De French y Beruti al decreto del año 12: la verdad de la escarapela

El origen del distintivo nacional está íntimamente relacionado con el de los colores patrios: el celeste y el blanco. Pero no se sabe a ciencia cierta cuándo se empezó a utilizar esta combinación bicolor para representarnos

Existen muchas hipótesis sobre el origen de los colores patrios que hoy nos identifican. Algunos sostienen que fueron primeramente adoptados después de la Primera Invasión Inglesa por el Regimiento de Patricios, en el penacho de plumas bicolor que, se cree, lucían los soldados en sus sombreros cuando fue creada aquella fuerza por Santiago de Liniers, en septiembre de 1806.

Otro antecedente se remonta a mediados de Julio de ese año, cuando Juan Martín de Pueyrredón se instaló en la localidad de Luján. Allí reclutó una fuerza de entre seiscientos cincuenta y ochocientos paisanos, peones y blandengues armados, con la intención de reconquistar Buenos Aires de los invasores ingleses.

Ante la gran disparidad de vestimentas y la falta de uniformes para todos estos voluntarios, el padre Vicente Montes Carballo, que atendía el Santuario de Luján, les distribuyó, para que usaran como insignias, cintas celestes y blancas, de aproximada-mente treinta y ocho centímetros de largo, que se denominaron "medidas de la Virgen", con los colores del manto y túnica de nuestra Señora de Luján y una extensión equivalente a la altura de la imagen.

Otros han registrado que el 18 de mayo de 1810, cuando se supo de la proclama del virrey Baltasar Hidalgo de Cisneros, que hizo pública la caída de toda España en manos de Napoleón, los patriotas, que estaban reunidos en la casa de Nicolás Rodríguez Peña, decidieron convocar, en forma urgente, al líder militar indiscutido de la ciudad, que era Cornelio Saavedra, para convencerlo de que apoyara al movimiento revolucionario que proyectaban gestar. Don Cornelio no se encontraba entonces en la Capital, sino en su quinta de fin de semana de San Isidro. Entonces, los patriotas le solicitaron a su gran amigo Juan José Viamonte que lo mandara llamar.

Así recuerda Saavedra aquella jornada: "Yo me hallaba en ese día en el pueblo de San Isidro. D. Juan José Viamonte, Sargento Mayor que era de mi cuerpo, me escribió diciendo que era preciso que regresase á la ciudad sin demora, por que habían novedades de consecuencia. Así lo ejecuté. Cuando me presenté en la casa encontré en ella una porción de oficiales y otros paisanos".

De regreso en Buenos Aires, y cauto y desconfiado como era su carácter, Saavedra no se dirigió de inmediato a lo de Rodríguez Peña, sino a casa de su amigo Viamonte, donde seguramente se sentía más cómodo, para meditar con detenimiento sus pasos, a raíz de la gravedad de los hechos acaecidos.

Como pasaba el tiempo y don Cornelio no aparecía, la paciencia de los patriotas, en la casa de Rodríguez Peña empezó a colmarse. Fue en ese momento que intervino la dueña de casa, Casilda Igarzábal de Rodríguez Peña, la cual, acompañada de otras damas patricias, Ana Estefanía Dominga Riglos de Irigoyen, Melchora Sarratea y tal vez las esposas de Juan José Castelli y de Pedro Agrelo, decidieron tomar el toro por las astas y hacer lo que los hombres no se animaban: ir al encuentro del indeciso jefe de los Patricios y convencerlo de apoyar a la naciente Revolución de Mayo.

Así fue, entonces, que estas damas, que llevaban consigo cintas celestes, ribeteadas de blanco -cuenta la tradición- llegaron a lo de Juan José Viamonte, y una vez que entraron a la casa, encararon al sorprendido Cornelio Saavedra, para exigirle que se defina. Parece que el ver tan decididas a las mujeres fue lo que terminó por volcar al potosino a favor de la Revolución de Mayo, al instante. Dicen que doña Casilda lo terminó de persuadir cuando le dijo que se animara, pues "no hay que vacilar".

Otro antecedente sobre el uso de los colores patrios es mencionado por Ignacio Núñez, en sus Noticias Históricas de la República Argentina. Núñez cuenta que los soldados del Ejército del Norte, que partieron el 9 de julio de 1810 a las órdenes de Antonio Ortiz de Ocampo para enfrentarse con Santiago de Liniers, "llevaban en sus sombreros la cucarda española amarilla y encarnada, y en las bocas de los fusiles, cintas blancas y celestes". Muchos han puesto en tela de juicio este antecedente. Aunque es posible que soldados que marcharan al Norte, en algún momento llevaron cintas celestes y blancas, es muy probable que estos hechos ocurrieron años después, cuando estos colores ya estaban impuestos entre nosotros.

Sin embargo, el origen más antiguo de los colores celeste y blanco en la simbología argentina se remonta al escudo colonial de la ciudad de Buenos Aires, creado en 1649, formado por un óvalo dividido en dos mitades: la superior, celeste (por el cielo), y la inferior, blanca (o plateada, por el Río de la Plata).

Bartolomé Mitre, más de cincuenta años después de los hechos, cuenta que el 22 de mayo de 1810, Domingo French "entró en una de las tiendas de La Recoba y tomó varias piezas de cintas blancas y celestes, colores popularizados por los Patricios en sus uniformes desde las Invasiones Inglesas, y que había adoptado el pueblo como divisa de partido en los días anteriores. Apostando en seguida piquetes en las avenidas de la Plaza, los armó de tijeras y de cintas blancas y celestes, con orden de no dejar penetrar sino á los patriotas, y de hacerles poner el distintivo. Beruti fué el primero que enarboló en su sombrero los colores patrios que muy luego iban á recorrer triunfantes toda la América del Sur. Instantáneamente se vió toda la reunión popular con cintas celestes y blancas pendientes del pecho ó del sombrero. Tal fué el origen de los colores de la bandera argentina, cuya memoria se ha salvado por la tradición oral".

Esta confusión se originó seguramente en la versión dada por un testigo contemporáneo de los hechos, como lo fue Cornelio Saavedra, quien en sus memorias, redactadas más de quince años después de los hechos, e incluido este fragmento en la obra de Mitre, consignó que el 22 de mayo de 1810, "la Plaza de la Victoria estaba toda llena de gente, que se adornaba ya con la divisa en el sombrero, de una cinta azul y otras blancas".

Es verdad que los piqueteros criollos, llamados "chisperos", se apoderaron de la Plaza y sólo dejaron ingresar a sus partidarios al Cabildo Abierto. Sin embargo, no existen registros fidedignos contemporáneos que permitan corroborar la versión de Mitre, obtenida de algunos testigos sobrevivientes y principalmente de Saavedra, de que la distribución de cintas azules o celestes y blancas hubiera tenido lugar en mayo de 1810.

Es muy probable que estos últimos se hubieran confundido y entremezclado los hechos, después de tanto tiempo. Es real que French armó piquetes y repartió cintas en 1810, pero no eran celestes y blancas. También es cierto que, un año después y no durante la Semana de Mayo de 1810, French sí repartió cintas celestes y blancas.

Juan Manuel Beruti (hermano del "chispero" Antonio Luis Beruti) dice en sus "Memorias Curiosas", que los criollos lucían en los ojales de sus casacas cintas blancas, "señal de la unión que reinaba, y en el sombrero una escarapela encarnada y un ramo de olivo por penacho". El blanco era el color tradicional de los Borbones, tanto en Francia como en España "y significaba la unión entre los españoles americanos y europeos", como un manifiesto a la igualdad de trato y acceso al Gobierno que los americanos reclamaban durante la Revolución, sin romper con el Rey.

El marinero norteamericano Nathan Cook estuvo presente en Buenos Aires en los días de mayo, y era sobrecargo del bergantín mercante "Venus". De regreso en su patria, en un artículo publicado el 7 de abril de 1812 en el periódico de Massachussets, denominado Salem Gazette, recordaba: "El lunes 21 la alarma se empezó al amanecer; los sombreros de los patriotas fueron adornados con el retrato de Fernando VII, sobre el cual, y en el ojal de la casaca, llevaban una cinta blanca significando, según dice, unión entre sí y fidelidad a Fernando VII en caso de que sea restaurado el trono".

En conclusión, todos los testimonios de la época concuerdan en que las cintas que repartían los patriotas encabezados por French y Berutti eran blancas y adornaban retratos de Fernando VII, que los patriotas portaban en las jornadas de mayo a fin de desvirtuar la acusación, que les hacían los realistas, de pretender la independencia de la Metrópoli.

Volvamos al origen documentado de la Primera Escarapela Nacional. En 1810 Mendoza integraba la Provincia de Córdoba del Tucumán. Tenía a su frente un Teniente de Gobernador que reportaba a Córdoba, ciudad cabecera de la Intendencia.

En agosto, arribó a Mendoza José de Moldes, un salteño valiente, arrogante y orgulloso, que estudió y luchó en España, y abrazando la causa revolucionaria desde sus inicios. La Primera Junta lo designó Teniente de Gobernador de esa jurisdicción.

A poco de arribar, y ante la falta de milicias que encontró en Mendoza, Moldes creó dos compañías de "alabarderos". Los alabarderos eran soldados armados de "alabarda", arma renacentista, mezcla de lanza y hacha.

El último día del año de 1810, Moldes escribió a la Junta un oficio, donde le comunicaba: "A estas dos compañías he puesto escarapela nacional, que he formado con alusión al sur, celeste, y las puntas blancas por las manchas que tiene este celaje que ya vemos despejado... La reunión de las provincias, parece que da margen para considerar llegado el tiempo del uso de una cocarda nacional y de una graduación propia de ella, más cuando la tienen todas las naciones y que es precisa para que nuestros paisanos levanten la cabeza que aún llevan baja. Desearía fuese de la aprobación de vuestra excelencia y en el ínterin viene la orden de vuestra excelencia, la tengo colocada en mi sombrero. Dios guarde a vuestra excelencia muchos años. Mendoza 31 de diciembre de 1810. José de Moldes".

Se trata de la primera referencia documental, concreta, a una escarapela nacional, con los colores patrios, creada por un salteño, en Mendoza, la cual fuera lucida por los Alabarderos Mendocinos. Moldes explica que del cielo del sur tomó el color principal de su "cocarda", el celeste, y de las nubes que se van disipando, obtuvo el color secundario, el blanco. La escarapela de Moldes era redonda, con un grueso borde celeste y un reducido centro blanco.

Esta nota nunca fue respondida por la Junta Grande, dominada por saavedristas y provincianos, que ya había resuelto relevar a Moldes -que simpatizaba con el "morenismo"- de su cargo en Mendoza, para destinarlo a la Banda Oriental. Doce días después de remitir esta comunicación, Moldes partió hacia su nuevo destino, sin saber que el Gobierno nunca resolvió nada sobre su escarapela.

Nuestro primer símbolo patrio debió esperar entonces poco más de un año para ser introducido oficialmente. Recién el 18 de febrero de 1812, Bernardino Rivadavia ordenó, de su puño y letra: "Sea la Escarapela Nacional de las Provincias Unidas del Río de la Plata de color blanco y azul celeste y comuníquese al Gobierno y Estado Mayor". Nuestra primera escarapela "oficial" era, curiosamente, a la inversa de la divisa de Moldes: de un ancho borde blanco y un pequeño centro celeste.

El tiempo haría el resto y combinaría, raramente, la primera escarapela "iinformal/i" de Moldes con la primera cucarda "ioficial/i" de Rivadavia, dando como resultante la divisa que los argentinos lucimos hoy: bordes y centro celestes, separados por una franja blanca, en el medio, siguiendo a nuestra bandera.