Laura Restrepo espera a Infobae con toda su simpatía caribeña. Está sentada en el bar de un hotel en la calle Suipacha, con la sonrisa tallada en la cara. Es de esas mujeres que portan una sencillez elegante y que hacen sentir cómodo a su interlocutor. Por momentos, parecería que tiene más ganas de preguntar y a los pocos minutos aflora su curiosidad y lanza: "¿Cómo lo viste tú?". Consulta por un libro, saca un papel y anota autor, tema, título y editorial. "Lo voy a buscar", promete.
La autora de "Leopardo al sol" está en Buenos Aires con motivo de la Feria del Libro, a la que llegó para presentar su último libro, "Pecado", que Alfaguara distribuyó este mes. Viene de una larga gira por España y aún la esperan en otros países de América Latina, pero no está cansada. Se la ve disfrutar de volver al país en el que tuvo una militancia clandestina durante la dictadura militar, de regresar a caminar las calles del país en el que nació su hijo, de estar una vez más en donde tuvo un cuñado colectivero que la llevaba a ver la Virgen de Luján.
No sólo el lector está ante el último libro de esta escritora colombiana que con la novela "Delirio" ganó el Premio Alfaguara, sino con la obra en la que despliega todos sus saberes para narrar. En estas historias que componen el volumen se ven rasgos de la crónica periodística, del cuento, la novela, el fantástico y el ensayo.
En la charla, Restrepo elogia al papa Francisco, cuenta su admiración por la religiosidad popular, explica su visión del mal y revela por qué El jardín de las delicias del Bosco es la obra de arte que une todas las historias de Pecado.
—Es algo muy fuerte. Mi hijo nació acá, viví en épocas muy duras en Argentina, fue una experiencia fuerte, no pasé por acá impunemente. Y, al mismo tiempo, dejé tantos amigos y el recuerdo es entrañable. Cada calle de Buenos Aires trae su recuerdo, porque algo pasó ahí. Algunas cosas feroces, como las que pasaban en esa época: compañeros perdidos, escenas callejeras duras, allanamientos. Lo encuentro muy amoroso, muy entrañable.
—Sí, absolutamente. ¿Cómo lo viste tú?
—Me encanta oírtelo decir, porque era un poco la idea: uno siente que ya ha pasado mucho de la vida, quedó mucho atrás y en un momento se siente un poco liberada de eso y que tenga todo lo que tenga que salir. Y creo que era lo que requería un tema tan complicado y que no puedes ponerle limitaciones. ¿Entonces qué se necesita para que esto salga bien? No me importa qué nombre tenga este género, a lo mejor no tiene nombre, pero si el tema pide rienda, pues aquí he de darle rienda suelta para que salga y, como dices tú, algunos capítulos salen de mi experiencia como periodista, de haber entrevistado a tal o a cual. Muchos salen de mis lecturas de ensayos, me gustaba la idea de que detrás de lo narrativo se pudiera establecer un diálogo con el lector que fuera más a nivel conceptual y eso exigía que no fuera una novela tradicional, sino que se abriera hacia el espectro del ensayo; por otro lado, quería un filón netamente narrativo. La idea era esa: dejemos que el libro se diseñe a sí mismo.
—Creo que sí, no en la medida en que sea según mi criterio sino según la justificación que cada una de estas personas que se ven abocadas a transitar por el mal, según la ética que ellos construyen. Es muy difícil, al meterse en sus zapatos, meterse en el mal a sangre fría, a sabiendas, pensando qué es el mal, el mal tiene que ser el mal absoluto, tiene que ser muy difícil mirar a la cara, exige explicaciones, justificación. Está, por ejemplo, la viuda en el verdugo que se justifica a sí misma desde la perspectiva de lo impecable que es, de lo profesional que es.
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