Seguida por 30 millones de televidentes, la boda de la actriz Grace Kelly y el Príncipe Rainiero III de Mónaco fue uno de los acontecimientos más importantes del siglo XX. La actriz norteamericana, de melena dorada, rasgos angelicales y una figura perfecta, tenía 26 años y abandonaba su exitosa carrera, en la que había sido una chica Hitchcock (La Ventana Indiscreta, Crimen perfecto y Atrapa un ladrón) y acababa de ser galardonada con un Oscar, de forma inesperada, por su protagónico en La Angustia de Vivir (1954) cuando la favorita era Judy Garland, por Ha nacido una estrella. A orillas del Mediterráneo, el príncipe Rainiero Luis Enrique Majencio Beltrán Grimaldi, se recuperaba de la ruptura amorosa con la actriz francesa Gisele Pascal, que no había sido aprobada para ocupar el trono.
El noviazgo con el Príncipe Rainiero fue muy breve y vivido a través de los medios como un auténtico cuento de hadas. En menos de un año, y haberse retirado de su carrera de Hollywood con el film Alta Sociedad (1956) el 4 de abril de 1956 Grace Kelly abordó el transatlántico SS Constitution en forma exclusiva acompañada por su familia, damas de honor y su caniche camino a su vida de princesa en Mónaco. La mudanza incluyó 80 piezas de equipaje. Grace era una mujer elegante por naturaleza y formaba parte de una familia aristocrática y católica de Filadelfia, una de las más ricas de la ciudad. Estaba habituada a las galas, eventos benéficos y más. Mónaco, en ese entonces, no se trataba de un principado tan conocido, por lo que la madre de Grace entró en confusiones y creyó que su futuro yerno era el príncipe de Marruecos. Sus admiradores fueron a despedirla al puerto y a su llegada, después de 8 días de travesía, llegó al encantador puerto a orillas del Mediterráneo, donde fue recibida por unas 20 mil personas, que celebraban la llegada de la futura princesa consorte.
Por lo visto, la unión de Hollywood con la realeza viene de larga data, y tal vez el matrimonio más resonante fue el de los protagonistas de esta historia, dado que la actriz era una estrella famosa en el mundo entero. Y oscarizada. Su carrera había sido meteórica. En apenas seis años había pasado de ser modelo de cigarrillos y lencería a una de las actrices más requeridas de los directores de Hollywood. Cuando conoció a Rainiero, Kelly vivía en un departamento frente al Central Park de 350 metros cuadrados, un lujo que podía darse dado el cachet altísimo que cobraba, unos 50 mil dólares por película. En sus primeras apariciones le pagaban 750.
A Raniero lo conoció mientras se proyectaba en la octava edición de Cannes la película con la que obtuvo el Oscar. Su equipo de relaciones públicas organizó una sesión de fotos para la revista francesa semanal Paris Match en el palacio, que quedó para la historia. En ese entonces ella tenía un romance con el actor francés Jean-Pierre Aumont, quien la convenció de que viajara a la Costa Azul. Mónaco y Cannes están separados tan solo por 60 kilómetros, pero ¿por qué la actriz hizo esa visita? En el viaje en tren en que se dirigía desde París a Cannes, acompañada por la vestuarista Gladys de Segonzac se toparon con la actriz Olivia de Havilland y su marido Pierre Galante, el editor de Paris Match, que fue quien le propuso la nota. “¿Te gustaría ir a Mónaco?”, según relatos del biógrafo de la princesa, Donald Spoto. Algunos creen que esa propuesta no fue casual, sino orquestada por Aristóteles Onassis, el magnate griego que tenía intereses en el pequeño principado y buscaba darle brillo con un matrimonio mediático y nada menos que con la actriz del momento.
La nota en el palacio se hizo el 6 de mayo de 1955 y por poco, se cancelaba. En primer lugar, se había cortado la luz en el hotel de Kelly, el Carlton, por una huelga. Eso significaba que llegaría al palacio sin el pelo modelado y el vestido sin planchar. Pero la vestuarista encontró una solución. Le hicieron un peinado recogido, con unas flores artificiales que había en el hotel y usaron un vestido floreado que no necesitaba plancha, que le habían dado para la portada de una revista de moldería. No era muy de su estilo ni tan elegante, pero la sacó del apuro. Llegaron a la cita pero Rainiero no los estaba esperando y tardó tanto que Kelly estuvo a punto de irse, molesta por la desconsideración. La historia hubiese sido distinta si el príncipe no hubiera llegado a último momento.
Unos 30 millones de televidentes posaron su mirada en la novia, la gran protagonista en la Catedral de Mónaco y quienes pudieron vieron la transmisión a color, la primera boda de la realeza que se veía en televisión. Grace Kelly encarnaba la perfección y ese traje de novia era soñado. La creadora del modelo fue Helen Rose, una diseñadora norteamericana que triunfaba en Hollywood: se había ocupado del vestuario de más de 200 películas, había ganado dos Oscar y también tenía experiencia en bodas celebradas con bombos y platillos, como la de Elizabeth Taylor y el millonario Conrad Hilton en 1950. El lujoso vestido, que costó unos 60 mil dólares en esa época, fue un regalo de la Metro Goldwyn Mayer, que involucró el trabajo de 36 costureras a lo largo de dos meses. En los años cincuenta, década en que reinaba el estilo del diseñador Christian Dior, los diseños marcaban la cintura y las faldas eran voluminosas. La de Grace Kelly llevaba cientos de perlas cosidas a mano y una cola de un metro. El corset abotonado en la espalda tenía un escote corazón y estaba forrado con otra pieza de encaje de Bruselas - de 125 años de antigüedad- con cuello alto, una elegante y larga abotonadura y mangas largas ajustadas. La novia no lució una tiara. Usó en su lugar un pequeño casquete con apliques de perlas y unas delicadas flores de azahar del que estaba sujeto el velo.
En lugar de un gran ramo, la princesa norteamericana llevó una Biblia decorada con encaje y perlas junto a un ramo de lirios del valle. Por último, los detalles de sus zapatos. La princesa era alta, medía 1.69 y el príncipe no medía mucho más, por lo que llevó zapatos de taco bajo, forrados de encaje de un prestigioso zapatero inglés David Evins, que llevaba grabado el nombre de ella en el zapato izquierdo y el de él, en el derecho. Asimismo, llevaba un centavo de cobre debajo de la plantilla derecha, que se usaba como amuleto de la suerte. Un deseo que no pudo tener un final de cuentos, teniendo en cuenta las tragedias que marcaron a la familia Grimaldi, empezando por la temprana muerte de la misma princesa, el 13 de septiembre de 1982, a los 52 años como consecuencia del accidente con su automóvil que se desbarrancó en una curva cercana a Mónaco. Viajaba con su hija menor, Estefanía quien contó veinte años después que su madre había confundido el freno con el acelerador.
La princesa no solo lució el vestido más celebrado y copiado de la historia, cuyo modelo sigue vigente hoy en día, también, como una flor delicada, emanó un perfume propio, encargado a la casa Creed por el Príncipe para ella. La fragancia exclusiva fue llamada “Fleurissimo” y fue desarrollado para su uso hasta 1972, cuando se lanzó la venta al público.
Asistieron al festejo en el palacio 600 invitados. Sus amigos de Hollywood estuvieron ahí: Cary Grant, Aga Khan, David Niven, Gloria Swanson, Frank Sinatra y Ava Gardner. Afuera, había más gente que adentro. Unos 1500 fotógrafos y periodistas de todo el mundo trataban de conseguir las mejores fotos y declaraciones de los famosos. La recepción no escatimó en nada: se comió caviar, langosta fría, salmón y se bebió mucho champagne. La torta de siete pisos se llevó todas las miradas.
Además de las sospechas sobre los intereses económicos del Principado de Mónaco, años más tarde también se conoció otro detalle menos romántico del enlace: la dote. El padre rico de la novia se vio obligado a desembolsar la suma de dos millones de dólares, en una época en que esa costumbre había caído en desuso. Además de esa suma, Grace Kelly pasó por un estudio de fertilidad, para comprobar que fuera capaz de darle un heredero. Y en ese mismo estudio, los médicos advirtieron que no era virgen. Pero ella tuvo una pronta respuesta: había tenido un accidente practicando equitación.
Al finalizar la ceremonia, la novia visitó la Iglesia de Santa Devota a dejar su ramo y pedir protección para su matrimonio, según la tradición del principado monegasco. Luego los esperaba un Rolls Royce descapotable, regalo de boda del principado, en el que recorrieron las calles de Montecarlo, capital de Mónaco.
El amigo del príncipe, Aristóteles Onassis, también estuvo en la gran celebración y les regaló un lujoso yate, el Deo Juvante IIm con el que la pareja se fue de luna de miel durante siete semanas por el Mar Mediterráneo.
Cuando se le preguntó al Príncipe dos meses antes de la boda sobre el futuro laboral de Kelly, fue tajante: “Yo creo que lo mejor sería que no siguiera en el cine. Yo he de vivir en Mónaco y ella tendrá que vivir conmigo. No funcionaría. Ya tendrá bastante que hacer como princesa, aunque no intervendrá en la administración del principado”.
A los nueve meses nació su primera hija, Carolina. En 1958, nació Alberto -actual Príncipe soberano-. Y en 1965, Estefanía. Nunca se supo si añoró su vida de actriz en el candelero. Su vida estuvo dedicada al Rainiero, a sus hijos a y su pequeño principado -es el segundo Estado más pequeño del mundo (2,02 km2), después del Vaticano-. Su unión con la familia Grimaldi atrajo las miradas a esa pequeña joya del Mediterráneo, que con el tiempo supo convertirse en un destino de turismo de lujo, famoso por su Casino, el Gran Premio de Mónaco de carrera automovilística, un puerto atestado de yates millonarios y tiendas de lujo a cada paso.