En marzo de 1966, el programa Gemini, diseñado para perfeccionar las técnicas que serían necesarias para el alunizaje del Apolo, se encontraba en pleno apogeo. Los astronautas estaban especialmente entusiasmados con esta nave. Tenía una cabina más grande que la de su antecesora, Mercurio, con capacidad para dos personas; le otorgaba al piloto un control casi completo y hasta podía cambiar de órbita de navegación. La misión consistía en concretar el acoplamiento de naves y comprobar las consecuencias de estadías más largas en el espacio.
El Gemini 8 fue la misión más ambiciosa del programa. Los astronautas tenían que realizar maniobras inéditas para lograr el primer acoplamiento de dos naves y una caminata espacial extendida. También fue el primer vuelo espacial para Neil Armstrong, el hombre que tres años más tarde pasaría a la Historia por ser el primero en pisar la Luna, y David Scott, una estrella en ascenso entre los rubios y musculosos astronautas de la NASA.
Scott, de 33 años, había ingresado al programa en 1963. Lo tenía todo: buena apariencia, confianza, una maestría en ingeniería astronáutica, era piloto de combate y estaba casado con la hija de un poderoso general retirado de la Fuerza Aérea. Armstrong, con 35 años, ex piloto de aviación naval y piloto de pruebas civiles, había sido seleccionado como astronauta en 1962 después de volar el X-15 propulsado por un cohete, un elegante avión experimental diseñado para explorar los límites de un piloto a velocidades hipersónicas y altitudes extremas. Hizo siete vuelos en el X-15 y fue el primero en probar el prototipo X-20 Dyna-Soar, que estaba siendo desarrollado. Armstrong había nacido en una granja de Ohio y a los 16 años ya tenía licencia para pilotear los aviones fumigadores. En 1947, comenzó a estudiar ingeniería aeronáutica en la prestigiosa universidad Purdue de Indiana con una beca de la Armada. Dos años más tarde cumplió con el servicio militar como aviador naval. Cuando estaba por terminar los dos años obligatorios, estalló la guerra de Corea. Su unidad fue una de las primeras en entrar en acción. Armstrong realizó 78 misiones en un Grumman F9F Panther. Volvió para contarlo, terminó la carrera y comenzó a trabajar como piloto de pruebas de investigación. En 1962, cuando John Glenn hizo el primer viaje orbital, se postuló para ser astronauta. Armstrong era más silencioso y más humilde que la mayoría de los pilotos de prueba. Tenía una reputación por tomar decisiones muy rápido y mantener una gran frialdad bajo presión. Necesitaría de ambas cualidades para su primer vuelo al espacio.
Mucho estaba en juego. Aunque las primeras misiones del Gemini habían sido exitosas -se veía a Estados Unidos como adelantado en la carrera espacial-, las fotografías que tomó un avión espía de la CIA mostraron que los soviéticos estaban construyendo un cohete monstruoso, "seguramente" destinado para ir a la Luna. La NASA todavía tenía mucho que experimentar antes de que sus hombres pudieran intentar el alunizaje. También había una polémica interna. La muerte de tres astronautas mientras pilotaban sus aviones a reacción había creado una discusión entre los ingenieros sobre el riego que corrían los astronautas y la posibilidad de hacer todas las pruebas con naves manejadas a control remoto. Los ingenieros necesitaban desesperadamente un vuelo "normal y exitoso" para continuar con el programa y que no se cortara el presupuesto. En cambio, tuvieron un vuelo que estuvo muy cerca de convertirse en un desastre. Sólo la pericia de Armstrong salvó a la NASA.
A pesar de los inconvenientes, lograron demostrar que los astronautas estaban muy bien adiestrados para evitar catástrofes en el espacio y dominar la tecnología. Y en el proceso, Armstrong consolidó su reputación como el hombre adecuado para dar el paso más grande. La misión comenzó bien. El Gemini 8 despegó sin problemas a las 10:41 del 16 de marzo de 1966. Después de alcanzar la órbita, Armstrong inició la primera de las nueve maniobras de propulsión, para capturar al objetivo, un cohete modificado del tipo Agena, que había sido lanzado 95 minutos antes y flotaba en una órbita más alta. Fueron asistidos por la computadora de guía del Gemini, primitiva pero efectiva para determinar la ubicación de las dos naves y calcular el mejor arco de transferencia. Armstrong frenó su nave a unos pocos metros del Agena, que brillaba a la luz del sol. Hizo todos los cálculos y fue moviendo el joystick con precisión de cirujano y paciencia de monje budista. Media hora más tarde, las dos naves estaban acopladas. "Vuelo, estamos atracados", dijo Armstrong y en el centro de control de Houston comenzaron los aplausos y los abrazos.
Era el momento que los astronautas podían descansar. En unas pocas horas, Scott tendría una caminata espacial ambiciosa, con varias tareas pesadas y Armstrong debía mantener estable la nave todo ese tiempo. Jim Lovell, otro astronauta que sería parte de la tripulación del Apollo XII, estaba en ese momento a cargo de las comunicaciones en una base de la isla de Madagascar. Él estaría vigilando cualquier movimiento mientras los astronautas intentaban dormir. Media hora después, Lovell se comunicó para avisarles de un movimiento extraño. Scott miró el panel de control y notó que estaban en un lento giro de 30 grados a la izquierda. Armstrong encendió los propulsores para corregirlo. Después de dos minutos, todo comenzó de nuevo. La nave daba vueltas sin control. Era el Agena que no estaba estabilizado y los arrastraba. Armstrong trataba de bajar el ritmo con su controlador manual.
Estaban girando peligrosamente en el espacio atados a un cohete lleno de combustible. Era una situación de emergencia para la que no habían practicado y que nadie había imaginado. Había que hacer algo y rápido, antes de que la nave se quebrara o explotara. O aún peor, que terminara con el oxígeno y condenara a los astronautas a una muerte lenta. Después de algunas cuantas maniobras lograron desacoplar el Agena. Pero de inmediato se dieron cuenta de que el problema no estaba sólo en esa nave. El Gemini seguía como un trompo. Giraba a una velocidad de cerca de dos revoluciones por segundo. "Nos acercábamos a los límites fisiológicos", fue la descripción que hizo Armstrong en un reportaje unos años más tarde. La presión era demasiado fuerte, incluso para dos pilotos de prueba experimentados. Tenían náuseas y el glóbulo ocular parecía que les iba a estallar. Cuando lograban abrir los ojos, veían todo borroso. Tampoco tenían comunicación con el control central. Apenas lograron dar la alerta a la estación de rastreo ubicada en un barco al sur de Japón. Desde Houston preguntaban qué estaba sucediendo, pero la comunicación era entrecortada y no podían informar nada. Estaban a punto de desmayarse.
La única opción era la de lograr encender los motores de reingreso a la atmósfera terrestre. Armstrong tenía el entrenamiento preciso como para encontrar el control de manera intuitiva. Lo hizo, pero no funcionó. La nave seguía dando vueltas cada vez a más velocidad. En uno de los trompos, Armstrong logró destrabar el comando manual. Hizo varias maniobras hasta que el Gemini se estabilizó. Pero en la acción, los motores utilizaron casi todo el combustible disponible. A partir de ahora todo debía ser muy preciso o no tendrían ninguna posibilidad de regreso. Revisó los comandos y se dio cuenta de que todo había sido provocado por un cortocircuito en el propulsor número ocho. El Agena no había tenido nada que ver.
Finalmente, se reanudó la comunicación. Todos sabían que la misión había terminado. Ya no habría caminata espacial para la que tanto había entrenado Scott. El director de vuelo John Hodge, un inglés canoso, imperturbable, debía tomar la decisión. Veinte minutos después, ordenó al Gemini volver a entrar en la séptima órbita. Tendrían unas tres horas hasta el aterrizaje. Los rescatarían en el mar a unas 620 millas marinas al sureste de Japón. Un destructor de la Armada ya se dirigía hacia la posición. Pero nadie sabía si la nave podría llegar a hasta ese lugar, dependía de que encontraran el ángulo exacto de entrada a la atmósfera. Cuando los astronautas vieron que los Himalayas se hacían cada vez más grandes, pensaron que se estrellarían contra una montaña. Pero el ángulo era menos pronunciado de lo que parecía a simple vista y pronto apareció el azul del océano debajo de ellos. Los tres paracaídas se desprendieron sin inconvenientes y la Gemini se posó sin hundirse en el mar agitado. Veinte minutos más tarde, tres hombres rana cayeron de un avión de transporte de la Fuerza Aérea y una hora después la nave estaba sobre la cubierta del destructor. Armstrong había salvado a la misión y a la NASA. A pesar del accidente, habían aprendido mucho en este viaje y el camino estaba despejado para iniciar el programa Apolo que los llevaría a la Luna. Armstrong era el hombre mejor preparado para liderar esa misión.
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