MIAMI GARDENS, Florida, EE.UU. (AP) — Rashad Fenton trabajó una época en el Hard Rock Stadium.
Volverá a hacerlo el domingo, pero en una función muy diferente a la de la vez anterior.
Fenton es un cornerback de los Chiefs de Kansas City y tiene una historia muy inusual. Cuando estudiaba en la secundaria, trabajó los domingos en el Hard Rock, ayudando en el manejo de las concesionarias cuando jugaban los Dolphins. Iba caminando al estadio, trabajaba unas pocas horas y regresaba a su casa.
“Jamás pensé que iría a un Super Bowl”, dijo Fenton, quien pasó su infancia en Miami Gardens --donde se encuentra el estadio--, bien lejos de la famosa South Beach.
Aproximadamente uno de cada cuatro residentes de Miami Gardens vive por debajo del nivel de pobreza. La gran mayoría no tienen títulos universitarios, según estadísticas del censo. Y el ingreso promedio de los hogares es de alrededor de 43.000 dólares.
En otras palabras, el sueldo de un año de un hogar típico del barrio alcanzaría para comprar un puñado de entradas al Super Bowl. La mayoría de las entradas se vendieron a más de 5.000 dólares y el jueves por la noche todavía había algunas disponibles a 14.000 dólares. Varias suites se vendieron por más de 300.000 dólares, de acuerdo con funcionarios locales.
O sea, una suite puede costar los ingresos de siete años de un hogar típico de Miami Gardens.
Como sucede con todos los grandes eventos, sobre todo en ciudades donde hay residentes de distintos estratos sociales, el Super Bowl es sencillamente inalcanzable para la mayoría de las personas que viven allí.
Habrá unas 65.000 personas en el estadio el domingo, muchas de las cuales tienen dinero para regalar y llegarán en limosinas, tomarán bebidas caras y tendrán una gran cena, generando una fuerte dicotomía comparado con la realidad de la gente del barrio.
Fenton pudo escaparle a esa realidad a fuerza de trabajo.
“Necesitamos gente como Rahad porque representan la esperanza”, expresó Aubrey Hill, el técnico de Fenton en la secundaria, hoy ayudante de coach en la Universidad Internacional de la Florida. “Los niños necesitan cosas que les den esperanza porque tienen circunstancias muy duras. Hay armas y violencia en sus barrios, pero alguien está yendo al Super Bowl, eso da esperanza. Si no está la madre o el padre y están siendo criados por los abuelos, necesitan esperanza. La esperanza que da gente como Rashad. Es un recordatorio permanente para los chicos que son maltratados y que necesitan ejemplos positivos”.
Anthony Walker Jr. es un nativo de Miami que juega para los Colts de Indianápolis. Fue criado por un solo padre y rara vez fue a un partido de los Dolphins de niño. Los veía por televisión.
Pero pudo cursar estudios en la universidad Northwestern y lleva tres temporadas con los Colts. Lo que más le complace es haberle podido comprar un auto a su padre, cumpliendo una promesa que le hizo de niño. Pero también trata de hacerle saber a la gente que Miami es mucho más que las playas, los autos de lujo y las mansiones de los ricos.
“Es medio extraño”, expresó Walker, quien regaló las entradas que tenía al Super Bowl. “Los otros días alguien dijo ‘me voy a South Beach’ y alguien le corrigió, ‘no, es en Miami Gardens’. La gente piensa en Miami y piensa en South Beach, y uno les hace notar la diferencia”.
La gente gastará fortunas en el estadio, pero en sus alrededores los residentes sufren penurias.
Una cancha que no es mantenida. Un negocio cerrado. Un hipódromo en desuso.
“Es una comunidad luchadora, de clase trabajadora”, dijo Hill. “Estos chicos, sus padres o abuelos se levantan todos los días y hacen trabajos duros. Y les pasan esa ética laboral a otros. Hay mucho orgullo en todo eso”.