El mundo enfrenta hoy dos tremendas crisis, producto del ego del dictador; podemos ver en ambos casos unas similitudes de personalidad, de toma de decisiones que son comunes a aquellos que, cuando llegan al poder, lo asumen como propio y generan unas condiciones a su alrededor que, en términos médicos, podrían llamarse “el síndrome del dictador”.
Una de estas crisis es el desastre de la invasión de Ucrania, que tiene nombre propio: Vladimir Putin, y la segunda es la nueva crisis por el covid 19 que está generando la China, y que también tiene nombre propio: Xi Jin Ping.
Empecemos por el covid, que quizás tenga más relevancia inmediata, por la alarma que ya ha despertado en Europa y en Estados Unidos. El gobierno chino, por decisión de Xi Jin Ping, finalmente dejó de lado la ciencia y optó por manejar la nueva crisis del coronavirus de manera diferente, no dejando infectar a la sociedad para así crear la inmunidad de rebaño.
Durante los dos últimos años, a medida que aplicaba pruebas masivamente, cuando se presentó un brote, el gobierno chino cerró espacios públicos y hasta ciudades enteras, con millones de habitantes confinados.
Xi tomó una decisión política que tuvo cierto éxito al principio, a pesar de utilizar una vacuna que no era la mejor y solo protegía en un 60 por ciento contra el covid, gracias a una ofensiva de diplomacia sanitaria que generó grandes réditos políticos en muchas partes del tercer mundo.
Estados Unidos nunca entendió o neutralizó esta política diplomática, solo cuando ya era muy tarde. Esa victoria, como la de Putin cuando invadió Crimea prácticamente a cero costo por la falta de una reacción contundente del gobierno americano, en ese momento liderado por Barack Obama, llevó al líder del régime chino a un clásico acto de soberbia del dictador: mostrarle a Occidente que su modelo de cierre y asilamiento era más efectivo que el que la ciencia indicaba.
Los efectos de esa equivocación no demoraron en verse. La ruptura en las cadenas de suministros se hizo cada vez más grave; el aislamiento, o mejor, el encarcelamiento de los ciudadanos en sus apartamentos durante meses en ciudades como Shanghai acumuló descontento, generando protestas al tiempo que creaba una tremenda disrupción logística en el mundo; tanto así, que hoy las grandes empresas de computadores, teléfonos y carros están creando centros logísticos alternativos, porque la China de hoy ya no es confiable.
¿Cómo es posible que el Partido Comunista Chino, el politburó y todos los que rodean al premier Xi no le hubieran hecho entender el desastre de esa política y los efectos sanitarios y económicos que tendría? El síndrome del dictador, que elimina a quienes no piensan como él, que no tolera el disenso ni la crítica y que se rodea de “yes men”, impide que eso suceda.
Xi, que había ganado la primera batalla contra Occidente, vio cómo paulatinamente se le acumulaban problemas (protestas, descontento y relocalización de logística por parte de las empresas) y, como todo buen dictador, simplemente cambió de opinión y, sin preparación alguna del sistema, revertió su “exitosa” política: abrió el país, que ahora enfrenta una crisis inmensa con, posiblemente, dos millones de muertos por covid, infecciones masivas que pueden generar una nueva variante más letal del virus, colapso del sistema sanitario y la alarma de occidente por lo que allí sucede y cómo nos pueda impactar, al punto que la Unión Europea debate si exigir prueba de covid para quienes llegen de China como ya se hace en los Estados Unidos.
El otro caso, más evidente, pero producto del mismo síndrome, es el de Vladimir Putin. Su éxito fue la invasión de Crimea. La salida desordenada de los americanos de Afganistan incentivó su decisión de invadir Ucrania. Vio a Occidente, como Xi, débil, y encontró la oportunidad de demostrar su fuerza y su poderío y, de paso, obtener parte del sueño que siempre había abrigado su ego de dictador nacido y criado en medio de la inteligencia soviética, la KGB: la recuperación de un trozo de la antigua Unión Soviética.
Claro, se rodeó de seres menores, impuso su visión del mundo y la burocracia satisfizo su ego. Le dijeron sí a todo. Desde Labrov, un diplomático curtido pero hoy arrodillado al dictador, hasta un ex presidente como Medved, que hoy es un chiste y cuyas declaraciones son una vergüenza mundial. La inteligencia le mostró lo que él quería ver, que iba a ser una invasión de pocos días, sin oposición, y que la mayoría de ucranianos querían ser rusos.
Las Fuerzas Militares, igualmente, escondieron su corrupción, su falta de preparación, su retraso tecnológico y de doctrina militar, que no evolucionó desde la Segunda Guerra Mundial, y así llega este desastre de guerra, que cambia el orden mundial, despierta la conciencia de Occidente y, en especial, de Europa, que vivía cómoda en un mundo de gasto, en todo, menos en seguridad.
Logran Putin y Xi, hoy aliados, por supuesto, que finalmente despertemos frente a la verdadera amenaza del siglo XXI.
¿Y América Latina qué? Está en juego. La amenaza contra las libertades y la democracia se da hoy país por país. Los egos de gobernantes como AMLO y Petro se asemejan más a los de XI y Putin que a los de Macron, Biden o Trudeau. El poder es de ellos y no una delegación de 4 o 6 años. La institucionalidad es de ellos y los lleva a cometer errores, como los de “abrazos y no balazos” de AMLO o la “Paz total” de Petro.
Ya el primero tuvo que recular ante la creciente violencia de los narcos, que hoy son una estado paralelo en Mexico; pero es tarde, le midieron el aceite y le ganaron la pelea. Nadie le aconsejó que mirara lo de Colombia, que aprendiera de las lecciones positivas y negativas que Petro no ha aprendido tampoco, y hoy Mexico está más cerca que nunca de ser un narcoestado. Es tan grande ese país que no es fácil ver la magnituddel poder que hoy tienen los narcos, pero quien ya conoce esa realidad la tiene clara.
Obvio, Petro y su ego son iguales. “El petróleo es peor que la coca”, dijo en Naciones Unidas, nada más ni nada menos y ya vemos al comandante del Ejército acomodarse a la paz total. La burocracia responde al jefe y no a la sociedad; el gran triunfo del dictador y la gran derrota del buen gobierno; además, el empoderamiento de la delincuencia se ve por todos lados, siguen y crecen la masacres, liberan delincuentes (con apoyo de quienes hace años lloriqueaban por temas incluso menores, como Alirio Uribe) y los narcos se consolidan y expanden su control territorial.
El síndrome del dictador crece, y quienes defendemos la democracia y la ley tenemos que entender lo que se viene y la pelea en la que nos enfrentamos, y darla sin cuartel, pero ese es tema para otras columnas. Por ahora, feliz año, y amárrense los cinturones que llega el 2023.