La ancha avenida del medio no le está resultando ni tan cómoda ni tan ancha a Sergio Massa. Las encuestas lo colocan primero en imagen y sus múltiples malabares tienen gran despliegue mediático, pero no lo hacen convincente para arrastrar a la dirigencia peronista a donde quiere: quedar bien con Dios y con el Diablo para presentarse en sociedad como el salvador que encontró la llave para poner fin a la incertidumbre que provocan las medidas de ajuste en la población.
Primero fracasó en convencer a Miguel Pichetto de que cambie el proyecto de ley antidespidos de las centrales obreras para exceptuar a las PyMEs. Le pasó lo mismo con José Luis Gioja, el recientemente nominado presidente del Partido Justicialista, que no recibió de Massa ningún argumento lo suficientemente convincente como para despegarse de la intención del bloque del FPV que integra, a saber, obligar al presidente Mauricio Macri a vetar la ley que conseguiría sanción definitiva esta semana que se inicia.
Massa está en una disyuntiva de hierro. O vota con el kirchnerismo la ley que será repudiada por el oficialismo. O vota con el oficialismo un proyecto que será criticado por el kirchnerismo y el peronismo en general, inclusive el Bloque Justicialista que conducen Oscar Romero y Diego Bossio. Para colmo, esta tensión está perfectamente representada entre los propios diputados del Frente Renovador. Héctor Daer y Facundo Moyano están fervientemente convencidos de respaldar el proyecto original. José Ignacio De Mendiguren y Marco Lavagna se oponen con igual convicción. Graciela Camaño buscó obsesivamente una vía con la que salir de la encerrona y evitar una votación dividida del FR en el recinto. Hasta ahora, no lo consiguió.
Por cierto, el posicionamiento siempre es más sencillo para quien está en el oficialismo o se decidió por la oposición. Massa acompaña las mieles de lo nuevo y dirigentes de su espacio ocupan espacios de poder en la provincia de Buenos Aires, pero no encuentra razones suficientes para seguir la ola argumental del Gobierno en tiempos de aumentos de tarifas y un ajuste generalizado.
Los ex compañeros kirchneristas de Massa hace tiempo decidieron que prefieren la derrota antes que seguirlo.
Además, el hombre de Tigre se siente urgido por atraer bajo su liderazgo al conjunto del peronismo, con lo que cree que podría ganarle fácilmente a Cambiemos primero en las legislativas del 2017, luego en las presidenciales del 2019, una ansiedad que lo delata ante sus ex compañeros kirchneristas, que hace tiempo decidieron que prefieren la derrota antes que seguirlo.
Los K no van a facilitarle a Massa ningún escenario, menos uno que lo coloque como el dirigente que logró unir voluntades para encontrar una solución a un problema que ellos prefieren que continúe, porque, en el fondo, sueñan con que Macri no resuelva nada, así ellos pueden volver.
De todos modos, hay que reconocer que el paradigma con el que Massa y el conjunto de la dirigencia peronista, incluyendo a los kirchneristas, leen la realidad, es básicamente el mismo. Son todos hijos del relato peronista, un sistema de creencias que carece de todo sustento con la realidad, pero que fue altamente eficiente para crear un sentido común que derramó transversalmente en la sociedad argentina.
Según este relato, las leyes son capaces de crear empleo y, si no, -cuanto menos- de provocar la magia de que se crea que quienes se oponen a una legislación de esas características están en contra de los trabajadores. Y si después la realidad no verifica la creación de empleos, no será porque no se luchó lo suficiente, sino porque el imperialismo, la antiPatria, las corporaciones, los buitres, en fin, los malos de cada época, lo impidieron, jamás porque se erró en los diagnósticos o en las políticas implementadas.
Lo curioso es que el creador del primer gran ajuste de la economía y del relato peronista es la misma persona, Juan Domingo Perón, aunque apeló a la capacidad técnica de Alfredo Gómez Morales para un caso y de Raúl Alejandro Apold para el otro.
Como se recuerda poco, después de tres años (1946-1949) de redistribución de la riqueza como nunca se había visto en la Argentina, y ante el estancamiento, la caída de la producción, las exportaciones y la inversión, Perón lo intentó todo, desde meter presos a almaceneros como forma de combatir la inflación hasta amigarse con la oligarquía del campo en 1950, pasando por duplicar la presión tributaria y, finalmente, animarse a realizar un feroz ajuste de la economía.
En 1952, después de tres años de caída de la actividad y con una inflación que llegaba al 39 por ciento, Perón congeló por dos años salarios, precios y tarifas públicas. Al volver la renegociación salarial, dijo, se haría con pautas por "productividad" porque se trataba, ahora, de consumir menos, de "no derrochar". Con escasez de alimentos, protestas gremiales que llevaban a los trabajadores directamente a la cárcel y absoluta censura, la inflación pasó al 5 por ciento en 1953 y a 3 por ciento en 1954.
Todo eso, el fundador del peronismo lo hizo con nueva legislación para captar la inversión extranjera y una relación absolutamente empática con los Estados Unidos, que hasta le financió el primer Festival de Cine Internacional que se hizo en Mar del Plata, en marzo de 1954.
El 6 de mayo de 1955 Perón aprobó el contrato con la California Argentina de Petróleo, subsidiaria de la Standard Oil, por la que se le concedió el permiso para explotar cincuenta mil kilómetros cuadrados en Santa Cruz por cuarenta años, donde podría construir y usar en exclusividad caminos, embarcaderos y aeropuertos propios. Además, la empresa norteamericana podría repatriar utilidades sin restricciones y tenía el derecho de no acatarla legislación laboral argentina en el área acordada.
Perón fue expulsado del poder por el golpe sangriento de la Revolución Libertadora sin que el proyecto de ley con el contrato petrolero llegara al recinto. En 1955 no había infraestructura ni transportes suficientes, tampoco industria pesada y continuaban la importación de combustibles y los cortes de luz, pero ese año iba a terminar con un crecimiento del 7 por ciento gracias al ahorro, la baja del consumo, la caída del gasto público y la tímida inversión extranjera, que había empezado a volver.
Contrariamente a lo que repiten "los peronistas de Perón", Cristina fue más peronista que el fundador del movimiento. Casi no aceptó realizar ajustes de la economía en los largos 12 años que duró el kirchnerismo. Como Hugo Chávez y Nicolás Maduro, prefirió "morir con las botas puestas", antes que aceptar los dictados de la realidad.
Sin estadísticas de pobreza ni de inflación ni de criminalidad ni de narcotráfico, sin ningún espejo que la obligue a confrontar la realidad, la Argentina asistió a un cambio de gobierno no exento de tensiones, pero en paz. A casi cinco meses de la asunción del nuevo Gobierno, cuando la dirigencia política, sindical y empresarial todavía no se recuperó de las consecuencias económicas que el kirchnerismo dejó en cada actividad, un nuevo paradigma busca ganar legitimidad.
Como Chávez y Maduro, Cristina prefirió "morir con las botas puestas" antes que aceptar los dictados de la realidad.
Según una encuesta realizada en el conurbano por la consultora Analogías, dirigida por Analía Del Franco, el 64.7 por ciento de la población cree que aumentará el desempleo este año, contra 28.4 que no lo cree así. Y el 63.8 expresó su acuerdo con la ley antidespidos, contra 32 por ciento que lo rechaza. Sin embargo, el 51.2 por ciento cree que una ley de este tipo puede ahuyentar a los empresarios.
Dice Del Franco que en el Gran Buenos Aires "el clima es de preocupación e incertidumbre entre el 48 por ciento de los encuestados, que piensa que el o alguien de su familia puede perder el trabajo durante este año". Sin embargo, reconoce que "los sectores bajos están menos preocupados que los medios". ¿No será que ya están llegando a la población de menos recursos las mejoras de ingresos y políticas específicas que implementó el Gobierno junto con los aumentos?
Como sea, la socióloga acepta que "no hay despidos masivos", por lo menos ninguna estadística hasta ahora refleja. Por el contrario, considera "muy creíble" la cifra difundida en la semana por el ministro Francisco Cabrera, quien anunció que "el empleo en el interior creció 1.4 por ciento".
De hecho, en un marco signado por la caída de actividad de las micro, pequeñas y medianas empresas, y el derrumbe de la producción y exportación automotriz, empezaron a conocerse algunos indicadores favorables a las políticas del Gobierno: los permisos para exportación crecieron 150 por ciento en el primer trimestre del año en relación al año anterior y 68 por ciento aumentaron las exportaciones agrícolas; las escrituras repuntaron 14 por ciento en marzo en relación al año anterior; la recaudación creció 34 por ciento, empujada por el impuesto a las ganancias.
Convencidos de que la menor emisión y el levantamiento del default alcanzarán para bajar la inflación y generar inversiones, en el Gobierno no existe ninguna incertidumbre. "Macri trabaja con plazos más largos que la mayoría de los actores políticos, no es ansioso y respeta la planificación, porque es lo que siempre le dio resultados", le dijo a Infobae un funcionario joven con destino en el exterior. Y agregó: "Los primeros años en Boca y en la Ciudad fueron duros, pero luego se vieron los resultados".
En Casa Rosada decidieron salir a explicar a la opinión pública por qué la ley antidespidos no es útil para lo que se pretende reparar. Se trata de otro paradigma conceptual, uno que va contra el sentido común nacional y popular. Después de años de caída y pérdida de relevancia, tal vez a la Argentina le haya llegado el tiempo de intentar algo distinto.