Muchas veces la noche parece más oscura poco antes del amanecer, y eso parece estarle sucediendo a nuestro continente con los gobiernos de izquierda con gran mayoría en la región. No es sino mirar los resultados para darse cuenta de que estos gobernantes son buenos para el discurso pero muy malos para la gestión, y quienes acabamos pagando el costo somos los ciudadanos, que vemos cómo se deteriora la seguridad, el ingreso, el empleo y, en general, la calidad de vida en nuestro países.
Empecemos por México, donde Andrés Manuel López Obrador tiene un país en manos de la mafia, que ostenta un gran control territorial, y con un dramático deterioro en la seguridad ciudadana. La destrucción de instituciones, la crecientes amenazas a la libertad de expresión y de prensa, las obras faraónicas sin ningún impacto real en la economía o en la sociedad son el resultado de su gestión hasta hoy. El gran líder del cambio de ese país mostró ser más un político tradicional que un verdadero transformador, a lo que habría que agregarle que, además, es un pésimo gestor de lo público, y eso que ya tenía experiencia como alcalde del distrito capital, en contraste con la mayoría de gobernantes de izquierda de la región.
En Argentina, el segundo país más rico después de Venezuela, los resultados de los gobiernos del peronismo populista de los Kirchner dejan a una de sus líderes condenada por corrupción, lo que habla muy bien del estado de la justicia allí, un país cuyo índice de pobreza es cercano al 66 por ciento (estudio del CEDLAS), cuando hace 20 años era del 42%.
Hoy 13 millones de ciudadanos reciben subsidios del Estado; para pagarlos han aumentado la deuda y han disparado la emisión, de ahí la gran crisis de deuda externa que no pueden pagar y el aumento de la inflación, que es la segunda más alta después de Venezuela, con un peso argentino que no vale nada.
En Chile comienza a suceder lo mismo. La fuga de capitales, el deterioro económico y de empleo se empiezan a sentir; ahora la inseguridad, en un país donde este tema era marginal, ya es discusión cotidiana en medios y en la sociedad. Lo que sucede en la regiones con las invasiones a la propiedad privada y en la ciudades con la violencia del narcotráfico ha generado un clima de inseguridad nunca visto en ese país. Enredados en la discusión de una nueva Constitución, a la que los ciudadanos, por gran mayoría, le dijeron no, no se ve gestión alguna que mejore de verdad y con sostenibilidad la vida del chileno promedio. Eso sí, hay que reconocerle al presidente Boric su respeto a la institucionalidad y su coherencia frente al tema de los derechos humanos.
Perú ni hablar. La incompetencia del gobierno es de tal magnitud que no merece mayor discusión. Bolivia, en manos de los narcos perdiendo la oportunidad de la historia en materia enérgetica y de minería, hoy gobierna para su cleptocracia.
Colombia va por el camino de Mexico y Argentina. La ineptitud de los ministros y el ego mesiánico del presidente, que plantea que el petróleo es peor que la coca, comienzan a tener efectos. La devaluación, sin la crisis fiscal argentina, hoy es similar a la de ese país. La inseguridad crece con unos criminales empoderados y unas fuerzas armadas desmotivadas, y el capital, el que genera empleo y paga impuestos, comienza a irse o frena inversiones y crecimiento de sus negocios con el consecuente efecto en el empleo futuro.
La discusión es sencilla. Las ciudadanos quieren gestión de su gobierno. La primera, que le den seguridad y justicia rápida y efectiva; la segunda, que le proporcionen salud y educación con acceso y calidad; la tercera, empleo e ingresos; es decir, calidad de vida. Las otras discusiones, que le encantan a la izquierda deben darse, pero sin perder la atención de los tres temas que el ciudadano exige.
Lo mejor es dejar que la izquierda se desgaste en la discusión de la narrativa de una paz total o de una nueva constitución. Los gobiernos exitosos del continente han sido los que fueron buenos en gestión con resultados y pragmatismo. Uribe en Colombia, Lagos y el primero de Bachelet y Piñera en Chile, Tabaré Vasquez, Mujica, Lacalle en Uruguay. Cardoso en Brasil. Eso sí, estar muy atentos a los cambios en las reglas del juego democrático para impedirlos, como hoy sucede en Mexico., donde, por cierto, esperamos que el movimiento ciudadano no se deje intimidar, logre frenar la barbaridad que quiere hacer AMLO con el sistema electoral y así nos dé ejemplo y ánimo al resto del contienente para hacer lo mismo.
Finalmente, está el desastre de Cuba, que en 60 años de revolución no ha creado nada.; o sí, pobreza y éxodo. Nadie se va a vivir a Cuba. El que puede se va de Cuba. Seis décadas de fracaso, de vivir del otro y con una narrativa que le sirvió en décadas pasadas pero que ya nadie se come. Y Venezuela que siendo el país más rico del continente creó la segunda crisis humanitaria y de éxodo más grande del mundo, después de la de Ucrania, que está en guerra. La corrupción, el gobierno del robo para el familiar o el amigo, al igual que en Cuba y en Rusia, dejan como resultado otro gran fracaso de esa ideología de la que se nutren los Petro del continente.
El péndulo político viene de regreso, incluso en Venezuela y en Cuba, pero no se puede seguir perdiendo la oportunidad de consolidarlo, a través de gestión y de resultados. La oposición hoy debe es centrarse en eso, para que el ciudadano entienda que ese gobernante es el que está destruyendo su calidad de vida y dejarse de debates insulsos que al votante poco le interesan.
Y cuando el péndulo regrese, aprender de los Juan Manuel Santos, Piñera (segundo gobierno), Macri y otros, para no caer en el gobierno del ego y de la imagen que le da la espalda a la gestión y a los resultados y abren de nuevo el espacio para esta funesta izquierda, que es buena para el discurso pero que no tiene idea de gobernar.