y Anne D’Innocenzio (Nueva York) colaboraron en este despacho.