Omar al Bashir, autócrata derrocado que puede ser condenado a muerte

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Golpista, autócrata corrupto, rey de los petrodólares o criminal buscado. El exjefe de Estado sudanés Omar al Bashir, objeto de un juicio en Jartum por su golpe de Estado de 1989 que le puede costar la pena de muerte, ha mostrado diferentes rostros durante los 30 años en los que gobernó con mano dura.

El exdictador, de 76 años, detenido en la prisión de Kober en Jartum donde encerraba otrora a sus opositores, había aplastado sin miramientos toda protesta tras su llegada al poder.

Conocido por sus bailes en público, siempre fue un hombre seguro de sí mismo que asumió sin dudar sus posturas políticas.

Pocos días antes de ser derrocado el 11 de abril de 2019 por el ejército por la presión de las manifestaciones en la calle, Omar al Bashir todavía daba discursos a la muchedumbre con su bastón y su turbante en la cabeza.

Su caída le impidió presentarse a un nuevo mandato en 2020, tras haber sido electo presidente dos veces, en 2010 y 2015, en comicios boicoteados por la oposición

- Golpe de Estado -

Para la opinión pública internacional, es ante todo un criminal acusado de "genocidio", "crímenes de guerra" y "crímenes contra la humanidad" con órdenes de detención del Tribunal Penal Internacional (TPI).

A partir de 2003, en el conflicto de la provincia de Darfur, las milicias árabes pro-régimen Janjawid aterrorizaron a la población. Según la ONU en Darfur murieron 300.000 personas y hubo 2,5 millones de desplazados.

En 2009, el TPI lanzó una orden de captura contra él por "crímenes de guerra y contra la humanidad" en Darfur, y en 2010 añadió la acusación de "genocidio".

El Consejo soberano sudanés, constituido en agosto de 2019 para supervisar la transición política, afirmó en febrero que Bashir será entregado a la justicia internacional.

Antes de caer, Bashir no dudó sin embargo en desafiar al TPI con visitas a Arabia Saudita y Egipto.

Pero fue un caso de corrupción –el dinero que recibió del príncipe heredero saudita Mohamed bin Salmán– el que valió su primera condena en diciembre en Jartum a dos años de detención en un centro para personas de edad avanzada.

Omar al Bashir tiene dos mujeres pero no tuvo hijos. Nació en la pequeña ciudad de Hosh Bannaga, a unos 200 kilómetros en el norte de Jartum, en lo que era entonces el Sudán anglo-egipcio.

Su familia era pobre, de la tribu de los Al-Bedairyya Al-Dahmashyya, una de las más poderosas del país.

Se formó en la academia militar de Egipto y en 1973 participó en la guerra contra Israel junto al ejército egipcio.

El 30 de junio de 1989, rodeado de un grupo de oficiales, tomó el poder en Jartum y derrocó al gobierno elegido democráticamente de Sadek al-Mahdi.

Bashir tuvo entonces el apoyo del Frente Islámico Nacional, el partido de su mentor, Hassan al Turabi.

- Bin Laden y Al Qaida -

Bajo su influencia llevó a Sudán –un país dividido en numerosas tribus y que entonces tenía un norte mayoritariamente musulmán y un sur cristiano– hacia el islam radical.

Sudán se convirtió entonces en un centro internacional islamista y acogió al jefe de Al Qaida, Osama bin Laden, antes de expulsarlo en 1996 bajo presión estadounidense.

A finales de los años 1990 Bashir se desmarcó de Al Turabi y se alejó del islamismo radical para mejorar las relaciones con sus adversarios y sus vecinos.

"Bashir se convirtió en hábil con el tiempo, aprendió el oficio, al principio no era una personalidad de primer plano", apunta Marc Lavergne, director de investigación del centro de estudios francés CNRS.

En el momento cumbre de su poder, en los años 2000, tuvo también la ayuda de los altos precios del petróleo.

En 2005, en pleno conflicto en Darfur, firmó un acuerdo de paz con los rebeldes del sur que abrió la vía a compartir el poder y a un referéndum sobre la independencia de esta región, que en 2011 se convertió en Sudán del Sur.

Pero como las reservas petroleras están concentradas en el sur, perdió una baza importante y el país empezó a sufrir una grave crisis económica.

Bashir fue durante mucho tiempo aliado de Irán, que le ayudó a poner en marcha sus servicios de seguridad. Sin embargo apostó después por su gran rival, Arabia Saudita, considerada una mejor aliada tras las protestas de la Primavera Árabe en 2011.

bur-emp/all/pc-mar/mb

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