El presidente Gustavo Petro utiliza un libreto para acusar enemigos y defender posturas que no es nuevo. Es más, Vladimir Putin lo rescató de sus archivos y lo puso en ejecución para darle legitimidad a su invasión a Ucrania. Acusar a los ucranianos de ser nazis y, por ende, recordarle a sus ciudadanos ese brutal pasado y la lucha heroica del pueblo ruso, le permite justificar el costo brutal en vidas y recursos económicos que conlleva esa invasión.
Petro hace lo mismo todos los días. Tremendas marchas pacíficas en contra de su gobierno: “salió la clase media alta arribista”; se cayó la reforma laboral: “el poder económico no quiere la dignidad del trabajador y necesita que el pueblo sea esclavo para obtener más ganancias”, y así podríamos citar infinidad de ejemplos donde el que no está con él es un enemigo, paramilitar o su fracaso es culpa del otro.
La esencia es crear un enemigo que se debe destruir y que, además, justifique todo acto, incluso la represión, para defender un propósito. La Unión Soviética en la guerra fría no solo sofisticó ese modelo y lo utilizó en distintas ocasiones, sino que lo transmitió por todo el mundo, la verdad con tanto éxito que hoy lo utilizan por doquier dictadores y líderes ‘democráticos’ como Petro, Kirchner, Lula o Amlo.
El libreto de la lucha contra el imperialismo y a favor de los oprimidos tuvo su primer gran escenario y prueba el 17 de junio de 1953 en Alemania del este. Sí, Alemania estuvo dividida durante la guerra fría y solo se unió en 1990 con la caída del muro de Berlín que tanto detesta Petro. Ese día, más de un millón de trabajadores se levantaron contra el gobierno comunista exigiendo elecciones libres y la reunificación alemana. Bajo la premisa de lucha contra el imperialismo y en defensa de las clases trabajadoras, la Unión Soviética, hoy Rusia, utilizó los militares y los tanques estacionados en ese país para reprimir ese movimiento con cientos de muertos, miles de personas arrestadas y condenadas a prisión durante años. Los tanques acabaron con ese sueño de libertad.
En ese entonces, Occidente no apoyó las protestas por temor a una guerra nuclear, y la represión no solo fue exitosa sino que le permitió a la Unión Soviética hacer lo mismo y reprimir otros levantamientos populares en busca de libertad. Así lo hizo en Hungría en 1956, así acabó de manera violenta la primavera de Praga en 1968 e, incluso, las protestas de Polonia que encabezó el líder sindical Lech Walesa y su movimiento Solidaridad en 1980.
El mismo libreto justificó la lucha armada por toda América Latina y la intervención de Cuba, un estado servil que la Unión Soviética financió hasta 1990, en muchos de los países de la región a través de su apoyo a esas organizaciones guerrilleras. Es más, el libreto penetró la academia y su lucha contra el imperialismo, el estadounidense y el de occidente pero no el soviético de entonces y hoy el chino, y hace parte fundamental del discurso de esta izquierda populista democrática o dictatorial.
Pero el mundo ha cambiado; ahora, además de los enemigos tradicionales, para este discurso de izquierda hay un oponente nuevo: los medios, que son los que crean la narrativas, esa fue la figura que Lula utilizó para tratar de justificar la atroz dictadura de Maduro; o asegurar que es la matriz mediática la que no deja gobernar y genera la imagen ‘equivocada’ del gobernante: Amlo un día sí y el otro también ataca a los medios o a los periodistas en su programa El Mañanero para justificar su falta de gestión u ocultar la corrupción en su gobierno cuando esta es develada. Para la izquierda en el mundo moderno, además del “imperio”, el otro gran adversario es la libertad de prensa, los periodistas y los medios independientes, pues son la única amenaza a ese unanimismo que necesitan para imponer su discurso y su narrativa. No en vano, en las dictaduras populistas de izquierda ese enemigo ya ha sido neutralizado, no existe y la narrativa del gobierno no tiene contrapeso o cuestionamiento de ninguna índole.
Eso sí, el gobernante y sus seguidores utilizan lo que ellos llaman matriz mediática para impulsar más la lucha de clases para dividir más a la sociedad o para justificar sus equivocaciones o sus errores y culpar al otro de ese fracaso, y, la verdad, lo hacen de manera mucho más efectiva que la contraparte. Encuentran nuevos enemigos con quienes luchar para distraer o justificar y nuevos temas para irrumpir y para dividir. El tema de género y del racismo sistémico son dos de los ejemplos más recientes de cómo la agenda que imponen es blanco y negro. En los grises, esa narrativa y ese libreto se deshace. O estás conmigo o eres mi enemigo y la política de cancelación es el último instrumento, muy efectivo, para imponer este discurso.
La izquierda populista, y la derecha, aunque menos, tienen libreto, tienen narrativa, tienen historia y tienen inmensos aliados que saben manejar esas ‘matrices mediáticas’ para desinformar, dividir e irrumpir. La centro izquierda, el centro y la centro derecha tienen que aprender a jugar a ese mismo juego y crear un discurso que genere atracción y votos. La sensatez, la evolución, el esfuerzo, la libertad y el orden no son tan atractivos como la revolución, la gratuidad, el libertinaje. Pero si no se hace, quedamos divididos en dos extremos que no son respetuosos de la libertad, de la democracia y sus valores.
El populismo utiliza la democracia para llegar, para dividir, para destruir y para mantenerse en el poder; el reto es cómo crear esa otra historia para evitarlo, antes que sea tarde.