(Chicago, especial para Infobae) No sienten rabia, pero cuando los marines mataron a Osama bin Laden en Pakistán, todos se alegraron. No hablan o hablan muy poco del 11/S a pesar de que ese día les cambió la vida para siempre. Tienen una obvia sensación de pérdida, pero no siguen obsesionados con el tema. Les molesta que en cada aniversario de los atentados a las Torres Gemelas les manden mensajes o condolencias sin mayor sentido. Son algunos de los 3.000 chicos o hijos de las 105 madres embarazadas en el momento en que sus padres murieron en los ataques. Son el núcleo duro de la Generación 9/11 que 20 años después del acto terrorista que los dejó huérfanos comienzan a hablar abiertamente de lo que les sucedió.
Chicos como Nick Gorki, que aún estaba en la panza de su mamá cuando perdió a Sebastián, su padre, que era jefe de mantenimiento de una de las torres. Las nauseas matutinas salvaron a su madre, April, y por lo tanto él. Ese martes del comienzo del otoño del 2021, April dejó su lugar de trabajo en el piso 74 porque se sentía muy mareada. Decidió ir a tomar un poco de aire fresco. “En el momento en que salí, el avión entró. En cuestión de segundos el cielo perdió su azul”, relató. Nick leyó el testimonio en la ceremonia por el décimo aniversario, cuando tenía nueve años. “En ese momento estuvo bien, pero ya no lo quiero hacer. Es algo mío, íntimo. Para la mayoría es una cuestión histórica que recuerdan. Para mí es la pérdida de mi papá”.
Nick contó su historia por primera vez junto a otros seis chicos de su misma condición en el documental de la PBS, la televisión pública, Children of 9/11: Our Story. Uno de las decenas de trabajos de investigación estrenados en estos días en la televisión estadounidense. Allí aparece también Megan quien cuenta con cierta ironía cómo le mandan mensajes del tipo “pensando en ti hoy” que recibe en cada aniversario. “No estaba pensando realmente en nada relacionado con los atentados hasta que inundaron mi bandeja de entrada del mail....No revivo el día para nada, todavía no estaba allí, no existía cuando sucedió. Es sólo que ese día perdí a mi papá. Punto”.
Angilic Casualduc Soto tenía 16 años cuando su madre -que trabajaba como secretaria en la oficina de una empresa de seguro médico del piso 28 de la Torre Norte-, decidió quedarse atrás del grupo de compañeros de trabajo que huían por las escaleras. Fue a ayudar a una amiga a quien le costaba sortear los escalones. Nunca pudo salir. “Por mucho tiempo estuve muy enojada. Decía `¿cómo se le ocurrió ir a rescatar a otro si ella no era ni bombero ni policía ni nada?’. Después la entendí y la perdoné. Pero aún me duele cuando veo a mis hijas haciendo cookies sin la ayuda de su abuela”.
El padre de Dina Retik, David, era un pasajero del avión que se estrelló contra la Torre Norte; la familia descubrió que había estado sentado al lado del cerebro de los atentados. Un terapeuta aconsejó a la madre, Susan, que no diera a sus hijos ningún detalle a menos que se lo pidieran. “No fue necesario. Nunca preguntaron por el 11-S. Ev-er!”, dice Susan. Diana cuenta que se enteró de todo viendo el video de su madre en una charla TED en la que explicaba lo que había sufrido su familia. Y agrega como al pasar: “Hubo un tiempo en el que me obsesioné y vi todos los videos de Internet. Pero sola dejé de hacerlo y ya nunca más me metí en el tema. Me parece que lo superé o, al menos, es lo que siento ahora”, dice Dina.
Estos son chicos de la denominada Generación Z, unos 20 millones, nacidos entre 1995 y 2010, son “racial y étnicamente diversos, progresistas y respetan las instituciones”, según datos del Centro de Investigación Pew. Se sitúan entre los Millennials, nacidos entre 1980 y 1995, y la Generación Alfa, la actual, que seguirá sumando miembros hasta 2025. Y cuando aparecen en las entrevistas en la prensa son amables, conmovedores, reflexivos sobre sus vidas y honestos. Entienden que fueron sus madres y otros parientes quienes sintieron la pérdida de manera mucho más aguda.
Los Millennials fueron marcados profundamente por los atentados. Este es el testimonio de Eleni Towns, ahora una joven investigadora del Center for American Progress: “Mi primer día de la secundaria fue el 11 de septiembre de 2001. En una asamblea de toda la escuela, un profesor se puso de pie para dar la noticia y explicar el significado de los ataques. Su tono sombrío nos asustó y, cuando nos dijeron que teníamos que volver a casa, nos agarramos de la mano con mis compañeras por el miedo y la completa confusión. En los 20 años transcurridos desde entonces aprendí que mi experiencia fue típica de la mayoría de mi generación. En todo el país, los chicos estábamos en la escuela cuando ocurrieron los atentados -algunos en la escuela primaria, otros en la secundaria o en la universidad- y el 11 de septiembre se convirtió literalmente en parte de nuestra educación”.
Hali Geller logró superar su trauma a través de la cocina. Tenía 12 años cuando su papá Steven, un operador de bolsa, desapareció entre los escombros de las torres. Su mayor diversión en ese entonces era ir con su padre a Zabar´s, una fiambrería y rotisería muy famosa del Upper West Side de Manhattan. Allí compraban algunas exquisiteces y se iban a cocinarlas juntos. La falta de su padre la convirtió en una niña muy rebelde. Un terapeuta le aconsejó mandarla a un campo para chicos con necesidades especiales en Maine. “Fue una locura. Había chicos abusados, muchos drogadictos y hasta alguno que había disparado contra un hermano o sus padres. Salí peor de lo que entré”, cuenta Hali. “Recién encontré la tranquilidad cuando decidí hacer un curso de cheff. Me reconectó con la cocina, con la pasión que compartía con mi papá. Y hoy, 20 años después, soy una profesional de la cocina y me acuerdo más de mi papá cuando meto algo en el horno que el día del aniversario que trato de pasarlo lo más ocupada y rápido posible”, agrega.
Muchos de los chicos de las víctimas del 11/S cuentan que participaron de las manifestaciones patrióticas de los estudiantes del 2 de mayo de 2011 cuando se anunció la muerte de Osama bin Laden, el máximo responsable de su sufrimiento. Esa noche hubo una masiva concentración frente a la Casa Blanca con el típico canto de “¡USA, USA, USA…!” que se repitió en los campus universitarios, desde Boston hasta California. “Fue un desahogo”, dijo Kevin nacido ese 9/11.
Y esta semana, apareció un nuevo tema para estos chicos, el fracaso de la guerra en Afganistán. Ver la caótica salida de los marines de Kabul fue un golpe duro para la Generación Z. “Perdimos a nuestros padres y creíamos que había sido por una causa honorable y patriótica, pero terminamos saliendo como ladrones y dejando a los talibanes otra vez en el poder para que protejan a terroristas que nos pueden volver a atacar. Eso sí que me dolió. Fue un golpe muy duro. Te diría que casi tan duro como haber crecido sin un padre”, lanzó Ronald Jr, una joven estrella del fútbol americano e hijo de uno de los bomberos neoyorquinos que perdió la vida tratando de rescatar a los que surgían de la bruma polvorosa que cubrió buena parte de la isla de Manhattan ese fatídico 11/S.
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