El 3 de mayo se cumplen doscientos años de que el Congreso de Tucumán eligiera al viejo héroe de las Invasiones Inglesas como director supremo de las Provincias Unidas del Río de la Plata. Fue el único director elegido fuera de Buenos Aires y puso fin al proceso anárquico que se había iniciado a partir del Directorio de Carlos de Alvear.
La elección de Juan Martín de Pueyrredón no se entendería si no se contrapone su candidatura con la de José Moldes, diputado del Congreso de Tucumán por la provincia de Salta. Moldes y Pueyrredón eran viejos amigos. Habían coincidido en España hacia 1807, cuando este último viajó como enviado del Cabildo de Buenos Aires para explicar en la Corte de Carlos IV la determinación tomada por el cuerpo municipal de deponer al entonces virrey, el marqués Rafael de Sobremonte, por su poco honroso desempeño durante la primera invasión inglesa. Allí ambos simpatizaron de inmediato y fueron rápidamente identificados por los servicios de inteligencia españoles como adherentes a la causa independentista americana. Perseguidos, debieron escaparse de España en forma cinematográfica, junto con otro salteño, Francisco de Gurruchaga, ocultos en una carreta.
De vuelta al Plata, Moldes y Pueyrredón fueron prácticamente inseparables. Cuando Juan Martín fue designado como gobernador intendente de Córdoba del Tucumán, en 1810, llevó a Moldes como teniente gobernador de Mendoza, que entonces dependía de él. Cuando Pueyrredón fue, al poco tiempo, designado presidente de la Real Audiencia de Charcas, en el Alto Perú, en 1811, llamó al salteño a su lado. Después de Huaqui, el porteño asumió la jefatura del Ejército del Norte y el recio Moldes fue uno de sus oficiales subalternos más destacados, aunque por su áspero carácter fue resistido por todos sus pares y sus subalternos.
Luego, el camino de ambos se bifurcó: Pueyrredón asumió como triunviro, fue derrocado y desterrado a San Luis, a fines de 1812, mientras que Moldes terminó como diputado por Salta en la Asamblea del Año XIII, donde, merced a su carácter, se generó muchos enemigos. Los viejos amigos volvían ahora a encontrarse, casi cuatro años después, en Tucumán. Ambos habían sido elegidos diputados: uno por San Luis, que había cobijado a Pueyrredón en el destierro, y otro por su provincia natal, Salta. Sin embargo, ahora las cosas habían cambiado, los que antes habían sido amigos entrañables se tornarían en los más acérrimos adversarios, hasta la muerte.
Los diputados no querían ver al irascible Moldes repetir sus locuras en el Congreso de Tucumán
Moldes aspiraba a ser director supremo. Recuerda Vicente Fidel López: "[Era] el candidato de la mayoría antiporteña del Congreso. Hombre de pasiones violentas; altivo y ennoblecido, aspirante, pero mediocre; teniéndose él mismo por el primer genio militar y político de la nación, sin más fundamento que su orgullo exorbitante". Con la finalidad de generar adhesiones a su candidatura y merced a su fortuna familiar (su padre había sido alcalde de Salta durante la colonia), viajó a varias provincias para buscar apoyo de sus congresales. Su campaña consistía en realizar una prédica bulliciosa contra Buenos Aires. Era muy convincente y tenía un gran ascendente sobre su comprovinciano, el gobernador intendente de Salta, general Martín Miguel de Güemes. Moldes quería convertirlo en el "Artigas del norte" y recorría las provincias al grito de: "¡Mueran los porteños!".
Merced a su discurso, Moldes era odiado en la capital y él odiaba a Buenos Aires. Algunos de los flamantes diputados al Congreso de Tucumán también habían sido miembros de la Asamblea del Año XIII. Recordaban cuando, en 1814, Moldes tomó del cuello al diputado Pedro Agrelo y lo tiró al suelo, porque se trabó al hablar. Casi lo asfixia. Por su inconducta, el indómito salteño fue expulsado de la asamblea. Entonces, no querían ver al irascible Moldes repetir sus locuras en el Congreso de Tucumán.
Un antiguo asambleísta porteño del año XIII, fray Cayetano Rodríguez, le dedicó, por esos días, este irónico soneto al violento salteño: "Moldes, joven procaz, desvanecido,/ Narciso de ti mismo enamorado;/ Joven mordaz, de labio envenenado,/ Enemigo del hombre decidido./ Caco desvergonzado y atrevido;/ Ladrón de famas; genio preparado/ A tirar piedras al mejor tejado/ Siendo el tuyo de vidrio percudido./ Víbora de morder, nunca cansada;/ Sanguijuela de sangre humana henchida;/ Espada para herir, siempre afilada;/ Sabe que una cuestión hay muy reñida/ (De tu alma negra, claro testimonio)/ Cuál de los dos es peor: tú o el demonio".
El Congreso no aprobó, en consecuencia, el diploma de Moldes, ni lo dejó asumir, lo que generó un extremo resentimiento en este oficial. La preocupación de los congresales era, en realidad, la postura que adoptaría Güemes, ante las pretensiones del desairado salteño por ser director supremo. Güemes era un insustituible bastión en la defensa de la frontera norte, en Salta y Jujuy (justo en las inmediaciones del Congreso de Tucumán). Güemes exhibía, ante el Congreso, una preocupante y ambigua tolerancia hacia Moldes.
Güemes había tenido, hasta hacía poco, durísimos enfrentamientos con el director supremo José Rondeau, que, a su vez, era el jefe del Ejército del Norte. Llegó hasta incautar armas y municiones que Rondeau había dejado en Jujuy y se atrincheró, expectante, en Salta. Tal es así que en el Congreso llegaron a pensar que Güemes estaba sublevado o que había hecho caso a las prédicas de Moldes, al erigirse en el Artigas del norte. Si eso se confirmaba, el Congreso de Tucumán se derrumbaría.
Por otro lado, Moldes difundía que Güemes apoyaba su candidatura. Sin embargo, poco tiempo después, el gobernador salteño se reconcilió con el director Rondeau, y en el Congreso respiraron aliviados. Quien tronó contra ese avenimiento fue, sin lugar a dudas, el propio Moldes, quien insistía ante Güemes en romper con Rondeau y apoderarse del Ejército del Norte. El propio Artigas veía obviamente con simpatía a Moldes, que proseguía con su campaña para ser director supremo. Si esta elección se concretaba, Buenos Aires ya tenían decidido segregarse de las Provincias Unidas.
Quien vino a salvar esta difícil situación fue el diputado al Congreso por la provincia de La Rioja, el padre Pedro Ignacio de Castro Barros. Recuerda López que tenía "ese espíritu de benevolencia y de caridad que hace al cristiano verdadero". Poseía una "asombrosa erudición en todas las materias de su Estado, por la unción y la violencia torrentosa de su palabra plebeya conocida en todos los púlpitos de la república [...] Era [...] un santo tan insinuante y [...] manso en su trato y [...] actos personales, como fulguroso cuando subiendo de un brinco al púlpito asomaba su pálida cabeza, y con un crucifijo blandido en las manos a manera de espada, tronaba en defensa de su religión y de su patria, contra Satanás, el rey del infierno y contra su digno representante en la Tierra, Fernando VII, el rey de España".
A pedido del Congreso, viajó a Salta a reunirse en secreto con Güemes, pues creían que éste apoyaba a Moldes. Oficialmente, el cura diputado iba con el pretexto de dar una misa para bendecir una bandera para las tropas. En esa reunión, Güemes le aseguró a Castro Barros que no tenía compromiso con Moldes, a quien consideraba una persona inadecuada para dirigir al Estado. Que creía que Juan Martín de Pueyrredón era el candidato apropiado para afrontar estos momentos difíciles. Pero lo único que pedía era que el Congreso relevara a Rondeau como jefe del Ejército del Norte, quien había demostrado su ineptitud para el mando. El riojano aceptó esa propuesta y le preguntó si tenía algún impedimento si el Congreso reemplazaba a Rondeau por el general Manuel Belgrano, que venía ya en camino a reunirse con el cuerpo. Güemes quedó encantado con la propuesta y así fue como la hábil gestión de este cura salvó a la patria de su disolución. El padre Castro Barros volvió satisfecho a Tucumán.
Este era entonces el complicado contexto interno que enfrentaba el Congreso: la opinión pública en la capital y los diputados porteños estaban determinados a romper con el Congreso si se elegía a Moldes como director supremo. Buenos Aires recelaba del excesivo "provincialismo" o de caer en manos de una "horrible confabulación de peruanos y arribeños" que restablecieran el régimen colonial, pactando con Fernando VII. Las provincias criticaban el clásico centralismo porteño. Entre tanto, Moldes agitaba los ánimos y Artigas apostaba al fracaso del Congreso.
En ese cuadro, el 2 de mayo de 1816 el Congreso recibió la noticia de la súbita renuncia del director supremo interino en Buenos Aires, el coronel peruano Ignacio Álvarez Thomas, y su reemplazo por el general Antonio González Balcarce, así como de la sublevación del general Eustaquio Díaz Vélez y el arresto del general Manuel Belgrano, en el ámbito del Ejército de Observación de Santa Fe. Era el momento, entonces, de obrar con energía y terminar con la anomalía que significaba contar con dos directores supremos: uno en el norte (Rondeau) y otro en la capital (ahora González Balcarce). El Congreso resolvió, entonces, tomar el toro por las astas y elegir, al día siguiente, un nuevo y único director supremo para todo el país.
LEER MÁS: iBa href="http://www.infobae.com/2016/04/16/1804849-bicentenario-la-escandalosa-jornada-los-dos-gobernantes-simultaneos" rel="noopener noreferrer" icentenario de la escandalosa jornada de los gobernantes simultáneos/a/i
El candidato ya había sido ampliamente consensuado. Así narra el redactor del Congreso la elección de Juan Martín de Pueyrredón: "Reunidos los señores diputados, a las once de la mañana de este día, en sesión extraordinaria, convocada al efecto de nombrar supremo director del Estado, y habiendo asistido en sala plena todos los señores representantes, a excepción del señor Cabrera, que no concurrió por enfermo, pero mandó su voto en pliego cerrado por mano del señor diputado Salguero, abrió la sesión el señor presidente, en presencia de un numeroso pueblo, que había asistido a la barra con alocución dirigida al soberano Congreso [...], discutida brevemente una moción que renovó el diputado Salguero, se procedió inmediatamente a la votación, en la que por acuerdo unánime de veinte y tres votos en el número de veinte y cinco concurrentes a la elección, resultó nombrado para director supremo del Estado el señor diputado por la ciudad de San Luis, coronel mayor Juan Martín Pueyrredón, y publicado allí mismo el nombramiento, fue aclamado por el pueblo espectador a la barra".
El flamante a href="https://www.infobae.com/" rel="noopener noreferrer" director /atenía un encanto particular, por su porte de lord inglés, la corrección de sus modales, una capacidad de persuasión y una inteligencia privilegiada. Porteño de nacimiento, diputado por el interior, aglutinaba el verdadero sentir nacional del momento. La elección de Pueyrredón no pudo ser más acertada. Pese a sus muchos errores, asumió en una situación crítica. Renovó el impulso de la revolución y retardó la anarquía. Recibió un gobierno sin fuerza ni autoridad moral, un tesoro exhausto, dos ejércitos en esqueleto, varias provincias rebeladas. Debió luchar contra una opinión pública poderosa y adversa. En Buenos Aires no aceptaban del todo su autoridad. Querían la autonomía absoluta de la provincia. Lo miraban como un ricachón orgulloso y mandón.
Sin embargo, era la persona indicada para asegurar la unidad nacional y la declaración de la independencia, además de dar un fuerte apoyo a las armas patrias para que, poco tiempo después, emprendieran la hazaña más gloriosa de todos los tiempos: la Campaña de los Andes, al mando del general José de San Martín.