Hace 46 años que Carlos Gómez trabaja como Mayordomo de la Casa Rosada. Casi cinco décadas dedicadas a servir café a los presidentes de turno. Desde el General Lanusse hasta Mauricio Macri, Gómez conoció de cerca a diecinueve mandatarios democráticos y no democráticos. Es un testigo íntimo de sus gustos, sus modales y sus conversaciones privadas.
Habla despacio, tímido. Cuenta que cuando empezó tenía 28 años y le temblaban las manos. Le tenía que servir un café al presidente de facto Alejandro Agustín Lanusse y sentía el miedo de la primera vez: "Pero todo pasó. El trabajo mío es siempre el mismo".
Hoy tiene 71 y las manos no le tiemblan. "Cuando llega el Presidente Macri ya tenemos previsto un vasito de agua y después durante la mañana según las reuniones que tenga lo vamos atendiendo. Él casi siempre pide agua o coca light. Para almorzar pide comida dietética, ensaladas de distintos gustos y algún postre. Siempre le servimos un heladito de pistacho". El helado de pistacho es el preferido del presidente. El chef Dante Liporace, a cargo de la cocina, lo encarga especialmente a la heladería Cadore, un clásico de la calle Corrientes.
"Muchos de los empleados no podían acercarse a Cristina, tenían que evitar mirarla y eran destratados si daban un paso en falso"
Según Gómez, desde que asumió el nuevo Presidente el clima es otro: "Hay mucho más respeto hacia el personal", dice. Otros de sus compañeros confirman: "Muchos de los empleados no podían acercarse a Cristina, tenían que evitar mirarla y eran destratados si daban un paso en falso".
El oficio de tantos años le permite recordar las preferencias de cada uno de sus jefes. Alfonsín tomaba té común y vino en las comidas; Menem, mate y tostadas con miel; De la Rúa, jugo de naranja y pomelo; Néstor Kirchner pedía a diario una lágrima y el agua en botella cerrada para abrirla él mismo y tomarla del pico; Cristina prefería frutas en rodajas, cortado en jarrito y té medicinal.
El día después del helicóptero de De la Rúa, vivió un episodio insólito
Pero sus anécdotas más divertidas son las que ocurrieron sin la bandeja en la mano. Como cuando tuvo que meter enfermo y desnudo al General Lanusse en una bañadera, o cuando viajaba en las comitivas de Menem y Alfonsín como valet para ayudarlos con la ropa. Carlos Saúl era tan coqueto que precisaba varios cambios y distintos pañuelos para combinar según la ocasión. El día después del helicóptero de De la Rúa, también vivió un episodio insólito.
Mientras el país estaba en llamas, el Presidente recién renunciado lo llamó y en la intimidad del despacho le firmó un autógrafo sobre una foto suya, a modo de souvenir.
Gómez es un hombre de rutina. A las tres de la tarde de todos los días sale por la puerta de Balcarce 50 con su camisa blanca y su bolso negro al hombro. De camino se toma un cortado en la cafetería de siempre, sobre la avenida Alem. Esta vez se sienta y deja que lo atiendan, aunque él y todos los mozos sepan lo que va a pedir. Después cruza y se toma el colectivo hacia su próximo trabajo. Es profesor de golf y todas las tardes da clases en el Driving de Costanera Norte. El deporte es lo que lo llevó a conocer Johannesburgo con el ex presidente Menem, que cuando se enteró de su pasión lo invitó a jugar con él en una cancha nocturna de Sudáfrica. Fueron dupla varias veces en la quinta de Olivos y en lugares lejanos. Como docente, tiene el ojo afilado y dice que el riojano jugaba para divertirse, a diferencia de Fernando De la Rúa, a quien le reconoce una performance con estilo. Lo mismo dice de la actual primera dama, Juliana Awada: "Ella juega muy bien también".
Cuando habla de golf, el mayordomo se aleja de la formalidad. Por primera vez a lo largo de la charla se relaja y se anima a un desafío. Dice que Macri ya está enterado de que él es profesor, que ahora sólo espera que lo invite. Gómez quiere jugar.