Nuestro camino continúa a través de ondulaciones extrañas. Hacen acordar a un paisaje de ficción, algo sacado de una historia de otro planeta. Se trata de la geografía de la provincia de La Rioja. Camino a la reconocida ciudad de Anillaco, las montañas asumen una posición de cráteres de colores plomizos y kilómetros más adelante se transforma en una localidad seca y silenciosa.
Agua Blanca pertenece al departamento de Castro Barros. Dentro de este pequeño paraje solitario se encuentra un personaje perdido de otro continente. Su nombre es Michel Belin quien un día decidió dejar su hogar a los pies de los Pirineos para cumplir su sueño: tener un tambo caprino.
Esta historia se remonta a la época en donde en Argentina se comenzaban a privatizar sus servicios en la década del 90 y una empresa francesa enviaba a dos voluntarios de sus operarios a capacitar 60 empleados a nuestro país. Sin dudarlo, un joven Michel emprendía un viaje que iba a cambiar su vida por completo.
Su primer destino fue La Matanza, donde comenzaron sus trabajos de arreglar y destapar cloacas. Hacía 10 años que nadie se ocupaba de esas tareas. Era soltero y vivía en el centro porteño. La recuerda como su mejor época. Pronto su contrato terminó y encontró un amor que lo llevó a decidir no volver a Francia. Tomó la concesión del restaurante de la Alianza Francesa en Avenida Córdoba, lugar donde conoció a su futura esposa de raíces riojanas.
Dos años después Michel abrió un restaurante en San Telmo que no duró mucho. Se acercaba el 2001 y como muchos otros, se fundió. Luego, puso una casa de artículos regionales en la calle Marcelo T. de Alvear y otro en la provincia de La Rioja junto con su esposa, que tenía familiares allí. Una mañana de sábado, tomando un café como de costumbre en Recoleta, decidió apostar de lleno y entre vacaciones y vacaciones, averiguó datos de campos, fincas y zonas de la provincia donde podría instalar su proyecto de un tambo caprino.
Fue una coincidencia terminar en la provincia del presidente con el que llegó a la Argentina. ¨Yo tengo un chiste. A veces me dicen ¿cómo viniste acá y les respondo, el tío Menem me trajo a la Argentina por la privatización y después me hizo venir acá, a Agua Blanca.¨ Hoy Michel está sentado bajo el cartel que reza el nombre de la finca: El Huayco. Tiene puesta una boina vasca color marrón, lleva bigotes, un cigarrillo en la boca y se le patinan las erres, el estereotipo clásico de cómo todos nos imaginamos un francés que habla español.
-¿Cómo es que un francés de Burdeos terminó viviendo en Agua Blanca?
-Yo trabajaba en una empresa que se llamaba Lyonnaise des Eaux en Francia y un día vi que buscaban voluntarios para viajar a la Argentina. Entonces con un amigo empezamos a insistir a ver si podíamos ir, miramos el mapa nos interesó Buenos Aires, con esa panza donde imaginamos que tenía playa. Sumado al sol que vimos en la bandera, pensamos que debía haber sol todo el año. Nos propusimos como voluntarios y nos mandaron para venir a capacitar gente acá, con un camión y todo lo que llegaba de Francia por barco.
-¿En qué año llegaste y qué edad tenías? ¿Sabías algo de la Argentina?
-Vine en 1993, a los 33 años. No solo no sabía nada de la Argentina, tampoco sabía hablar castellano. Pensábamos que era todo playa cuando llegamos de Ezeiza y nos encontramos con villa por todos lados… Después vimos la 9 de Julio… Estábamos en un Apart Hotel al 1800 de Marcelo T de Alvear. Cuando llegamos preguntamos en la entrada donde estaba la playa. La recepcionista nos dijo que a 500 km. A bueno listo, empezamos mal entonces. Pero bueno, son anécdotas. Si quiere anécdotas así tengo un montón, el primer lugar que me mandaron fue La Matanza. Fuimos dos franceses a capacitar 60 empleados de Aguas Argentinas.
-¿Cómo te fue en La Matanza?
-Bien. Por lo menos la gente simpática, mas que venía con cosas nuevas, materiales nuevos. y cosas extrañas porque íbamos a destapar la cloaca de un barrio y la gente te aplaudía. Porque hace 10 años que estaban tapados. Así que bueno estábamos contentos sin querer. Te voy a decir, estaba soltero en Francia, soltero en Argentina, departamento, coche…
-Era una buena época…
-Si…
-¿Viniste porque en esa época se estaba privatizando el agua?
-Se estaba privatizando Obras Sanitarias de la Nación (OSN) que pasó a ser Aguas Argentinas.
-Entonces llegaste a trabajar para la empresa, pero ¿Cuándo decidiste quedarte?
-Mi contrato se terminó, yo tenía una relación con una cordobesa, y bueno, yo no quería irme. Intenté negociar con la empresa porque yo tenía la obligación de volver a Francia. Entonces como tuve la oportunidad de conocer gente, renuncié y tomé la concesión del restaurante de la Alianza Francesa en Avenida Córdoba.
-¿Cocinabas también?
-Si, era chef. La alianza francesa organizó todo… Era la primera vez que un francés tomaba la concesión. Se armó todo el club de los franceses, donde los viernes a la noche se traía Ricard, un aperitivo de Francia que llegamos a encontrar en la calle Lavalle. Hice amigos con quienes tomábamos un aperitivo y después salíamos todos juntos.
-¿Y eso cuánto duró?
-Unos dos años. Después abrí un restaurante en San Telmo. Primero queríamos sobre la calle Defensa pero después abrimos con un amigo enfrente de la agencia Télam. Empezamos con la comida francesa acá. Teníamos un cliente fijo, Víctor Hugo Morales. Venía todas las noches a comer. Y después, en la época de De la Rúa nos fuimos todos para abajo.
-Y en ese momento, en el 2001 ¿No pensaste en volver a Francia?
-Si, tenía la idea pero la verdad que hay que decir que la gente de acá nos recibió bien. Tenía mis cosas y estaba bastante consolidado. Y una cosa que siempre me gustó acá es que si querés ponerte una peluquería, nadie te va a pedir un título de nada. Si volvía a Francia, tenía que buscar un nuevo trabajo… Al final, termino conociendo a mi mujer, que es mitad riojana, mitad porteña y empecé a salir con ella.
-¿Dónde la conociste?
-La conocí en la Alianza Francesa, ella era alumna. Hace 21 años que estoy con ella y 17 que estamos casados.
-¿Cómo fue que decidieron irse a vivir a La Rioja?
-Vivíamos en Marcelo T. de Alvear al 900 y ella trabajaba en Chacarita, entonces se le complicaba el transporte. Después su empresa se movió a la zona industrial de Pilar. En ese momento la inseguridad estaba empezando a llegar a Buenos Aires. No se podía salir como querías, porque que te mataban por dos pesos, como se decía. Entonces como todos los sábados teníamos la costumbre de ir a Recoleta a tomar un café y charlando, tomamos la decisión de irnos para La Rioja. Pero ella, en el entre tiempo abrió un negocio de productos regionales en Marcelo T. de Alvear. Y otro en La Rioja capital, el primer en su tipo. Se vendían cuchillos, bombachas de campo, todo eso.
-¿Cuándo fue que te convertiste? Porque ahora te veo y sos un gaucho argentino.
-Yo siempre de boina y bombacha de campo. Así me encontrabas en Buenos Aires. Compraba de todo en Once, en un regional enorme que vendía cosas de campo.
-Te gustaba ese universo
-Si, siempre me gustó. Íbamos con un amigo a San Antonio de Areco.
-Entonces deciden probar con tu mujer en La Rioja
-La idea era venir a la provincia de La Rioja, la idea era tener tambo caprino, la idea idea de dedicarnos al turismo rural, porque tenemos cabañas también. Le gustó la idea a mi mujer. Yo tenía el proyecto medio armado. Veníamos de vacaciones y mi mamá, que era secretaria de ganadería, buscaba información. Además, me hice una red de conocidos. Pronto mi mujer encontró trabajo acá y pudo venir. Un día un conocido me dijo, andá al casino que están buscando gente para la cafetería. Fui, pregunté, mi mujer tuvo una entrevista y consiguió el trabajo. Volvió a Buenos Aires y renunció.
-¿Cómo encontraste la finca que querías?
-Vi en el diario El Independiente de La Rioja. Yo buscaba siempre y un día vi un anuncio “Finca en Agua Blanca” Pero no había ninguna especificación. Yo tenía un cuaderno donde anotaba todos los nombres de los campos que veía. No me gustaba nada, no me gustaba nada. Pero este lugar vinieron a verlo mi señora, su mamá, su tía, su tía abuela. Los cuatro. Y cuando salimos, llegando a la ruta todas me dijeron comprala porque está perfecta. La casa estaba bien, hice nada más que el baño. La cocina que estaba instalada en la casa de La Rioja la traje acá y ahí empezamos a darle forma a la finca. Empecé a ver como iba a armar, donde podía buscar los materiales, como buscar los animales. El proyecto existía pero necesitaba de todo para armarlo.
-¿Por qué estaba el proyecto en tu cabeza?¿Por qué soñabas con cabras en particular?
-Uno a veces tiene sueños, tiene ideas… puede ser por mi infancia, porque dormía en medio de las vacas, en medio de las ovejas, había cabras… tengo amigos que siguen viviendo… los sigo teniendo, que se ocupan de los campos…
-Te armaste tu pequeña Francia…
-De donde yo vengo, está al pie de los Pirineos. En el campo de mi mamá tengo las montañas y acá también, hay verde… Allá hay un poquito más de agua, pero bueno. Pero si quiere puede ser, acá estoy en mi mundo.
-¿Estás contento? ¿Es un sueño que te dejó realizado?
-Si, acá si. Hay que pensar que yo todo el tiempo que estuve en la Argentina me fundí tres veces ya. El restaurante, después me fundió el negocio de acá y me fundió el negocio de La Rioja. Entonces acá empezamos todo de cero.
-Pero a vos no te desanima eso
-No. ¿Acá que nos falta? Nada. Tenemos DirecTV, tenemos los celulares, el hospital cerca, estamos a una hora de La Rioja capital, que es nada. En poco tiempo vamos a estar en 45 minutos con todas las obras.
-Si vos miraras todas las etapas de tu vida ¿Podés reconocer que etapa o qué estilo de vida te hacía más feliz?
-Más feliz, ahora. Yo tuve una etapa de mi vida dónde estaba feliz también, creo que pasaba más tiempo en un avión que sobre la tierra. Porque cuando era chico fui gendarme en Francia, fui guardaespaldas de un embajador itinerante de África, entonces lo acompañaba en todos los países. Yo creo que conozco todos los hoteles 5 estrellas de África. Entonces, creo que ahora llegué a una edad en la que necesitaba estar más tranquilo. Me casé con mi señora, adoptamos un hijo… Ella escribió un libro, plantamos árbol… qué más.
-Falta donar un órgano nada más
-No se los míos, entre fumar, chupar… No se si algo sirve (se ríe). Yo tomo el ejemplo siempre: en Buenos Aires si vos encontrabas a un amigo, necesitabas 500 mangos para ir a tomar un café. En cambio acá no necesitas plata… Agarrás una coca, te sentás en una piedra a fumar un cigarrillo y ya está… Son dos cosas completamente diferentes, pero acá estamos felices. Mira el paisaje, la tranquilidad, la paz… Acá ya no tengo problemas. Ahora que tengo un hijo que tiene 16 años, si tiene una fiesta en Anillaco, no me preocupa. Nos conocemos todos.
-¿La paz se aprende a disfrutar? ¿Se aprende a ser feliz con la tranquilidad o fue inmediato?
-Si. Yo fui inmediato porque yo nací en un campo. Yo tenía miedo por mi mujer que siempre vivió en Buenos Aires. Yo digo mitad riojana porque el papa es de La Rioja, pero siempre vivió en Buenos Aires. Se adaptó… Nunca tuvo un animal y está chocha con su gato, su perro. Hoy no está porque esta un poco enfermita y está en La Rioja haciéndose estudios, pero esta contenta. Tampoco la sacás de acá.
-¿Qué dice la gente de la zona que hay un francés perdido acá en La Rioja?
-Nada. Al principio sí, estábamos en el centro de la mirada. Además con un tambo caprino, cerrado. No trabajo como el resto que largan a las cabras por la mañana… En el norte Argentino, la costumbre es que abren la puerta y se van. Si vuelve está bien, si no vuelve al otro día hay que ir a buscarla. Trabajamos de otra manera nosotros. Entonces estábamos un poco en la mirada de todos, pero no. Fuimos siempre bien incluidos. No hubo ningún problema.
-Si tuvieras que decirle a alguien en otra ciudad, en otro lugar ¿Le recomendarías este estilo de vida?
-Con la situación del país, sí. A todo el mundo. Un francés si viene para acá es para hacer negocios. No va a venir como yo… Pero para un argentino sí. Para la vida que tiene la gente de La Matanza, en Buenos Aires, definitivamente. Que necesitas para vivir, agua comida y nada más. Después laburar para tener un peso. Pero, acá me río a veces, mi señora necesita plata, le digo anda a la billetera, me cambia la cambia de lugar. No me doy cuenta y a veces salgo sin la billetera.
-Te viniste a la Argentina por trabajo y te quedaste por amor. ¿Cómo es tu mujer?
-Es un sol, me aguanta todo. El tema es que tenemos la misma idea, la misma forma de vivir. El mismo pensamiento. No estamos juntos todo el día. Por ejemplo, todas las semanas se va el martes a la mañana porque tiene a su mamá en La Rioja, pero nunca tuvimos un problema. No somos gente materialista. Nos gusta una buena comida. Tenemos un Corsa como coche. No es que tengo una 4x4. No necesitamos mucho para vivir.
-¿Te sentís argentino después de tantos años?
-Y si, la mitad seguro. Miro los equipos argentinos, los Pumas, el fútbol. Pero no me pierdo los partidos de Francia. A veces lloro con la Marsellesa. Tengo la sangre que tira también.
-¿Sabés el himno argentino?
-No. Yo creo que se más el himno de La Rioja que el argentino.
-¿Cómo es?
-No me acuerdo. Pero imaginate que yo vine acá y tenía 33 años, hoy tengo 60. Entonces, la mitad de mi vida la pasé en Francia y la mitad de mi vida en Argentina. Ahora tengo a mi hijo que le debo dar un futuro. Te voy a decir, la cabeza juega… Acá atrás mío. Yo voy a esperar al 2023. Voy a ver cómo está el país. Si el país sigue así… se va a ir a Francia él. En diciembre me voy al consulado para hacer mi DNI francés y voy a ver los papeles para él.
Michel mira desde la puerta de su finca como nos despedimos. Se queda solo junto a sus cabras esperando que alguien pase. El sol hace surcos en la tierra seca y hace que suba la temperatura a medida que crece la tarde. Mientras nos vamos el polvo vuela y el finca queda tal cual la encontramos, en silencio y solitaria.
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