En este mundo de hoy, donde se libra la guerra fría 2.0 entre democracia y dictadura, entre libertad y opresión, el asesinato del disidente Aleksei Navalny por cuenta del dictador ruso Vladimir Putin es triste, doloroso y, la verdad, deprimente. Navalny fue sin duda un ejemplo de disidente al nivel de Nelson Mandela.
Mandela pasó 27 años en la cárcel. Su capacidad de resistir y el símbolo en que se convirtió le permitió liderar una transición pacífica de una democracia excluyente y racista a una democracia casi plena. Putin, con el ejemplo de resistencia del líder surafricano, decidió no correr ese riesgo y ordenó liquidar a Navalny, como ya lo había intentado en el 2020, cuando lo mandó envenenar con el agente neurotóxico Novichok.
Navalny se había convertido en enemigo de Putin y de su cleptocracia denunciando los abusos y la corrupción. El caso más relevante fue en 2021 cuando utilizó drones y mostró videos y fotos de un palacio en el mar negro cuyo propietario es Putin. Pocos años antes, en el 2016, la fundación contra la corrupción de Navalny había hecho lo mismo con el entonces primer ministro ruso Dimitry Medvedev y una mansión de su propiedad -hasta con casa para los patos- que era utilizada por este durante los veranos rusos.
Los patos amarillos rápidamente se convirtieron en un símbolo de la lucha contra la corrupción y contra el régimen, hasta el punto de que en el 2017 un gigantesco pato inflable fue arrestado en una manifestación que la policía intervino con represión. Ese era el temor más grande de Putin y su círculo de oligarcas corruptos.
Navalny se recuperó de su envenenamiento en Alemania y, en vez de quedarse y dar la lucha desde el exilio, se devolvió, a sabiendas de que iba a ser arrestado y de que su vida correría peligro. Los mensajes que dio antes de volver son de un valor democrático, de un coraje, de una claridad mental impresionante y muestran una capacidad de sacrificio admirable. En eso se parece a Mandela.
Mandela vivió para liderar a su país, un sueño que Navalny no pudo cumplir. Esa es la gran diferencia entre una democracia imperfecta, como era entonces la de Suráfrica, con un régimen dictatorial como el que preside Putin. De ahí que esa batalla, la nueva guerra fría que hoy tiene dos escenarios críticos, la invasión de Ucrania y la guerra en Gaza, es indispensables que salga bien. Si Ucrania se pierde y Hamas sobrevive el terror que generó, la democracia y la libertad quedan en un momento de debilidad inmenso. Los anuncios de Trump en ese sentido, infortunadamente, no crean muchas esperanzas.
Navalny regresó de Alemania el 17 de enero del 2021 y, a pesar del masivo recibimiento de ciudadanos que lo apoyaban, fue arrestado. Hizo lo mismo que el ex vice primer ministro Boris Nemtsov -duro crítico de Putin-, quien regresó de Israel y fue asesinado en Moscú. Navalny fue sometido a varios ‘juicios’ y acabó condenado a 19 años de cárcel.
Se mantuvo firme y aprovechaba cada diligencia judicial para burlarse de la justicia rusa. Poco a poco la represión fue aumentando, sus abogados acabaron presos y, a finales del año pasado, fue trasladado a una cárcel en Siberia. Todo estaba listo para el capítulo final, su asesinato, que había fallado en el 2020 y fue consumando la semana pasada.
En nuestro continente hay un caso similar. María Corina Machado tiene la misma determinación de Navalny, y por eso se debe subir el costo de cualquier opción que sea distinta a las elecciones libres, hasta un punto en que estas se vuelvan inevitables. No me cabe duda de que los rusos y los cubanos, también acostumbrados a asesinar a los disidentes, están aconsejando a Maduro y su cleptocracia tomar un camino similar al de Putin. De ahí que la reacción ante este asesinato de los líderes de las democracias haya sido tan clara, pero tardía. Navalny está muerto y la oposición a Putin esta así o en el exilio.
Esta gran mujer ha luchado solitaria contra la mafia que destruyó a Venezuela, se ha convertido en la líder de una Venezuela que quiere ser libre, en un ejemplo de lucha por la libertad en el continente y en el mundo entero. Las consecuencias de la inacción ante el caso Navalny deben servir de ejemplo a los líderes de Occidente, ayudar a subir la presión en Venezuela y darle a Machado el estatus necesario para que le sea imposible al dictador deshacerse de ella. Finalmente María Corina lucha contra una dictadura sin freno y su cárcel es su país. Pero no se doblega.
No sé si en unos años Navalny será recordado. Por ahora, la dictadura rusa le tiene tanto miedo, aún muerto, que han arrestado a más de 300 ciudadanos que solo querían rendirle un homenaje. Ojalá no nos pase lo mismo con María Corina y Venezuela.
De todas maneras, la fuerza y la vida de Navalny nos da esperanza. Su mensaje siempre fue no dejen de luchar. Mensaje muy, pero muy valioso hoy en este continente donde esa guerra fría 2.0 esta en pleno desarrollo. Paz en su tumba, Aleksei Navalny.