Entre el 15 y el 21 de abril de cada año se celebra, en homenaje al natalicio del notable artista y científico Leonardo Da Vinci, la Semana Mundial de la Creatividad y la Innovación.
El recuerdo, que en distintas ciudades del mundo se realiza con actividades especiales, coincide en Buenos Aires con la inauguración de una nueva edición de la Feria Internacional del Libro que, como todos los años, congrega todas las novedades del mercado editorial.
A la luz de tan destacados acontecimientos se nos presenta una inmejorable oportunidad para repensar la noción de cultura que comúnmente tenemos, alcanzando como parte de la misma, no solo lo referido a lo artístico sino también la cultura entendida como sistema de valores, como por ejemplo la "cultura del trabajo", la "cultura del esfuerzo". Se trata de poder ampliar nuestra concepción de la cultura, y vincularla más a las creencias y prácticas. La innovación y la creatividad, tan necesarias para el desarrollo de las sociedades, son valores culturales que se pueden transmitir y fomentar, y a su vez, encierran un cambio de perspectiva desde el cual mirar las cosas.
Tanto en Argentina como en la región y en el mundo las innovaciones suelen producirse de "abajo para arriba" gracias al estímulo de la cultura del emprendimiento.
Si bien uno pudiera pensar apresuradamente que los libros forman parte de la antigüedad de la cultura, la historia de la producción cultural desde sus orígenes ha ido siempre de la mano de la innovación y la instancia creativa.
Un libro es sin dudas una puerta de entrada a la cultura, al conocimiento y el saber. En el siglo XV, Johannes Gutenberg abrió con la innovación de la imprenta de tipos móviles la posibilidad de que cualquier persona accediera a un libro impreso a relativamente bajo costo, en contraste con la cultura elitista de la Edad Media. Ahora, en el siglo XXI, gracias a las innovaciones en el campo de las nuevas tecnologías digitales, esas potencialidades democratizadoras del libro se tornan aún mayores.
De la imprenta al e-book, la vigencia de un acontecimiento de la magnitud de la Feria del Libro, cada año más visitada y con más novedades, nos invita a repensar la manera en que estamos relacionándonos, desde todos los sectores sociales, con la cultura, y los desafíos que tenemos por delante para lograr mejorar la calidad de vida de la Ciudad sobre la base de un proyecto de desarrollo sustentable.
A pesar de la expansión sin precedentes de la dimensión audiovisual, el libro continúa siendo el principal medio de transferencia del conocimiento y, en definitiva, uno de los principales dinamizadores de la cultura (en tanto transmisores de valores).
Lo hemos observado en la Feria del Libro que termina nuevamente con gran participación del mundo editorial y el público. Un acontecimiento cultural que ilustra perfectamente el postulado de la Agenda para el Desarrollo Sostenible de las Naciones Unidas para el año 2030 que reconoce el rol clave de la diversidad cultural para resolver los retos del desarrollo. En este contexto, el rol del Estado es considerado central en la misión de promover, incentivar y garantizar el acceso a la cultura y a la educación.
Y, en particular, el Estado debe desempeñar un papel activo en el fomento de la cultura y de ciertos valores (esenciales para la vida en comunidad). No sólo en lo que respecta al estímulo a la formación de lectores entusiastas y la promoción de puntos de encuentro entre lectores y libros como la Feria del Libro, sino también garantizando la libre circulación de las expresiones culturales, evitando que el acceso a las mismas no se vea limitado por los mecanismos de mercado.
Argentina, y más precisamente la Ciudad de Buenos Aires, ha venido dando algunos pasos interesantes en esta dirección, no sólo por la implementación de una serie de políticas públicas impulsadas desde el Estado, sino también por los esfuerzos del sector privado y emprendedor de la Ciudad.
Desde todos los sectores, podemos favorecer un mayor desarrollo de la producción cultural y al mismo tiempo generar acciones que posibiliten una mayor democratización en el acceso a los bienes y servicios culturales. Entendemos la cultura desde una perspectiva amplia donde los intercambios no pueden estar solo regulados por los designios del mercado. Es en este sentido, que el poder compartir valores, generar consensos y avanzar juntos para lograr una Ciudad que crezca y se desarrolle sobre la base de la producción cultural, el emprendedurismo y la innovación.
Es este camino, desde el Consejo Económico y Social de la Ciudad de Buenos Aires (CESBA), venimos trabajando –junto a las 26 organizaciones que lo integran- en pos de generar conciencia sobre el alcance de la cultura y su impacto en la calidad de vida de los porteños, tanto en lo que respecta a la universalización del acceso a los bienes culturales como también a la posibilidad de entender a la actividad cultural como aspecto clave del desarrollo local.
La Ciudad tiene un potencial enorme que muchas veces no es aprovechado en toda su magnitud. Según cifras oficiales, hoy la ciudad cuenta con 300 salas de teatro (más que París, Londres y Nueva York), una librería cada 8000 porteños, 16 Festivales culturales, y un 2,98% del presupuesto que se destina a la inversión en cultura, lo que nos ubica muy cerca de la recomendación de la UNESCO, que sugiere invertir el 3%. Sin embargo, una vez más: sería bueno no limitarnos a concebir a la cultura en forma estrecha, sino más bien entender que los recitales y las librerías forman parte de lo cultural, pero que el Estado también tiene responsabilidad en la divulgación de valores claves.
En la Ciudad de Buenos Aires es estratégico seguir avanzando para consolidar su oferta cultural de calidad. Ejemplos como la Noche de los Museos, o la Feria del Libro han demostrado que el público porteño está predispuesto a participar activamente actividades culturales y que el Estado local ha logrado sostener una política cultural activa durante más de una década, independientemente de los cambios políticos.
En este sentido, Buenos Aires parece estar alineada con una tendencia creciente evidenciada en el escenario internacional, que tiende a pensar la cultura como parte de una política integral de desarrollo. Los datos del Instituto de Estadística de la UNESCO demuestran "que las exportaciones de bienes culturales en el mundo han alcanzado aproximadamente los 212,8 millones de dólares en 2013, y que el porcentaje de los países en vías de desarrollo es de un 46,7%, y que los servicios culturales han alcanzado aproximadamente los 128,5 mil millones de dólares en el mismo periodo. Esto incluye películas, música, y libros descargados desde la Internet, la danza, los espectáculos musicales, etc.". (La diferencia entre bienes y servicios culturales es su duración).
Al respecto, vale retomar la mirada de la Directora General de la Unesco, Irina Bokova, en relación a las políticas culturales: "Éstas deben ser acompañadas por compromisos institucionales y cambios estructurales en todas las áreas gubernamentales y administrativas de la cultura. Deben contar con una planificación confiable, una recopilación y análisis de datos, un seguimiento y evaluación, y también con un dispositivo de desarrollo de políticas transparente, participativo, y basado en la experiencia empírica" [1].
En el Siglo XXI nadie pone en duda que el Estado debe tener una política activa en materia de promoción de la actividad cultural y el otorgamiento de oportunidades educativas de calidad para toda la población, inclusive incorporando planes para avanzar en la educación de adultos. Al mismo tiempo, que se debe apoyar la inversión privada en el desarrollo del sector, aunque la historia reciente nos ha demostrado que el Estado no puede dejar librado al mercado la regulación de los intercambios culturales y educativos.
Aún queda mucho camino por recorrer en países como la Argentina pero de lo que no quedan dudas es que ninguna Nación puede pensarse a sí misma sin un proyecto educativo y cultural propio para los niños y jóvenes de hoy que cimiente el futuro de nuestras sociedades. En este sentido, el acceso a la educación y la cultura no solo es un derecho universal que garantiza el ejercicio pleno de la ciudadanía sino que uno de los pilares fundamentales para el desarrollo de los países.
Recapitulando, la educación y la cultura, entrañan derechos pero también son áreas dinámicas que motorizan otros aspectos de la vida económica y social de una ciudad, provincia o Estado nacional.
[1] Señala Irina Bokova, Directora General de la UNESCO en la presentación del informe re/pensar las políticas culturales producido por la UNESCO.
* El autor es presidente del Consejo Económico y Social de la Ciudad de Buenos Aires