RIO DE JANEIRO (AP) — Alê Roque pasea por el asilvestrado huerto en Río de Janeiro, apartando hojas para señalar lo que ayudó a plantar el año pasado. “Este cacao, se está desarrollando bien... Miren a este árbol de lima, está lleno... Montones y montones de tomates... Ese un açai...”, comenta. Parece que siempre hay algo más. “Jengibre... Aguacates... Piña... Batata”.
Se agacha ante una batata y decide recogerla con los niños a los que enseña a cuidar plantas en este y otros lugares de la comunidad. Además de proporcionar alimentos gratis a los vecinos, hay otro beneficio: se está mucho más fresco a su sombra, una rareza en esta parte de la ciudad, lejos de la brisa marina de Copacabana e Ipanema.
Este pequeño trozo de tierra vacía se encuentra junto al centro de Providencia, la primera favela de Río, donde casas humildes se apiñan en ángulos improbables y los agujeros de bala revelan la presencia de narcotraficantes.
Es una de las docenas de lugares donde la gente está iniciando proyectos que aportan algo de verde a un paisaje urbano sin árboles, que contrasta con el frondoso bosque que se extiende junto a la ciudad. El grupo activista Catalytic Communities ha identificado proyectos sostenibles en toda la ciudad y trata de fomentar una red de apoyo.
“Parece que ahora, de pronto, incluso en los últimos seis meses, hay un aumento del interés”, dijo Theresa Williamson, directora ejecutiva del grupo.
Roque señala que si los niños se pasan el día viendo solo callejones, balas, envoltorios vacíos de drogas y basura, les costará contribuir al mundo con algo bueno. Necesitan espacios donde jugar y coger flores.
“¿Cómo vas a enseñarles a los niños sobre la Madre Naturaleza si no tienen contacto con ella?”, dijo Roque, de 49 años. “Esto podría estar ocurriendo en lugares de todo el mundo, en otras favelas, en otros rincones”.
Río es famosa por las espectaculares vistas de su extrema topografía, con su combinación de selva y costa. Pero mirando más allá de las postales se encuentra una imagen de distopía urbana tras décadas de expansión descontrolada y negligencia del gobierno. Se dice que incluso la estatua de Cristo el Redentor, colocada sobre un monte en la selva cerca de la costa, da la espalda a la mayor parte de la metrópoli.
Hay vecindarios enteros desconectados del bosque y, durante el verano, los vecinos sienten en la piel la falta de verde.
El sol no golpea a todos por igual. Los barrios con vegetación, que tienden a ser más ricos, sufren menos, mientras que el calor castiga a las amplias extensiones de tejados de aluminio y amianto. Los densos vecindarios de Río son de los que tienen menos vegetación en todo el país: 80 de ellos tienen menos de un 1% de cobertura arbórea, sobre todo en la industrial Zona Norte. Sin sombra ni evapotranspiración, las llamadas “islas de calor” hacen el verano aún más brutal.
La temperatura máxima en la ciudad alcanzó este verano los 40 grados Celsius (100 grados Fahrenheit), pero la gente presta más atención a la sensación térmica, que tiene en cuenta el viento y la humedad y alcanzó los 54,8 grados Celsius (131 Fahrenheit) el 11 de enero, al borde del récord.
En la Zona Norte de Río, la favela de Arara Park es tan densa que se construyó una línea de comercios de un solo cuarto sobre un desagüe abierto. Son hornos de ladrillo bajo el sol abrasador. Dentro de uno, un salón de belleza, Ingrid Rocha, de 20 años, se inclina bajo un ventilador de techo y tiene otro en el suelo. Su equipo de aire acondicionado no logra combatir el calor, de modo que los clientes solo aparecen pasadas las cuatro de la tarde. Eso implica que Rocha, que está embarazada, tiene que trabajar más de 12 horas para cumplir sus objetivos.
En el corazón de la favela, Luis Cassiano se sienta en un jardín sobre el tejado de su caso. Conforme se multiplicaban las casas en el barrio en las últimas tres décadas, le pareció que la temperatura iba subiendo hasta hacerse insoportable. El sol se ponía por detrás del lejano bosque, pero su casa no se refrescaba hasta pasada la medianoche.
Tras buscar una solución en internet, decidió instalar un tejado verde con bromelias, plantas suculentas o crasas y un pequeño árbol de quaresmeira con flores. Ahora quiere hacer lo mismo por sus vecinos. También hay una ventaja estética: la favela necesita algo de verde tranquilizador, afirma, para compensar el rojo airado de los ladrillos y el gris melancólico de los tejados.
Por ahora ha habido pocos interesados, pero “si Dios quiere, la gente comprenderá que es necesario y urgente y será un trabajo que será muy útil”, dijo, sentado en el jardín de su tejado poco después del mediodía. “Creo que un día, la gente terminará uniéndose. Lo necesitaremos. ¡Sólo hay que ver el calor de todos esos tejados juntos!”.
El verde incipiente de estos proyectos es una ruptura con el pasado reciente de Río, según Washington Fajardo, investigador visitante de política de vivienda en la Universidad de Harvard. Una política inspirada en París para plantar árboles de sombra se quedó a medio camino cuando el modernismo se convirtió en la estética imperante en Brasil. Últimamente las obras públicas han recurrido a las palmeras porque son resistentes, pero hacen poco por reducir la temperatura.
“Hacer que un árbol crezca en un entorno urbano requiere riego, porque la contaminación hace mucho más difícil que un árbol joven llegue a la madurez”, explicó Fajardo, que fuera asesor especial del alcalde en asuntos urbanos, desde Cambridge, Massachusetts. “Es extraño, a principios del siglo XX sabíamos hacerlo mejor”.
La política pública de Río está muy por detrás de la que tienen ciudades como Seúl, Lisboa, Durban y Medellín, e incluso capitales de estado brasileñas como Recife y Belo Horizonte, señaló Cecilia Herzog, presidenta de Inverde, una organización que investiga infraestructura ecológica y ecología urbana. De modo que la gente empieza a tomar la iniciativa, añadió.
La ciudad ha empezado a prestar atención. Río comenzó a plantar este mes especias nativas de árbol para crear 25 “islas frescas” en la Zona Oeste de la ciudad.
Entre tanto, el calor no hace más que aumentar en Brasil, como en el resto del mundo. Su región suroeste, donde se encuentra Río, ha registrado desde 2014 tres de sus años más cálidos documentados.
El calor se hace notar en una plaza en la favela de Providencia. A pesar de que aún es por al mañana y sopla viento desde lo alto de la colina, Alê Roque se seca con una toalla el sudor de la frente, el labio superior y la barbilla. Los árboles de fruta de la pasión y acelora que plantó están empezando a ganar altura. Esos y otros brotes reciben ahora agua de un rudimentario sistema de riego.
En unas horas hará aún más calor cuando enseñe a varios preadolescentes a hacer compost, lo que implicará cargar más de 10 cargas de tierra vieja por dos tramos de escaleras hasta el patio trasero de una casa.
¿Por qué aguanta Roque el trabajo y el calor?
“¡Quiero hacer al mundo verde!”, dice, antes de reírse. Después vuelve a ponerse seria. “Es porque alguien tiene que hacerlo, sinceramente es eso. Alguien tiene que hacerlo”.
___
El videoperiodista de Associated Press Lucas Dumphreys contribuyó a este despacho.