Biblia, historia y tradición: cómo pudo la pequeña “secta” de Jesús convertirse en una religión universal  

Navidad, Año Nuevo y Reyes son fiestas ligadas a un mismo acontecimiento: el nacimiento de un hombre cuyo mensaje -se crea o no en su divinidad- transformó y modeló nuestra historia y nuestra cultura. ¿Cómo fue posible esto? ¿Cuánto se sabe realmente sobre los primeros tiempos del cristianismo?

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"El mundo estaba intelectualmente preparado para el cristianismo. Estaba esperando a Dios", afirma el historiador británico Paul Johnson, en La historia del cristianismo [PRH 2017]. ¿Qué significa esto exactamente? La llegada de Jesús y su predicación no fueron acontecimientos tan disruptivos como puede parecer a primera vista. Muchos autores han descrito el clima apocalíptico que se vivía en la Palestina bíblica. Jesús no fue el único predicador desafiante del orden, no fue el único en abogar por una refundación de la fe, pero algo había de diferente en su mensaje; algo sucedió que llevó a la ruptura total con el tronco judaico y al surgimiento de una nueva religión.

Los Evangelios (Nuevo Testamento) son casi la única fuente disponible sobre la vida de Jesús y los primeros tiempos del cristianismo. Fueron escritos entre el año 70 y los años 85-90. En El judaísmo y el cristianismo antiguo de Antíoco Epífanes a Constantino [Nueva Clío, 1972], Marcel Simon y André Benoît explican que se trata de "escritos religiosos, no documentos históricos", que fueron "elaborados en el seno de la Iglesia primitiva, reflejaban sus preocupaciones y llenaban sus necesidades"

Aunque invitan a tener esto presente y considerar el ambiente en el cual se redactaron, advierten que "nada autoriza a profesar un escepticismo radical frente a ellos ni a pensar, como ciertos críticos, que estos escritos, documentos preciosos sobre la mentalidad de los primeros cristianos, no nos sirvan para conocer la persona y el mensaje de Cristo".

Los Evangelios tienen imprecisiones, lagunas y contradicciones, dicen Simon y Benoît, pero aunque haya que analizarlos con gran prudencia, son textos que "se elaboraron a partir de hechos históricos" y que recogen "una tradición oral", originada en el grupo de los primeros discípulos, que "si bien pudo deformar ciertos datos al pasar de boca en boca y de comunidad en comunidad, no los ha inventado al menos íntegramente".

La llamada tesis mitológica, que no reconoce en Jesús una figura histórica, no resiste el menor análisis (Simon – Benoît)

"La llamada tesis mitológica, que no reconoce en Jesús una figura histórica, no resiste el menor análisis", concluyen.

Jesús nació en una provincia romana, bajo un dominio imperial que, si bien instauraba su orden y exigía tributos, no pretendía controlar el pensamiento y el discurso, ni tampoco las creencias. El culto romano implicaba una serie de normas de observancia esencialmente externa; no se inmiscuía en las conciencias. "En el ámbito imperial -dice Paul Johnson-, el credo cívico del Estado, obligatorio pero marginal, dejó amplia libertad a la psiquis. Todos los hombres podían tener y practicar una segunda religión, si así lo deseaban. Para decirlo de otro modo, el culto cívico obligatorio posibilitaba la libertad de cultos".

"Roma -sigue diciendo- se mostró tolerante sobre todo en relación con las dos grandes culturas filosóficas y religiosas que la enfrentaron en el Mediterráneo central y oriental: el helenismo y el judaísmo". En comparación con ambas, la religión de Roma era primitiva. El genio griego, acostumbrado a la indagación personal sobre el sentido último de la existencia, influirá en ese mundo romano. Y, en cuanto al judaísmo, en su seno surgirá lo que en principio fue una pequeña secta de seguidores de Jesús, relativamente tolerada en su disidencia, pero que con el tiempo se separará definitivamente de la religión del Templo, y se expandirá mediante la predicación y la conversión de los "gentiles" hasta instituirse en religión oficial del Imperio.

Cristo predicando en la Sinagoga
Cristo predicando en la Sinagoga de Cafarnaúm, óleo de Maurycy Gottlieb, 1878-79. Museo Nacional de Polonia, Varsovia

Antes de los romanos, la Palestina judía había sido conquistada por Alejandro Magno y, tras la muerte de éste, y luego de luchas dinásticas, quedó bajo dominio de la monarquía greco-oriental de los seléucidas.

Coexistían por entonces en toda el Asia Menor infinidad de cultos, más o menos locales, tribales o incluso nacionales, la mayoría originarios del este, de Babilonia, de Egipto y de Persia. Existía ya una tendencia general hacia el monoteísmo.

En esa maraña religiosa, Johnson destaca lo que llama "la gravitación judía sobre el mundo romano" porque "los judíos no sólo tenían un dios: tenían a Dios. Habían sido monoteístas durante los dos últimos milenios".

A diferencia del culto romano, el judaísmo era una religión también interior, que cargaba al individuo con muchos mandatos y prohibiciones. Para los judíos, la historia era resultado de un plan de Dios y muchos de sus textos ya anunciaban la llegada del llamado "hijo del hombre", el nombre que Jesús se dará a sí mismo en un par de ocasiones, según los Evangelios.

En los tiempos de Jesús, los judíos estaban divididos en facciones que no se definían tanto por lo religioso como por lo político: por la actitud frente al poder imperial.

(AFP)
(AFP)

"Enfrentados con un pueblo subordinado de carácter altivo y con una sólida tradición cultural propia", los romanos "preferían (…) trabajar con un 'hombre fuerte' local, adepto a Roma", que lidiaría más fácilmente con su propia población, explica Johnson.

En tiempos previos a Jesús, ese hombre fue Herodes el Grande, que asumió el trono de Judea, dentro de la provincia romana de Siria, en el año 43 antes de Cristo. Pero tras su muerte, el reino se divide en varios herederos, entre ellos Herodes Antipas, que no están a la altura de la tarea.

"Jesús pasa los primeros años de su vida en un contexto de delicuescencia del Reino Judío. El clima es insurreccional; el resentimiento popular contra Roma y sus aliados locales sólo esperaba un líder, para cristalizarse en su persona", dice Christian-Georges Schwentzel, en un artículo de la revista Slate.

Un elemento que incidirá luego en la definitiva separación del cristianismo del tronco judaico y en su difusión por el mundo entonces conocido es la existencia de una importante diáspora judía en las principales ciudades del Mediterráneo oriental: Alejandría, Antioquía, Tarso y Éfeso. También en Roma. Estas colonias judías gozaban, bajo el imperio romano, de libertad de movimiento y de comercio y, como ya se dijo, de religión. Superaban en número a los judíos que vivían en Palestina.

"Mientras los judíos de Judea, y aún más los de regiones semijudías como Galilea, tendían a formar grupos pobres, atrasados, oscurantistas, de mente estrecha, fundamentalistas, insultos xenófobos, los judíos de la diáspora eran personas expansivas, ricas, cosmopolitas, bien adaptadas a las normas romanas y a la cultura helénica, conocedores de la lengua griega, cultos y mentalmente abiertos", describe Paul Johnson.

En ellos surgen los primeros gérmenes de una idea universalista, de un mensaje que superara los contornos de Jerusalén. "El judaísmo de la diáspora, liberal y abierto al mundo, tenía la matriz de una religión universal, pero sólo si podía separarse de los orígenes bárbaros", dice Johnson.

"Los Judíos, con su antigua y firme tradición de monoteísmo, tenían mucho que ofrecer a un mundo que buscaba un dios seguro y único -agrega este autor-, aunque su ética era en ciertos aspectos más atractiva que su teología. Se admiraba a los judíos por la estabilidad de su vida familiar, por su adhesión a una castidad que coexistió con la prevención de los excesos del celibato, por las relaciones impresionantes que mantenían entre hijos y padres, por el valor peculiar que asignaban a la vida humana, por su aborrecimiento del robo y su escrupulosidad en los negocios. Aún más sorprendente era su sistema de beneficencia comunitaria".

Todos rasgos que perdurarán en el cristianismo y que justifican el apelativo de "hermanos mayores en la fe" que les dio el papa Juan Pablo II en 1986. La beneficencia en particular será vertebradora de la práctica cristiana. Estos servicios a los indigentes serán una de las claves de la expansión del cristianismo en las ciudades.

Pero a la llegada del cristianismo, el judaísmo de Palestina, ofrecía el panorama de una multitud de sectas; aunque todas eran monoteístas y aceptaban la ley judaica, tenían una gran cantidad de diferencias.

Entre ellas, la de los samaritanos, por ejemplo, era un grupo que había roto con el Templo de Jerusalén y tenía su propio santuario. Algunos les negaban la condición de judíos y es por eso que Jesús escandalizó al no negarse a tener trato con ellos.

La secta de los esenios era la más pura y rigurosa; curiosamente los evangelios no la mencionan, aunque fue muy numerosa. Ellos tampoco reconocían al Templo. Al igual que otras sectas, creían que la casta sacerdotal de Jerusalén era corrupta y connivente con la ocupación romana. Buscaban restablecer la pureza de un Estado teocrático. Al no lograrlo, terminan abandonado el combate, dejan Jerusalén y crean otro foco puro de culto en el desierto, cerca del Mar Muerto. Al momento de nacer Jesús, la secta esenia ya tenía siglo y medio de existencia y era un movimiento respetado dentro del judaísmo.

Los esenios constituyen un antecedente del cristianismo en el sentido de que son los primeros en romper con el Templo: Dios no está en Jerusalén sino allí donde es adorado. El templo deja de ser geográfico y pasa a identificarse con la comunidad, con el grupo. El apóstol Pablo dirá: "….nosotros somos el Templo del Dios vivo…" (2a epístola a los Corintios, 6:16). También realizaban el rito de la comida sacra de pan y vino, que luego será resignificado por Jesús. Esperaban a un Hijo de la Luz que restablecería un Israel puro, para lo que muchos malos judíos y gentiles deberían morir.

El panorama político religioso en
El panorama político religioso en la Palestina de Jesús (Santa Biblia Reina Valera, Edición de Estudio, 1995)

Pero los esenios eran un grupo cerrado, rígido e intolerante. En ellos no estaba la matriz de una religión universal. Sin embargo, contribuyeron a formar el clima de "apocalipsis politico-religioso", a ese marco de inestabilidad en el cual el mensaje de Jesús pudo ser desequilibrante.

"Todos los judíos palestinos creían hasta cierto punto en una solución mesiánica", afirma Johnson. Discrepan sobre las características de ese mesías pero todos creían que alguien vendría a expulsar a los romanos y restablecer a Dios en el trono de Israel.

También aparecieron por esta época movimientos bautistas en el Valle del Jordán, que usaban el rito del agua como purificación. La región entera, dice Johnson, "abundaba en santos excéntricos".

Juan el Bautista fue muy probablemente el nexo entre el movimiento esenio y Jesús.

Christian-Georges Schwentzel habla del surgimientos de muchos "reyes mesías" o "jefes carismáticos -al menos a los ojos de sus fieles- que se presentaban como enviados de Dios, con el objetivo de liberar a los judíos del dominio extranjero".

(René Krüger)
(René Krüger)

"Todos estos líderes -agrega-, enemigos declarados de las élites dominantes, terminan por ser aplastados por las legiones de Roma y sus auxiliares locales". Estas rebeliones son relatadas por Flavio Josefo, un historiador judío, miembro de la diáspora antes mencionada.

"No había una ortodoxia dominante", dice Johnson, pero el alto clero "estaba en manos de los aristócratas saduceos, que apoyaban y defendían la ocupación romana". Eran familias ricas y conservadoras, que veían la seguridad de sus propiedades mejor custodiada por los romanos. Al parecer no creían en la vida después de la muerte. Interpretaban literalmente la ley lo que en muchos casos la volvía inaplicable. Eran la elite judía que colaboraba con el ocupante y lo hacía a través del Supremo Consejo de Jerusalén o Sanedrín.

Los fariseos eran, según Johnson, "el partido popular de la clase media". Muchos de ellos eran abogados y muy numerosos porque la casuística judía requería de mucha interpretación. Corriente muy nacionalista, en su mayoría no apoyaba a los romanos. Entre ellos había incluso algunos que consideraban necesario alzarse en armas. El historiador Josefo los describe como "un partido de judíos que al parecer son más religiosos que los restantes y explican las leyes con más minucioso cuidado". Menos literales que los saduceos, apelaban a la tradición "para interpretar razonablemente la escritura". Creían en la vida después de la muerte y en el castigo de los pecados. Su legalismo era extremo. "Al parecer, ni siquiera Dios podría derogar la ley. Así la vida era una serie de casos judiciales cotidianos", ironiza Johnson.

Los zelotes, por último, eran un movimiento que se oponía a la ocupación romana, en especial al pago de impuestos, se habían rebelado activamente, y una de las misiones de Poncio Pilato era terminar con esa amenaza. Es posible que haya pensado que Jesús era un zelote.

Para los saduceos, Jesús era un obstáculo en sus buenas relaciones con los romanos. Con los fariseos en cambio tenía diálogo, pero cuestionaba constantemente su papel como abogados e intérpretes de la ley.

Pero, dice Christian-Georges Schwentzel, Jesús también califica de "aberrante creer que Dios pueda desear que se le pague en piezas de plata". En concreto ataca la base del poder del clero que es la fiscalidad religiosa. Para Él, basta con el tributo espiritual. "Él cuestiona la existencia misma de los sacerdotes y del templo de Jerusalén", dice.

Así se va formando contra él, de hecho, una coalición de enemigos, Poncio Pilato, saduceos y fariseos, que lo llevó a la cruz, a pesar de que en su mensaje Jesús nunca se colocó en ruptura total con el judaísmo. Ese proceso tendrá lugar luego de su muerte y tampoco será inmediato.

"Para los romanos que dominaban entonces Judea -dice Christian-Georges Schwentzel-, el suplicio de la cruz era la pena más infamante posible, la que se infligía a los esclavos que se rebelaban y a aquellos a los que la elite llamaba bandidos (lestes, en griego). Ese término, empleado por las autoridades, designa a enemigos a eliminar a toda costa, y por cualquier medio. En suma, se crucifica a los que son culpables de haber cuestionado el orden establecido".

"El título escrito que señalaba la causa de su condena era: 'El Rey de los judíos'", dice la Biblia (Marcos 15:26). "Jesús era culpable de haber aspirado a la corona. Es condenado al suplicio de la cruz, como otros mesías autoproclamados en la misma época -afirma-. Es condenado por una élite preocupada por mantener su dominio"

Esto ocurrió en torno al año 30.

Luego de su encuentro con Juan el Bautista, Jesús había iniciado su predicación en el norte de Palestina, en Galilea, en torno al Lago Tiberíades o Mar de Galilea. Allí recluta sus primeros discípulos, entre los pescadores, se dirige sobre todo a la parte más baja de la población, a la que le habla de modo alegórico, en parábolas. También realiza curaciones y milagros. Despierta tanto entusiasmo en unos como desconfianza en otros, en especial con los dos "partidos" principales de Jerusalén, fariseos y saduceos, con los que tendrá roces y polémicas. Al cabo de su periplo, que duró entre uno y tres años, Jesús llega a Jerusalén donde será juzgado y ejecutado por su herejía, tras comparecer ante el Sanedrín y ante Pilato, es decir, las autoridades judía y romana respectivamente.

Jesús fue reconocido por sus discípulos como ese "mesías" esperado por los judíos. El nombre que Él se da a sí mismo, "Hijo del hombre", proviene, entre otros, del Libro de Daniel (Antiguo Testamento), es decir, de la propia literatura judía, explican Marcel Simon y André Benoît, en el libro citado.

Esa "conciencia mesiánica" es la que lo constituye "en rival de la enseñanza rabínica tradicional e incluso, en determinados puntos, de la misma ley". Pero Jesús no era un opositor sistemático. A diferencia de los zelotes, separa lo político de lo religioso ("al César lo que es del César"). Aunque interpretaba la ley y la flexibilizaba ("Oísteis que fue dicho, pero yo os digo…"), no era un radical. Su discurso apunta a poner por encima de la observancia formal la "pureza de corazón" y contra la casuística de los escribas y fariseos, postula "la ley fundamental del amor a Dios y al prójimo", de la que deriva todo lo demás.

¿Qué ocurrió luego de la muerte de Jesús que hizo posible la supervivencia de la pequeña secta y su crecimiento exponencial? Aparentemente, el único mandato que Jesús les dio en vida a sus discípulos era la eucaristía, compartir el pan y el vino en memoria de su sacrificio cada vez que se reuniesen.

Pero algo pasó para que de repente una fiebre misionera se apoderara del pequeño grupo inicial. La Biblia, en el libro de Hechos, dice que fueron varias apariciones de Jesús resucitado a los discípulos y luego, cuando estos se reúnen, llegando de distintos lugares, reciben la llama del Espíritu Santo.

El escenario de la prédica
El escenario de la prédica de Jesús

"El moderno historiador, cualquiera que sea su idea de la realidad objetiva de estos hechos, debe señalar que algo sucedió entonces que condicionaría el desarrollo posterior del cristianismo. Los discípulos que con la muerte del Maestro habían caído en la decepción e incluso en la desesperación, recobraron una confianza inquebrantable y empezaron a predicar el feliz mensaje de su resurrección y su próximo regreso", dicen Simon y Benoît.

Ese día de Pentecostés, cuando judíos de todas partes se habían reunido en Jerusalén para la fiesta y sintieron el fuego sagrado en su interior, y se produjeron unas 3 mil conversiones, es considerado la fecha de nacimiento de la Iglesia.

Esos primeros cristianos no se sentían en ruptura con el judaísmo.

"La iglesia primitiva era en este estadio inicial una secta judía entre muchas -dicen-, y sus particularidades de creencia y rito no bastaban para situarla fuera de la religión ancestral."

Estaba bajo vigilancia, ciertamente, por los mismos sectores que habían combatido a Jesús, sin embargo no había una persecución sistemática.

Pero en determinado momento algo se complicó. El motivo fueron los llamados "helenistas": un pequeño grupo de judíos de esa diáspora tan numerosa y diferente del judaísmo tradicional, que residían en Jerusalén y hablaban griego. Ya antes de acercarse al cristianismo, estaban en disidencia con la tradición. Su jefe era Esteban, considerado el primer mártir de la nueva religión, hoy santo. Éste dirige su discurso contra el Templo, al que califica de "morada de la idolatría". Jesús había venido con la misión de destruir ese "falso santuario" y restaurar el judaísmo. Era demasiado para el establishment sacerdotal judío. Esteban será lapidado y una primera ola de persecución se abate sobre la pequeña comunidad cristiana.

La lapidación de Esteban, primer
La lapidación de Esteban, primer mártir cristiano

Los discípulos de Esteban son los primeros en dispersarse por Palestina, pero no lo hacen en silencio: le dan un sentido universal al mensaje de Cristo, separándolo del Templo de Jerusalén. La nueva religión es para todos, judíos y gentiles. Esta concepción se verá luego sistematizada y consolidada por el apóstol Pablo.

La edición de estudio de la Biblia Reina Valera [1995] incluye una síntesis de las etapas de expansión de ese cristianismo primitivo a modo de introducción al libro Hechos de los Apóstoles.

La primera etapa tiene por escenario a Jerusalén: "Después de la resurrección y de la ascensión de Jesús al cielo, Jerusalén es escenario de la formación del núcleo cristiano más antiguo de la historia; allí vino sobre los discípulos el Espíritu Santo el día de Pentecostés, y allí se dieron los primeros pasos para la organización de la iglesia".

La segunda etapa transcurre en Judea y Samaria: "La persecución contra los cristianos desencadenada por el martirio de Esteban obligó a muchos de ellos a salir de Jerusalén y dispersarse 'por las tierras de Judea y Samaria'. Este hecho vino a favorecer la propagación del Evangelio, que ya por entonces había alcanzado varios puntos de Siria y Palestina".

Finalmente, la tercera etapa: "Dios, en el camino de Damasco, había llamado a Saulo de Tarso, para hacer de él 'instrumento escogido para llevar' el nombre de Jesús a los gentiles. Por otro lado, los creyentes 'que habían sido esparcidos a causa de la persecución… pasaron hasta Fenicia, Chipre y Antioquía' y de este modo se abrieron las puertas al evangelio en lugares hasta entonces totalmente paganos".

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