La corrupción, hoy casi un trending topic en redes sociales, es un comportamiento tan profundamente arraigado en nuestro país que no nos toma más por sorpresa. Estábamos tan acostumbrados algunos y tan resignados otros que la veíamos pasar por nuestras narices casi sin distinguirla, o como parte del tóxico aire de las grandes ciudades.
Afortunadamente, este mal sueño hoy está comenzando a molestar, mucho, demasiado diría. Tengo mi celular a mano y pensé en iniciar la nota buscando en Twitter: "#corrupcion" como herramienta inspiradora o tal vez disparadora. El primer mensaje que aparece es: "Marcelo Longobardi @LongobardiM #Causas #Corrupción Germán Moldes En los últimos 2 o 3 años la justicia ha sido infiltrada en todos los estamentos". Interesante. Inmediatamente debajo puedo leer: "Ricardo Sáenz @saenzricardo La #Corrupción se combate con independencia, honestidad y una firme decisión. La sociedad lo reclama y la Justicia puede y debe hacerlo". Prueben ustedes, luego me cuentan.
Si nuestro sistema nervioso central no llegaba a dar a nuestro cerebro la orden de sentir dolor ante un injusto y gigante saqueo, hoy la corrupción nos estaría doliendo más que nunca en la historia de nuestro país. ¿Por qué rebelarse contra la corrupción? ¿Por qué ahora?
No luchar contra la corrupción significa no hacer frente a quienes pretenden conseguir una ventaja ilegítima, un beneficio personal en forma mezquina que daña al resto de la sociedad. Significa trabajar de custodios silenciosos para quienes lo hacen como medio de vida, ayudarlos a tapar más fácilmente las evidencias.
Aún hay quienes piensan que la corrupción es sólo pública, quienes ven solamente una de las caras de la moneda. Sepan entonces que hay dos lados en el mostrador y que la corrupción no se limita a los funcionarios públicos. Donde hay un público que recibe suele haber un privado que da, al menos en la mayoría de las situaciones. A veces el privado ofrece; en otras circunstancias el privado recibe presión de algún funcionario; podría tener la forma de contratación pública, campaña de vacunación, remodelación de una escuela, financiamiento de campaña política o, por qué no, vacaciones all inclusive.
La corrupción entre privados también existe, pero de esto no vamos a hablar hoy, ya que el daño en estos casos golpea a una cantidad de limitados bolsillos.
¿Argentina tiene problema de leyes? No parecería ser la cuestión. La legislación aquí no es tan mala. Es verdad es que merece reformas y están encarándose algunas. El problema, más cultural que técnico, puede denominarse "anomia de hecho" (falta de respeto por la ley y consecuente aplicación débil de esta. Bajo esfuerzo por hacerla cumplir).
Existen algunos elementos que deberían combinarse para impactar en el corazón de la corrupción y bajar su nivel en forma significativa. Suelo decirlo con frecuencia:
-Fuerte compromiso y mensaje del Gobierno hacia sus funcionarios y hacia la sociedad toda. Un sector público que no comprenda que la imposición de penas por sí solas (lo cual no es poco) no alcanza no será exitoso en esta cruzada. Se requiere de una fuerte cultura de cumplimiento y respeto por las cosas bien hechas. A la mayoría de los ciudadanos les encanta vivir en un clima de honestidad y respeto por la ley y las instituciones.
-Pautas de comportamiento claras. Un código de ética y conducta para los funcionarios públicos, comunicado, suscrito por cada uno de ellos, recordado periódicamente por los líderes de cada organización. El código podría ser general para todos los funcionarios, con un apartado de particularidades según el tipo de organismo del que se trate. Atado al código, se deben desplegar los párrafos más relevantes en políticas concretas.
-Una línea de denuncias o el también llamado "whistleblowing" que permita alertar sobre incumplimientos de las pautas de ética, y un Comité de Ética independiente, ocupado de que se investigue.
-Investigadores expertos que básicamente: a) transformen indicios en evidencias, b) hagan un máximo esfuerzo por recuperar los activos perdidos. Esto último es demasiado importante. Se trata de reparar parte del daño sufrido.
-Legislación sólida, completa y armónica. Fácil de entender.
-Aplicación consistente de la legislación. Una Justicia entrenada para valorar la calidad y la intención de los funcionarios para que no se produzcan incumplimientos, incluso cuando estos ocurran.
-Fuerte comunicación y muestra a la sociedad (sanción pública) toda vez que existan condenas y los motivos que las justifican. Aquí cabe aseverar que la experiencia nos indica que si no hay condenas frecuentes, el enfoque no está correctamente aplicado. Hechos de corrupción existen y seguirán existiendo.
-Una función muy difundida en el ambiente privado que los altos funcionarios deberían exigir para sus organismos: un "Compliance Officer" (responsable de cumplimiento), a cargo de la implementación de lo mencionado en el punto anterior. Mucha bibliografía ya podemos encontrar al respecto y recomendamos la ISO 19600 para comprender mejor la naturaleza y el alcance de la función.
Pero, ¿qué implica realmente la corrupción? En oportunidades la corrupción se interpreta muy limitadamente, como si sólo fuese una avivada de unos a los otros. Sepan entonces que es algo un poco más grave que eso: pueden facilitar actos criminales tales como el tráfico de drogas, de armas, el lavado de dinero y la trata de personas. La corrupción, dicho sea de paso, bajará en forma abrupta el nivel de confianza que un inversor que necesita el país podría tener; hará que esa inversión no llegue, o bien que lleguen inversores corruptos. La corrupción hará que el PBI sea menor.
Este desvío de recursos que en circunstancias planeadas hubiera llegado a los que lo necesitan en forma urgente e irremediable termina en manos de estos criminales que, confundiendo los fines con los medios, le dan tanto valor a estos últimos que no se conmoverán en lo más mínimo por el daño provocado. Son palabras que me tocó decir a un periodista que me entrevistó luego de mi ponencia en el I Congreso Internacional de Compliance en la ciudad de Madrid.
En definitiva, en muchos casos, y sin miedo a exagerar, corrupción es asimilable a muerte. Nuestro actual ministro de Justicia dijo públicamente: "Resulta necesario articular mecanismos para que el costo de la corrupción sea más alto que el beneficio que se llevan los corruptos".
Es importante mostrar a quienes optan por el camino ilegal, el más rápido y aparentemente el más sencillo, el atajo, que el crimen perfecto no existe, que la sociedad ahora quiere erradicar esta práctica que no la conforma. Quiere pedir que le devuelvan lo sustraído antes.
Estamos transitando por un momento histórico, sin precedentes. Estamos en medio de una batalla claramente visible que se libra física y digitalmente. De una vez por todas, los argentinos, al menos su mayoría, no están mirando hacia otro lado.