La pareja que ayudó a cientos de ucranianos a huir en lancha de las tropas rusas

Anatoliy Maystrenko, de 63 años y su esposa Antonina Voytseshko, de 59 años, se siguen preguntando como lograron sobrevivir

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El aldeano ucraniano Anatoliy Maystrenko, de 63 años, que al parecer ayudó a más de 2.000 ucranianos a huir de las fuerzas rusas, posa en su jardín en el pueblo de Arkhanhelske, en la región de Kherson, el 3 de noviembre de 2022. (AFP)
El aldeano ucraniano Anatoliy Maystrenko, de 63 años, que al parecer ayudó a más de 2.000 ucranianos a huir de las fuerzas rusas, posa en su jardín en el pueblo de Arkhanhelske, en la región de Kherson, el 3 de noviembre de 2022. (AFP)

Él es conductor de tractores y ella es enfermera, durante meses y a pesar del fuego de artillería, la pareja ayudó a cientos de ucranianos a huir de la ocupación rusa en una localidad del sur del país con un bote inflable. “Dios nos perdonó”, dice convencido Anatoliy Maystrenko, de 63 años y tanto él como su esposa Antonina Voytseshko, de 59 años, se siguen preguntando como lograron sobrevivir.

A lo largo de seis meses, ayudaron a numerosas personas a huir de Arjanguelske, una localidad situada al noreste de la ciudad de Kherson y que fue ocupada por las tropas de Moscú. Desde una lancha la pareja ayudó a los habitantes para que pudieran cruzar el río Inhulets, que atraviesa Arjanguelske.

Kherson y su región homónima actualmente son uno de los puntos más álgidos del conflicto. El Ejército ucraniano trata de recuperarlas con una contraofensiva. En los terrenos que hay en torno a Maystrenko todavía se aprecia el rastro de la guerra, por más que de las tropas rusas fueron expulsadas hace un mes. En algunas partes, aún hay uniformes rusos llenos de sangre, en otras huele a cadáver. Y a lo lejos, retumban de manera regular unas ensordecedoras explosiones.

“Nos han tenido que ver”

Desde el mes de abril, unas semanas después de que el ejército ruso invadiera la región, Antonina Voytseshko empezó a citar a los habitantes de los pueblos aledaños en un lugar secreto, cerca del río. Los esperaba su marido, Anatoliy, los instalaba en la lancha neumática, para ahí llevarlos, a remo, hasta los territorios controlados por Ucrania.

“Los proyectiles caían en la orilla mientras estábamos en el agua. Hemos vivido todos los altibajos posibles”, cuenta a AFP. En el camino de regreso, asegura que varias veces transportó a equipos de saboteadores del ejército ucraniano o incluso agentes de inteligencia. “Los rusos no autorizaban que los vehículos salieran (del pueblo), pero a nosotros nos autorizaban extrañamente a ir al río”, explicó Antonina a AFP.

“Todavía no sabemos” por qué los rusos nos dejaron hacer, continúa. “Nos han tenido que ver, necesariamente. Nos observaban todo el tiempo”.

Después, con la llegada del otoño boreal, la contraofensiva ucraniana en el norte de la región de Kherson hacia el Inhulets obligó a los soldados rusos a replegarse hacia el sur, en un nuevo revés para Moscú, que acababa de perder miles de km2 en el noreste del país. El 3 de octubre, Arjanguelske fue liberado y las tropas rusas quedaron atrapadas entre, el Inhulets y el Dniéper. Paralelamente, otra ofensiva avanza desde el oeste hacia la capital regional, Kherson, la mayor ciudad capturada por los rusos desde el inicio de la invasión.

“Mis hijos”

Tamara Propokiv, de 59 años, explica que confió a sus dos hijas a la pareja de barqueros para que escaparan de la zona ocupada.

Ella se quedó en su aldea de Visokopillia, donde posee una tienda. Allí, pese a la retirada rusa, las calles siguen siendo peligrosas, con numerosas minas y trampas.

La semana pasada, doce civiles tuvieron que ser hospitalizados por la explosión de artefactos escondidos, según el ejército. Al menos uno de ellos murió.

“Para los rusos, tú no eras nada y ellos eran los jefes”, recuerda Tamara.

“Nunca me hicieron daño o me golpearon. Pero jamás me ofrecieron nada de comer cuando tenía hambre”, añade, al ser preguntada por la vida sobre la ocupación.

Cuando, después de meses bajo control ruso, una vecina le anunció que el ejército ucraniano estaba de vuelta, Tamara se quedó atónita.

“Los soldados me abrazaron tan fuerte que tenía la impresión de que eran mis hijos”, cuenta, al borde de las lágrimas.

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