En 1919 Sigmund Freud publica Das Unheimliche que, pese a los desencajes idiomáticos, fue traducido como Lo ominoso. Allí desarrolla este concepto que describe como "aquella variedad de lo terrorífico que se remonta a lo consabido de antiguo, a lo familiar desde hace largo tiempo". En resumidas cuentas, lo ominoso es ese momento que mezcla lo familiar y lo extraño provocando angustia, como cuando nos vemos reflejados en una vidriera y notamos que somos ese otro, y saberlo nos provoca escalofríos. ¿Qué sucedería si de repente no aceptáramos que somos eso que nos refleja? ¿Somos esa silueta en el espejo o simplemente es un reflejo, una distorsión de nuestro cuerpo al que creemos idéntico? Cuando esa lógica consensuada que mantiene un pulso firme en la división entre lo real y lo imaginario se rompe, cuando vemos algo que escapa a esa regla y creemos que no es simplemente un "problema de percepción", aparece la paranoia. En una entrevista con Infobae, el psicoanalista italiano especializado en el tema Luigi Zoja dijo que "el paranoico es un individuo que no tiene la capacidad de admitir que «el mal está también en el interior» porque cree que el mal siempre son los otros".
El tema es fascinante y buena parte de la ciencia ficción del siglo XX ha ahondado en ciertos miedos que tienen que ver específicamente con el avance de la tecnología, desde la comunicación y el transporte hasta la astronomía y la medicina. Pero no sólo es el miedo a lo que nos excede como humanidad, ese mundo extraño que hay allá afuera y que aún no conocemos, sino el que también aparece en teorías conspirativas estatales (El proceso de Franz Kafka y 1984 de George Orwell son dos buenos ejemplos, incluso la actual Trabajá. Cuidá a tus hijos... de Noah Cicero). ¿Qué tradiciones se recogen en la literatura argentina sobre este tópico? En un país donde conviven tantas culturas, todo parece estar teñido de comunidades cercanas y extrañas, pero yendo a lo estricto del término no hay mucho que pueda rastrearse por fuera del género policial (Distancia de rescate de Samanta Schweblin es una potente nouvelle ominosa del año 2014 que puede pensarse en lineamientos paranoicos).
Luciano Lamberti (San Francisco, Córdoba, 1978) parece ser el escritor argentino que se decidió a ir más allá en esta cruzada. Luego de escribir un libro de poemas y tres de cuentos, publicó este año su primera novela titulada La maestra rural, editada por Random House. Introducirse en sus páginas es una tarea de vibración ascendente porque su estructura transforma al lector en una especie de periodista que recopila testimonios alrededor de un pueblo, San Ignacio, y las extrañas situaciones que lo envuelven. El libro es un itinerario polifónico dividido en 30 capítulos narrados en primera persona por diferentes personajes. Vecinos, visitantes, parientes... todos tienen algo para decir de este remoto pueblo cordobés del departamento de Calamuchita, a la vera de la ruta provincial N° 5.
"Los rumores son deliciosos y no hay forma de escapar de su influjo" se lee en la novela que construye un escenario semirural con mucha verosimilitud. Al narrarse los mismos habitantes de San Ignacio (toda una tarea para el escritor: no hablar por ellos, sino hacerlos hablar), las palabras toman un dialecto autóctono típico de las poblaciones pequeñas usando términos como "estamos todos locos", "una más aparato que la otra" o "dicharachero". Desde el inicio, la construcción es totalmente creíble y eso normaliza la idea de que el lector conversa directamente con los protagonistas, los lee, los escucha.
La historia gira en torno a Angélica Gólik, una maestra rural y poeta, descendiente de ucranianos que se instalaron en Santa Fe. Ella relata sus vivencias en el pueblo con su hijo Jeremías, un chico con retraso mental, y su marido Héctor, un periodista del diario zonal que sufre cáncer de ojo. También hablan sus vecinos que no sólo se narran a sí mismos y a su pueblo, también la describen a ella. Siempre como una mujer rara. Nada más allá de los chismeríos habituales en un pueblo del largo territorio nacional, sin embargo comienzan a parecer rumores que podrían definirse como pesados. El primero cuenta que la echaron de la escuela rural por enseñarle a sus alumnos la historia cambiada, cosas totalmente extrañas: conspiraciones, civilizaciones perdidas, mensajes ocultos, biología de anélidos y mucha poesía. Como si hubiera algo que ella supiera, ¿pero qué? Sus vecinos prefieren ni enterarse.
Muchos de ellos empiezan a sentirse convocados por una especie de secta ausente, que algunos llaman Sefraditas. Si realmente existe ese llamado, nadie parece interpretarlo correctamente: pueden ser los militares que necesitan soldados para combatir en Malvinas, extraterrestres que instalan una especie superior, una cosmogonía matemática que se remonta a la creación del universo, un portal que trastoca el tiempo y se basa en experiencias oníricas. ¿Qué hay detrás de todo esto? ¿Hay algo? La investigadora Elisa Calabrese escribió en Lugar Común. Lecturas críticas de literatura argentina (2009) que "una de las características del discurso paranoico es la ultrasemiosis, el mecanismo que no se detiene (de allí que digamos 'darse máquina') pero su punto de partida es una persecución imaginaria, una conjura cósmica que sólo existe en la mente de quien experimenta ese sentimiento". Una vez más aparece la disociación entre el sujeto paranoico y el resto de la sociedad. Pero no en San Ignacio, porque lentamente todos empiezan a formar parte de esa paranoia, el lugar donde reposa la ominosidad, entre lo familiar y lo extraño. Y Luciano Lamberti -que expuso estas habilidades narrativas en sus cuentos Perfectos accidentes ridículos y La canción que cantábamos todos los días, por ejemplo- es el escritor ideal para construirlo y elevarlo.
"El misterio era parte de la vida y si uno no podía entenderlo así, bueno, le esperaban muchas decepciones", dice Mariana, otro personaje efímero de la novela, intentando sobrellevar la ausencia de su padre en 1971, quien desapareció un día sin motivo y, luego de varios años, apareció sin que lo busquen. Pelado, sin dientes y en harapos. No hablaba, sólo sonreía. "Era como si le hubieran arrancado el interior y quedara nada más que la cáscara de su cuerpo", cuenta Mariana. No había explicación. Pero un día le preguntó "¿qué te hicieron?" Estaban sentados en el parque, y logró sacarle una palabra: "Bal...". "¿Qué es Bal, papi?" "Baal, hijita –estaba llorando de nuevo-. Baal está viniendo. Lo vi y me quedé ciego. Es hermoso, hermoso". A los pocos días murió.
Philip K. Dick, considerado por muchos el maestro de la paranoia, dijo en una entrevista de 1974: "Creo que la paranoia, en algunos aspectos, es la evolución en los tiempos modernos de un antiguo y arcaico sentido que los animales de presa todavía poseen: un sentido que les advierte de que están siendo observados... Estoy diciendo que la paranoia es un sentido atávico. Es un sentido persistente, que tuvimos hace mucho tiempo, cuando éramos, o nuestros antepasados eran, muy vulnerables a los depredadores, y este sentido les advertía de que estaban siendo observados. Y eran observados por algo que, probablemente, iba a atacarles..." Una enorme construcción, individual o colectiva, para intentar explicar de forma alternativa los sucesos que la historia oficial no puede. ¿Cuántas veces pinchamos la rueda de la bicicleta justo en la esquina de una bicicletería que no sabíamos que existía? Los sonidos y visiones extrañas, ¿cómo se explican? La ciencia no puede con todo, mucho menos la religión. ¿Será entonces el destino o eso que llamamos inocentemente "casualidad", como si esa palabra resolviera el misterio? "Nos creemos importantes, nos creemos trascendentales, pero somos el programa de televisión de otra especie", dice otro de los protagonistas formando una larga lista de personas que saben que hay algo más allá. Algunos se animan a cruzar la línea intentando averiguarlo, otros prefieren quedarse de este lado, por temor a que aparezca alguna variante de la locura.
En una entrevista con Ricardo Piglia en 1987, el escritor estadounidense Thomas M. Disch sugería que "tal vez la paranoia sea un rasgo específico de la ciencia ficción". Sin embargo, ¿se puede considerar a La maestra rural como una novela de ciencia ficción? No hay una clara definición sobre este género literario puesto que, al encontrarse versando entre la literatura fantástica y el terror, aunque siempre dentro de la ficción, se termina por recurrir a los temas que trata (tecnología, mutaciones, alienígenas, etc.) y no al concepto que los hilvana. El teórico literario madrileño Fernando Ángel Moreno definió este género como "un tipo de ficción no realista que no está basada en fenómenos sobrenaturales". Lo que se narra en la novela de Lamberti sí es realista (el pueblo, los habitantes, sus costumbres) aunque la existencia o no de fenómenos sobrenaturales aún queda en duda. Quizás el relato onírico de de B891 y la crónica de Santiago, pero ¿las voces que escucharon Alex, Joaquín y el padre de Mariana pertenecían al orden de lo divino o lo mágico o lo extraordinario? Como dijo Piglia en un reportaje de 1986, el escritor es un "delincuente que borra sus huellas y cifra sus crímenes", y el crítico, un "detective que trata de descifrar un enigma aunque no exista". La maestra rural es un campo minado; transitarlo, sentir las explosiones de todas sus bombas, es una experiencia que enriquece a cualquier lector, pero más aún a la literatura argentina, cada vez más explosiva.