Rolando siempre vivió en Junín de los Andes, a unos 200 metros del río, geografía que termina caracterizando a los pobladores que viven tan cerca de la naturaleza. Lo que no podía saber es que conocería a los 9 años casi por accidente lo que se convertiría en su gran pasión: la pesca.
En esa época en la que era apenas un niño su familia le tenía prohibido acercarse al agua, posiblemente por una cuestión de seguridad. Pero como por regla general lo prohibido atrae, un día junto a su hermano menor Rolando se acercó a las costas del río Chimehuin. Allí lo esperaba su destino en forma de lata enrollada en una tanza y en su extremo final una trucha. Desde ese momento y tras devolver el pez que no era suyo, comenzó su camino dedicado a la pesca que continúa hasta el día de hoy con 64 años.
-¿Y qué sentiste cuando encontraste ese artefacto, esa práctica?
Es como cuando te das cuenta de que eso es lo que vos estabas buscando en tu vida. Mira que yo he podido jugar al fútbol, nosotros nos criamos de una forma muy natural. Por ejemplo, salir a trepar una planta para comer una fruta: manzana, una cereza, guinda lo que sea. Era muy muy natural, pero cuando encontramos esa lata con un pedazo de nylon, porque ni siquiera era una cantidad de metros importante, tendría 10 o 15 metros, me di cuenta que eso era lo mío. Son cosas que no se pueden explicar.
-Encontraste tu pasión.
-Exactamente, sí.
-¿Quién te enseñó después de ese primer momento a convertirte en un buen pescador?
-Fueron muchos años de proceso. Vos imagínate que a partir de ese momento yo nunca más dejo mi lata. Mi mamá me mandaba a hacer las compras y yo siempre pasaba por el río, lo cual, las compras que tenía que hacer entre ir y venir, me tendrían que llevar dos horas, las hacía en cinco o seis porque me quedaba en el río, así que cobré sopapos más de una vez por eso.
Por aquellos años no existía la pesca con mosca, y mucho antes tampoco existía la trucha. Y es que no es una especie autóctona del hemisferio sur, sino originaria de los Estados Unidos. Fue introducida en América Latina y en el sur de Argentina en 1960, dando lugar al nuevo deporte que aterrizó en Junín de los Andes varios años más tarde junto a 4 pescadores legendarios que pescaban exclusivamente en la boca del Río Chimehuin: Eliseo Fernández, el “Bebe” Anchorena, Charles Radziwill y Jorge Donovan. Extranjeros algunos de ellos, encontraron en Argentina el lugar perfecto para realizar esta actividad. Más tarde se convertirían en los maestros de Rolando “Cachín“ como se lo conoce habitualmente.
Rolando dedicó varios años a practicar y observar a sus ídolos capturar peces. No se preocupaba porque sabía que su momento llegaría. Y en efecto tuvo su debut pescando al lado de esas cuatro leyendas en el año 1974. A partir de ese momento, Rolando nunca dejaría de pescar, aunque en el medio debió de hacer de todo para sobrevivir.
A los 11 años se fue de su casa “para ser libre”, dice. Fue lustrabotas, vendió diarios en estaciones de servicio, pero nunca dejó de pescar. Entonces se dio cuenta que podía convertir su hobby en un oficio y se transformó en guía de pesca siendo adolescente. Luego, a los 26 años, formó parte del cuerpo de Guardafauna de la provincia de Neuquén, atraído por la posibilidad de proteger lo que más ama en el mundo: la trucha, el río y la naturaleza.
-A mí me hubiese gustado ser psicólogo, pero en aquella época no tuve la posibilidad de estudiar porque trabajaba. Yo quería ser independiente. No me gustaba que mis hermanos me tocaran mis cosas, no me gustaba que mi vieja me diera ordenes. Entonces me hice un salvaje prácticamente. Viví en todos lados.
-¿Y donde dormías?
-Por lo general en la casa de algún amigo pero no tenía problema en dormir en cualquier lado. Cuando uno es chico no te importa nada de la vida y el mundo es tuyo. Después terminé el primario pero a los ponchazos, porque no me interesaba ir a la escuela cuando podía estar haciendo otra cosa como pescar por ejemplo. Y como no pude estudiar psicología social, me puse a trabajar en cosas que dejaran un peso pero también te permitieran relacionarte con las personas. Porque en esa época siendo un pibe, no podías escuchar la conversación de dos personas grandes porque te sacaban a patadas. Entonces fui lustrabotas, vendía diarios, limpiaba vidrios en una estación de servicio. Pero un día se me ocurrió que podía ser guía de pesca y conocer más gente. Creo que fue la decisión más sensato de toda mi vida.
-Combinaste tus ganas de relacionarte con la gente con tu pasión por la pesca.
-¡Y además ganaba dinero!. A ver, no era que hice una fortuna, pero podía pagarme una habitación, comer, vivir bien, vestirme.
-¿Cuántos años tenías?
- Tendría 15 o 16 años. Ya te digo que empecé muy, muy joven y así fui conociendo gente y perfeccionándome en las técnicas de pesca. La misma gente me fue llevando a muchos lugares que yo siendo de acá no conocía, pero como yo soy caradura, me decían “¿vamos a pescar al Malleo?” “Vamos”. Así fueron mis comienzos. Y conocí muchísima gente importante. La riqueza más grande que me dejó esto fue justamente poder conocer y aprender de la gente. Vos te topás con distintos niveles sociales, culturales, con personas que al tercer o cuarto día que están con vos te cuentan que están acá no para pescar, sino para intentar sentirse bien porque han tenido un problema económico o un problema familiar. Yo tuve clientes que vinieron 10 años seguidos y esa gente termina siendo amiga. De hecho cuando una persona me interesaba, en el sentido que sentía que podía aprender algo de ella, era su guía gratis, porque mi objetivo principal era aprender.
-¿Y cómo llegás a ser guardafauna?
-Yo trabajaba en el Automóvil Club, se abrieron para concursar por dos cargos en Junín y pensé que era mi oportunidad, así que obviamente que me presenté y tuve la suerte de quedar. A partir de ahí me cambió totalmente mi vida.
-¿Cómo era el trabajo?
-Apasionante, porque estás cuidando algo. A ver, la pesca es una cosa que es algo sensacional y yo quiero morir pescando, pero cuidar la fauna de tu provincia, algo que es cultura de tu lugar, ¿qué mejor fortna podés tener en la vida que te paguen por eso? No hay nada más lindo que estar en medio del campo en plena brama de ciervos, por ejemplo, y vos darte cuenta de que cualquier animal es mucho más importante que vos y que vos estás en un lugar que es suyo. Una planta significa mucho más que nosotros que nos creemos a veces muy importantes.
-¿Fue cambiando tu relación con los peces con el paso del tiempo? Tal vez respetar más la trucha, o hasta devolverla.
-Si, a ver. Hoy en día es culturalmente muy desarrollado el tema de la pesca. Por ejemplo en el año ʽ76, se crea el cuerpo de guardafaunas en la provincia de Neuquén, los cuales ayudan a concientizar a muchísima gente de que la pesca es un deporte. Si bien por ahí teníamos en aquella época equivocadamente la reglamentación en primera instancia, podías matar 6 truchas al día. Cuando después tuvimos un biólogo, se dio cuenta de que si lo multiplicaba solamente por 100 personas, se podía producir un el desastre ecológico. Todo eso fue cambiando la reglamentación hasta el día de hoy, que consiste en no matar, todo es liberación. En parte creo que eso está bien y en parte no, porque hay demasiada cantidad de peces para la comida que se genera en el río. No hay un equilibrio actualmente, la matanza indiscriminada es mala y la captura y liberación indiscriminada también.
-El rol del guardafauna era evitar que ocurriera un desastre.
-Si no hubiese existido el cuerpo de guardafauna en la provincia no hubiese quedado nada, absolutamente nada. Hoy en día sigue siendo un destino único en el mundo. Después de Montana, seguimos nosotros como destino de pesca de truchas silvestres y digo silvestres, aclaro, porque en la inmensa mayoría de los ríos de Estados Unidos las truchas han sido sembradas.
-¿Qué sentiste la primera vez que sacaste un pez? ¿Te acordás?
-Emoción, algo indescriptible. El tener un pez que vos lo pescaste, porque fue algo que hiciste vos y no porque se pescó solo, fue algo muy emocionante realmente. Era un pibe chico.
-¿Era trucha?
-Si, una perca trucha. Mi primer trucha la saqué con carnada obviamente, con una lombriz. Culturalmente no era nada malo porque lo hacía todo el mundo, y nunca hicimos daño de ir y sacar un montón de peces. Pescabamos porque mi vieja o mi abuela me decían “traete una truchita”. Entonces nosotros íbamos al río, vivíamos todos cerca del río, y era normal sacarse una trucha de un kilo, dos kilos. Y era más que suficiente para cometerla, no era todos los días tampoco. No hacer daño. En mi caso, mi padrastro y mi vieja se encargaron de tenerme cortito con esas cosas. Si no vas a comer algo, no lo mates, no lo caces, no lo pesques.
-¿Cómo es la técnica de la mosca?
-La pesca con mosca es técnica, pura y exclusivamente técnica. El señuelo no tiene peso, el peso se lo da la línea, Hay gente, por ejemplo, que le cuesta entender el concepto e intenta hacer fuerza o movimientos más bruscos y es al revés. entre más suave lo hacés, más distancia lográs y mejor presentación.
-O sea, es destreza.
-Sí, es exclusivamente técnica.
-Una vez que la descubriste...
-...nunca más agarré una caña de spinning.
-¿Y por qué? ¿Qué es lo que te da la mosca que no te da la caña?
-Los conocimientos, los conocimientos. Por ejemplo, vos sabés que si vos pescás una trucha es porque realmente la pescás.
-No es azar
-Vos te das el gusto de poder elegir lo que querés pescar, a diferencia de otra técnica de pesca que la hacés sin ver o sin apuntar a algo que se prende solo, que no sabes qué es lo que vas a pescar. Esto es puntual.
-Igual esto me lo vas a explicar bien cuando estemos en el río.
-Perfecto.
Más tarde, Cachín nos esperaba sentado en el deck de su casa mirando hacia las montañas y con todo su equipo sobre la mesa. Como esperando la excusa perfecta para ir a pescar.
Gran parte de su trabajo consiste en armar sus propias moscas, sus propias trampas para engañar a la trucha que busca alimento en el río. Es por eso que tienen distintas formas y colores, dependiendo el tamaño de la trucha que busca junto con la época del año y el horario en que esté pescando.
Las moscas representan el alimento del pez. Se alimentan de pequeños insectos que eclosionan en el agua y ascienden a la superficie, razón por la cual algunas de estas moscas son pequeños señuelos con pelos. Los hay de colores llamativos, otros más tenues, grandes y pequeñas, algunas hasta tienen formas de ratones. Todo esto se hace a mano y con paciencia, construyen el trabajo de un verdadero pescador que solo piensa en ese duelo con un animal que será engañado y devuelto a su hábitat, porque de eso se trata la pesca deportiva: es un encuentro entre el hombre y el pez, ambos son pares que se enfrentan. A veces gana el pescador y muchas más veces la trucha.
Cachin agarra una bolsa con moscas, la caña, su impermeable y se dirige al río Malleo, a unos 20 km de su casa donde está seguro que encontraremos truchas para pescar. Si hay algo que hace la experiencia de la pesca es identificar en qué momento y lugar es mejor tirar la caña para tener un resultado exitoso, cosa que solo una persona que pasa horas pescando puede saber como algo casi inexplicable, similar a una intuición.
Y eso es exactamente lo que pasa cuando llega a la costa del rio. Rolando arma su linea, ata una pequeña mosca de color amarillo, observa el espejo de agua rodeada de arboles y señala un punto especifico.
“¿Ven allá? Ahí están comiendo unas truchas pequeñas”, nos alerta Rolando, aunque el neófito no distingue a qué lugar se está refiriendo, solo ve agua.
Pero Rolando sí ve y es preciso. Dentro del río, con el agua hasta casi la cintura tira su mano derecha hacia atrás con la pequeña vara que usa como caña, en su otra mano la tanza sobrante. Hace un pequeño movimiento elegante, casi sin esfuerzo y dirige la mosca exactamente donde clava su mirada. Al segundo intento la trucha cae en la trampa. Pero el duelo recién comienza, el pez lucha para no salir, Cachín lucha para atraerla hacia él. Finalmente el ritual se completa, recoge la pequeña trucha con la mano, la desengancha del anzuelo especial para no lastimarla y la devuelve al río.
“Podría hacer esto todo el día”, dice con tranquilidad. Quince minutos después, Rolando ya había capturado 5 truchas del mismo tamaño. Así continua, casi ignorando que somos testigos de sus movimientos en medio del río y la naturaleza. En silencio observa un lugar y repite la acción. Es uno con lo que lo rodea en comunión con el hábitat que le da espacio.
Cae el sol y Rolando sigue pescando, concentrado, en paz. Está contento de poder transmitir sus conocimientos y mostrar su mundo. Afirma que no tiene nada que ver con la calidad del equipo que se use, sino que es más bien el saber pescar y entender a su presa. Conoce bien a las truchas, como si hubiera vivido siempre con ellas en ese bosque, en ese río.
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