Hacer predicciones es bien difícil, aunque innumerables columnistas lo hacen al iniciar un año. Yo prefiero hacer preguntas y analizar los distintos escenarios que tenemos que enfrentar con el fin de tratar de dilucidar qué puede pasar en cada uno de ellos.
Empecemos por Ucrania. Pocos se atrevieron a predecir la invasión que finalmente se dio y que cambió por completo el panorama político, económico y geoestratégico del mundo y del siglo XXI. La principal pregunta es, ¿quién aguanta más?, ¿la dictadura de Rusia con Putin a la cabeza o las democracias de Occidente? El primero enfrentará una creciente crisis económica que van a sufrir los ciudadanos rusos, cosa que, obvio, no le importa a Putin, y un problema inmenso de suministros militares que afectan su capacidad de derrotar militarmente a Ucrania.
Si Occidente se mantiene firme, dos cosas pueden pasar: Putin escala su guerra y termina usando armamento nuclear táctico o utiliza sus capacidades cibernéticas para crear caos en Estados Unidos y Europa, como ya lo hizo con el petróleo y el gas. Putin no tiene salida distinta a la de llevar esta terrible equivocación militar al extremo, para imponer condiciones en una posible negociación. Todo depende del aguante de la opinión pública europea y americana, donde la historia es muy diciente.
Europa dividida, con populistas cercanos a Rusia y una parte de la opinión pública pacifista y cómoda, puede quebrarse en cualquier momento. Putin cuenta con esto. Por el otro lado, en Estados Unidos, con una derecha cercana, muy cercana a Putin, y una disfunción política brutal, se dan las condiciones para que cualquiera cosa pase.
Esos Estados Unidos con los que el mundo democrático y liberal podía contar para enfrentar la tiranía ya no existen, o existen dependiendo de quien esté en la Presidencia. Biden, en el caso de Ucrania, lo ha hecho muy bien, pero en el Congreso, donde se construían las políticas de largo plazo, como las que necesita el mundo hoy, existen muy pocos senadores y congresistas de peso en esta materia; más grave aún, no existe esa identidad bipartidista que permita construir una política exterior de Estado y no de partido, en la que Occidente pueda confiar para tomar decisiones.
El segundo tema tiene que ver con China y su manejo de covid. No dejar crear la inmunidad de rebaño, apostar por el cierre ante cualquier brote y la apertura sin planeación de un momento a otro han creado las condiciones para que aparezcan nuevas mutaciones del virus, potencialmente más peligrosas. Ya existe una variante, no se sabe si más letal, la XBB.1.5.
Con la China en plena explosión de contagios, ¿veremos un gobierno abierto a la ciencia y al escrutinio de especialistas para evitar una posible variante más letal y un control real de esta endemia? ¿O, dado el autoritarismo de Xi, otra vez se esconderán datos y se negará la realidad, como sucedió con la primera variante del covid?
Tienen China y Xi en este momento, la oportunidad de recuperar algo de la confianza que perdieron con el terrible manejo del covid, dejar de lado las artimañas con las que le mintieron al mundo y con las que le impusieron su agenda a la agencia multilateral de salud, la OMS, y ser transparentes en este momento de la endemia con sus datos, su ciencia, sus infecciones y las mutaciones sería un gran paso; sin embargo, no veo mucha posibilidad de que esto suceda, pues Xi, aunque consolidado en el poder, aún deja que su ego gobierne las decisiones.
De regreso a nuestro continente hay varias preguntas que nos debemos hacer para poder entender lo que se viene en materia política, económica y de relaciones internacionales.
La primera es, ¿cúal Lula va a gobernar? ¿El pragmático que no tiene las mismas y excepcionales condiciones económicas de sus primeros dos mandatos y que ganó con un Brasil dividido y hostil o el ideólogo del Foro de São Paulo y del PT? Seguramente uno muy pragmático hacia adentro y lo contrario hacia afuera. El nombramiento de Celso Amorín deja entrever que, en política exterior, donde tiene más margen de maniobra, veremos a un Lula radical, que tratará de fortalecer el grupo de los BRICS (Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica), mantendrá una política exterior con un acento anti occidente, con el que él comulga, y será muy cercano a la China, que ya de por si es el país de mayor influencia en su tierra.
Perú es otro interrogante. ¿Se acabaron las protestas o van a hacer lo mismo que en Colombia?, donde los disturbios del 2019 fueron solo el principio. Las incendiarias y violentas manifestaciones del 2021 y la fallida reacción del presidente Duque crearon el clima para lo que sucedió en las elecciones del 2022. Los demócratas del Perú no se deben dormir, pues allí existen unas bases anarquistas y maoístas que no se van a quedar quietas y el fenómeno que en Colombia llamamos la Primera Línea ya sabemos cómo operó en Chile, en mi país y seguramente lo hará en Perú.
Argentina y las elecciones. ¿Será que habrá una unión de la derecha y enterrarán definitivamente ese populismo ladrón de los Kirchner o se dividirán Macri y Rodríguez Larreta, el alcalde de Buenos Aires? Claro, dada la crisis, y el pésimo gobierno de Fernández, ganarán las elecciones, pero sin la fuerza necesaria para tomar las duras decisiones que recuperen ese país.
Lo de Venezuela es dramático. ¿Tendremos al mafioso Nicolás Maduro y su séquito de ladrones hasta el 2030? La entrega del gobierno interino a cambio de nada mata el engendro de negociación de México (que no iba a ningun lado de todas maneras) y destruye a la oposición; además, le da a Maduro la posibilidad, como veremos en unos meses, de recuperar el oro y a Citgo, para robarselos, obviamente, como se robaron todo lo demás.
Y, finalmente, Colombia. ¿Podrá el presidente Gustavo Petro acabar con el sistema pensional y el sistema de salud de Colombia? Esos son sus dos objetivos principales y con los partidos entregados en el Congreso, a punta de contratos y puestos, es muy posible que se salga con la suya. Los empresarios colombianos siguen dormidos, asustados y no dan la pelea. ¿Será que la ciudadanía la va a dar? No hay liderazgo que hoy la movilice.
Otro tema en Colombia son las elecciones regionales. Si la oposición logra recuperar las tres principales ciudades, y ese debe ser su objetivo, el panorama político cambia. El desastre en las administraciones de Bogotá, Cali y Medellín debería generar inmensas posibilidades, pero, hoy por hoy, no hay candidatos que ilusionen y, no nos digamos mentiras, la oposición es débil, repetitiva en su ideologización y no le llega al ciudadano promedio.
Un 2023 lleno de retos, con una pregunta imposible de contestar, pues al parecer no existimos: ¿Dónde está Estados Unidos en este continente? Esperemos a ver qué pasa, pero, la verdad, la cosa no pinta nada bien.