Gonzalo Heredia: "La literatura me rescató y me contuvo"

El actor de "Los ricos no piden permiso" habló con Infobae sobre su relación con la lectura, los prejuicios que existen en torno a su figura y su próximo proyecto: la adaptación cinematográfica de "Ladrilleros", de Selva Almada

"Tengo tiempo y me gusta la propuesta", responde entusiasmado cuando Infobae le pide unos minutos para hablar por teléfono sobre literatura. A pesar de haber abandonado el colegio secundario antes de tiempo, Gonzalo Heredia, hoy Agustín en "Los ricos no piden permiso", nunca perdió el interés ni la pasión por los libros. Heredia escribe todos los días: actualmente trabaja en su primera novela.

No es raro que el actor comparta en Twitter algunas de sus lecturas favoritas con sus más de 300 mil seguidores, pero más de uno se llevó una sorpresa al descubrir que el galán del exitoso culebrón no le teme al Ulises, de James Joyce, ni a La Odisea, de Homero. Y alguno hasta se atrevió a señalarlo con sorna. "Son unos prejuiciosos todos", dirá Heredia en esta entrevista, que se reproduce a continuación.

—Creo que sí, pero sin saberlo. Sin tener conciencia. No en el hecho de que me interesaba la literatura, yo no terminé el colegio ni mucho menos. Esa pasión la descubrí de grande, o un poco más de adolescente. Pero sí la literatura me ha rescatado y me ha contenido sin saberlo. Yo creo que eso siempre existió sin darme cuenta, sin tener tanta conciencia. Me refiero puntualmente a que ciertos libros y autores me han sacado de los lugares donde no quería estar. El hecho de trabajar donde no me gustaba o de estar en lugares en los que no me sentía cómodo. La literatura siempre me sirvió como transporte para estar en los lugares en los que deseaba, y fantasear. En algún punto era inconsciente lo que me pasaba, después me empecé a dar cuenta.

—Uno siempre recuerda el primero. El primero con el cual me sentí adicto a la literatura, sin saber en ese entonces el significado de la palabra adicción, fue El túnel, de (Ernesto) Sabato. Castel tenía una obsesión con María y a mí me pasaba con el libro que contaba eso. La metamorfosis, de (Franz) Kafka, lo leí en el colegio a los 11 años y me acuerdo de esa transformación que sentía y esas ganas de ser quien no era en ese momento. Después, a medida que fue transcurriendo mi vida, hubo muchos títulos que me contuvieron. Descubrí a (Jean-Paul) Sartre, a la generación beat, (Albert) Camus, Agota Kristof, (John) Cheever, (Michel) Houllebecq... Cuando sentís que te están escribiendo a vos es un indicio de que esas palabras te están tocando en lo más profundo de tu ser.

—Quedó trunco, no llegamos a bueno puerto. Hay proyectos que se caen.

—Sí, era el productor artístico e iba a ser el protagonista, Javier. Era una historia que me gustaba para representar. Ahora compramos los derechos de Ladrilleros, de Selva Almada, que me parece una gran novela. Selva (Almada) es una escritora que para mí, hoy por hoy, junto con dos o tres más es una de las más importantes argentinas. Y la novela está buenísima. Yo acá no quiero actuar, no quiero poner mi actuación por delante de la historia.

—Es un proyecto que está muy encaminado. Tiene el interés del INCAA, que aprobó la carpeta, y estamos buscando financiación. Está bastante avanzado, hay un elenco tentativo que estamos pensando. Es una película que es muy contundente. Y lleva mucho tiempo, más allá de que el cine siempre lleva sus tiempos. Estamos entrando en el trabajo de preproducción.

—El mundo de dos familias que son ladrilleros. El contexto: habla mucho de la Argentina del norte. Y esa pasión que sienten los personajes, la historia de amor y las familias enfrentadas. Me hizo acordar a Romeo y Julieta.

—A mí me gusta contar historias. El hecho de que tenga un rótulo y sea el de productor está en segundo plano. Me gusta formar un grupo de trabajo y contar historias.

—Cuando hice la película tenía 18 años, fue el primer largo que hice. No lo conocía a Edgardo y no tenía idea de lo que había hecho, lo cual me parece que me puso en un lugar bastante inmune: sin presiones, sin absolutamente nada. Lo conocí en un casting y nos hicimos muy amigos. Creo que Ronda nocturna fue la experiencia más importante, la que hizo darme cuenta de que tenía herramientas actorales que no conocía y pude descubrirlas a través de Edgardo. Había una oscuridad y una personalidad un poco más densa en mí y herramientas que no había descubierto. Después leí sus libros, El rufián moldavo y otros. Dark no la leí. Pero me gusta Edgardo, tenemos un lazo y creo que es esa parte oscura de cada uno lo que nos une mucho.

—Yo abrí mi cuenta hace cuatro o cinco años. No me acuerdo cuál fue el primer libro que leí y subí, pero me parece que es una herramienta bastante poderosa. Quizás al principio no encontraba el uso o la significancia que tenía para mí, hasta que empecé a encontrarle la onda. No soy muy adicto o adepto a las redes sociales y las últimas novedades tecnológicas. Pero empecé a encontrarle la onda a Twitter, a seguir gente que me interesaba cómo pensaba. Y ahí empecé a compartir lecturas que me gustaban. Yo soy considerado un actor popular. Me sigue un público mayormente femenino y cierto target que es entre adolescente y treintañero. Si desde mi lugar puedo compartir una lectura que me movilizó y llega a una persona de esas miles y le pasa algo parecido, mi trabajo como artista o comunicador ya está hecho.

—Recién lo estoy empezando a leer, porque estoy en un grupo de lectura por primera vez y leemos clásicos universales. Yo lo tenía en mi biblioteca y, como pasa con otros libros, lo posponés. Yo cuando leo algo de un autor por primera vez me meto en su mundo, en su vida, leo cosas sobre la época en la que escribió, de por qué escribió y su bibliografía. Me pasa de empezar con el final de una trilogía, o lo que sea, e ir para atrás o empezar con el primero y seguir hasta el final. Me ha pasado con (Mario) Levrero, que empecé con La novela luminosa y después fui para atrás. Para leer el Ulises, tenés que leer La odisea, Retrato de un artista adolescente, Dublineses. Paralelamente, estoy leyendo el libro de (Carlos) Gamerro, que es la guía para leer el Ulises. Es un mundo que uno se crea.

—La semana pasada me junté por primera vez. Y está buenísimo. Hablamos de los capítulos que leemos, debatimos, decimos lo que nos parece y cómo lo vemos, sin solemnizar nada. Sin ponerse en ese lugar solemne del intelectual que a mí me aburre mucho. Tanto en los autores, como en los actores. Es sumamente aburrido ese lugar.

—El lugar de solemnizar, de ponerte a filosofar sobre lo que leés. O de intelectualizar la actuación. Racionalizar mucho todo y ponerlo en un lugar tan elevado para que no se pueda acceder de ninguna forma. Y aparte es pretencioso. Esos lugares a mí me aburren. Me pasa con la actuación y con los escritores. El grupo, en cambio, se desarrolla de una manera relajada. Ulises es muy universal. Debatimos y damos puntos de vista, uno solo no podría hacerlo.

—Son unos prejuiciosos todos. Yo creo que también. Todos tenemos un rótulo y necesitamos ponérselo a la gente. Es así: vendés merchandising o hacés un taller literario. A mí no me importa, yo lo hago porque para mí es oxígeno y me hace sentir muy bien. Tengo una pasión que, la verdad, me pasa con pocas cosas. Y la sigo.

—Sí. Lo hago desde que tengo 14 años y desde hace un año que lo hago todos los días. Escribir todos los días es escribir. No pasa por hacerlo mal o bien, pasa por el acto en sí. Hice un taller literario con Virginia Cosin el año pasado y ahora estoy haciendo el de dramaturgia con Mauricio Kartun. Y el año que viene quiero estudiar narrativa para tener más herramientas técnicas. Estoy escribiendo una novela, escribiendo apuntes. Los apuntes siempre terminan en algo. Se empieza por imágenes y después apuntes... es totalmente arduo y laborioso tomar apuntes todos los días. Y lo hago. La diferencia entre yo y alguien que no escribe y tiene ganas de hacerlo es que yo lo hago.

—Sí, es simplemente agarrar una hoja y hacerlo. El hecho es que se confunde escribir con hacerlo bien o escribir cosas que gusten o sean interesantes. Hay que hacerlo todos los días, tener disciplina y pasión.

—Estuve leyendo el último libro de Mariana Enríquez, Las cosas que perdimos en el fuego, que me encanta. Ella me encanta. Había leído Bajar es lo peor. Tiene una literatura que me gusta, mundos en los que me gusta entrar. Después, Fernanda García Lao, Samanta Schweblin, Virginia Cosin, Liliana Hecker, Gabriela Cabezón Cámara, Selva Almada... También me gusta (Roberto) Arlt, Fogwill, Leonardo Oyola. He leído algo de José Ingenieros, me parece un pensador increíble que desconocía totalmente. Leí muy poco a (Jorge Luis) Borges y a (Julio) Cortázar, no los descubrí todavía en su inmensidad. Latinoamericanos estuve leyendo a Augusto Roa Bastos, que me gustó mucho. De (Roberto) Bolaño me encanta Los detectives salvajes, Los sinsabores del verdadero policía, Estrella distante. Estuve leyendo a (Alberto) Fuguet, que no conocía, y me encanta. No terminé Sudor. No termino todo lo que leo, a veces los dejo por la mitad porque me gusta empezar otros. Sé qué libros me gustan, no tengo la premisa de leer todos los libros de punta a punta. A veces el libro te da lo que necesitás y ya. O no es el momento para que entres en el libro.

—En este momento, además del Ulises, estoy con Música para camaleones, de (Truman) Capote. Había leído A sangre fría y este está bueno, porque son recortes de él. Habla de su literatura, de qué le pasaba en el momento en el que escribió cada cosa, cuenta qué lo llevó a escribir A sangre fría... A mí me gusta mucho leer diarios y autobiografías. Por ejemplo, el de John Cheever. Porque me hacen conocer más a los autores. Eso me gusta: intentar conocer la cabeza del escritor. Para mí son como biblias.