El desastre de los mesías

Esos mesías llegan al poder por una mezcla de razones, pero, sobre todo, por la esperanza que generan en una sociedad harta del establecimiento tradicional, de los partidos políticos y, en general, del ‘statu quo’; no salieron de la nada y la autocrítica del establecimiento debe ser clara y transparente

Los líderes políticos de Venezuela y Colombia, Nicolás Maduro y Gustavo Petro, respectivamente, se encontraron en Caracas para abordar una serie de desafíos que han afectado las relaciones bilaterales entre ambas naciones - crédito Presidencia de Venezuela

Colombia vive hoy uno de los momentos mas difíciles en materia económica, política, social y, sobre todo, de seguridad. El populismo del siglo 21, que finalmente nos llegó con la elección de Gustavo Petro, se ha convertido en una amenaza para la estabilidad política y económica del país y, sin duda, una amenaza para la estabilidad regional.

Petro forma parte de esos mesías que llegan al poder por una mezcla de razones pero, sobre todo, por la esperanza que generan en una sociedad harta del establecimiento tradicional, de los partidos políticos y, en general, del statu quo. Sin embargo, esa esperanza se ha traducido en una gran frustración, que ha desembocado en dictaduras, autoritarismo, desastre económico y social, con un componente importante de crecimiento de organizaciones criminales que se nutren y se alían con estos nuevos líderes.

El mesías mayor de los últimos 100 años fue el argentino Juan Domingo Perón. La crisis actual de la Argentina, que, ciertamente, hace un siglo era uno de los países más ricos de la región e incluso del mundo, parte de esa política que Perón impuso, que se ha transformado, pero que tiene como base un populismo irresponsable e insostenible en materia fiscal que empobreció al país y que hoy enfrenta el nuevo presidente argentino, Javier MiIlei, a un altísimo costo social para sus ciudadanos.

Pero es a finales del siglo pasado cuando, con la llegada de Hugo Chávez al poder en Venezuela, este se convierte en el líder y en la imagen de este movimiento populista que llama el Socialismo del Siglo XXI, el cual, por donde ha pasado, ha arruinado a los países y pauperizado las sociedades que lo sufren.

A finales del siglo Hugo Chávez se convierte en el líder del llamado Socialismo del Siglo XXI

Venezuela, una potencia petrolera, es el mejor ejemplo. Hoy es el segundo país más pobre de la región, después de Haiti, y ha expulsado más de siete millones de ciudadanos en los últimos 8 años por la crisis económica que dejó ese modelo, que se nutre de la corrupción y del estatismo. El carisma de Chavez y el precio del petróleo, antes de que destruyeran esa industria, le permitieron mantenerse mas de una década en el poder, pero la herencia de su populismo es una Venezuela bajo la dictadura y el poder de unas mafias poderosísimas que trabajan de la mano del Gobierno y una economía quebrada.

En Bolivia, Evo Morales, otro mesías, dejó el mismo resultado que Chávez: un país alineado con las dictaduras del mundo, en especial con Irán, con nada de futuro económico, cuando habría podido ser una potencia gasífera y minera, pero en su lugar hoy tiene una industria de la coca boyante con unos criminales empoderados y alineados con la clase política.

México, con AMLO, también va por ese camino. El poder del narcotráfico es hoy mayor que nunca, tanto así que la mitad de los estados de ese país están controlados de una manera u otra por el narcotráfico. El poder político de los narcotraficantes ya decide elecciones, han asesinado entre 28 y 40 candidatos -de acuerdo con distintas fuentes- por no ser de su gusto en el debate electoral. La democracia se muere en México por esa política de abrazos y no balazos que impuso AMLO desde que llegó al poder.

Bajo el mandato de Andres Manuel Lopez Obrador México cayó más que nunca bajo el poder del narco. REUTERS/Raquel Cunha/File Photo

Industrias importantísimas como la del aguacate y el limón o la de insumos para la construcción hoy son controladas por un narcotráfico que evoluciona de una industria criminal a un emporio político, militar y económico ilegal paralelo y, muchas veces, más poderoso que el mismo Estado. México, además, es hoy el país más riesgoso en el mundo para los periodistas que, sin ningún tipo de protección y con un presidente que los vulnera, los amenaza y los estigmatiza casi que a diario en su programa El Mañanero, se ven a gatas para cumplir con su deber. Sin duda, ese elemento fundamental para la democracia, la libertad de prensa, está gravemente amenazado en el gobierno populista de López Obrador.

Ahora el campeón del populismo en la región es Petro. Que solo se victimiza -de eso vive-, que no escucha a millones que se fueron a las calles; al contrario, minimiza esas multitudinarias marchas; que solo divide -de eso se nutren los populistas- y que busca quedarse en el poder a través de una constituyente, tal y como lo hizo Chávez.

Petro, con un ego monumental -en eso estos personajes son iguales- que solo le permite ver y traducir la realidad a su acomodo, no respeta la institucionalidad y la ve como un estorbo; en eso también coinciden todos. Sin duda ha sido buen alumno de sus colegas populistas, pero con un agravante para un país que ha sufrido tanta lo violencia, su mirada complaciente con los criminales que los lleva a crecer, como ha pasado las Farc, el Eln y los narcotraficantes -en eso también coinciden AMLO, Evo, Chávez y Petro- y ha hecho retroceder a Colombia más de 20 años en materia de seguridad.

Estos mesías no salieron de la nada y la autocrítica del establecimiento debe ser clara y transparente. Si Petro sale en el 2026, lo que los colombianos, su clase dirigente y su clase política no pueden hacer es volver a lo mismo de antes. Colombia y la región cambió, ojalá aprendamos la lección.