Muchos chicos atraviesan tiempos difíciles. No suele percibirse cuando están sumergidos en los juegos de sus tablets, celulares o consolas, pero es algo que sucede. La vida del siglo XXI les está pasando factura y eso es cada vez más evidente. El número de niños que padecen estrés creció a lo largo de las últimas décadas y se llegó a una cifra alarmante: un 25% de adolescentes alguna vez sufrió un desorden de ansiedad o depresión.
Los padres pueden ser parte del problema o de la solución. Todo depende de cómo actúen. Hay ciertas costumbres o ritos que están bien vistos socialmente pero que pueden causar angustia, tristeza y otras dificultades en la psiquis de los pequeños.
La defensa excesiva
Es normal que cualquier padre defienda a su hijo en cualquier lugar y a cualquier costo. Pero esa presencia defensora puede alimentar el cuadro de ansiedad del niño. Cuando el joven le comunica al padre que tiene un problema en el colegio, la primera reacción del adulto es acudir a la institución para intentar resolverlo. Esa actitud comunica dos cosas: la primera es que ellos no pueden confiarle un secreto al adulto; la segunda es que uno no tiene fe en que ese hijo pueda resolver los problemas por su cuenta. Hay que asegurarles que uno va a intervenir únicamente cuando ellos estén de acuerdo y tengan conocimiento de eso. La primera opción siempre tiene que ser ayudar al joven a encontrar la solución a sus conflictos por su propia cuenta.
La compensación ante sus debilidades
Cuando las cosas se dificultan, los padres tratan, por lo general, de ayudar su hijo lo antes posible. Ante una mala nota en Matemáticas, se contrata a un profesor particular. Ante un episodio de bullying, se les regala un libro sobre cómo defenderse en el colegio. Es como si se los invitara a enfocarse y a prestar más atención a los aspectos negativos de sus vidas. Sin embargo, la mayoría de las personas refuerzan su confianza en sí mismas mediante la estimulación de las virtudes y no a través de la compensación de los defectos.
Los niños no pueden evitar caer en sus fases de debilidad, pero ayudarlos a que vean sus puntos fuertes puede ayudarlos a tener más confianza en sí mismos. La próxima vez que un hijo tenga problema en Matemáticas, en vez de encerrarlo un fin de semana con un profesor particular, quizás sea mejor dejarlo que disfrute de hacer lo que más le gusta, al menos por un día. Luego, afrontará las tareas escolares con mucha más confianza y dedicación.
La defensa excesiva ante cualquier problema que los hijos tengan puede llegar a ser perjudicial para ellos
Sobreestimar sus fortalezas
Es verdad que hay que enfocarse en los puntos fuertes de la personalidad de un hijo, pero no hay que permitir que las expectativas propias le generen presión. Cuando uno les dice a los amigos que su hijo es el mejor en la universidad o que va camino a ser una estrella mundial del deporte, uno siente que los está ayudando, incentivando. Pero ese apoyo puede convertirse en presión. Hay que celebrar y mantener vivas aquellas actividades en las que los hijos son brillantes, pero nunca hacerles creer que, a raíz de esa condición, uno espera cada vez más y más. Ese tipo de ansiedad puede terminar matando el placer por lo que hacen tan bien.
Establecer los valores
Es correcto imponer valores, pero hay que saber que esos valores fueron cambiando a lo largo del tiempo y que, de ser muy insistente, los chicos pueden desafiarlos o, por el contrario, volverse obsesivos. Desde publicar fotos con desnudos hasta consumir pornografía, los chicos suelen transgredir las reglas que les imponen. Pero nunca tienen que llegar al punto de dañarse a sí mismos cuando sus padres se enteran de esos "secretos". Hay que permitir a los jóvenes que sean ellos los que consideren qué valores son realmente importantes y cuáles no. Uno tiene que adaptarse al mundo de tentaciones en el que se encuentran. No hay que provocar que los hijos sientan temor ante una posible represalia del adulto por una acción inapropiada.
div class="embed_cont type_freetext" id="embed92_wrap" rel="freetext">