Aunque a él no le gusta mucho la palabra, iLacrónica /i(Planeta, 2016), el último libro de Caparrós, es casi un manual de periodismo, particularmente del llamado periodismo narrativo, escrito por quien es uno de los exponentes hispanoamericanos del "boom" que este género ha conocido desde hace ya un par de décadas.
Caparrós lleva muchos años recorriendo el mundo –y todo el interior de la Argentina también- a la pesca de historias que valgan la pena ser contadas. En Lacrónica, recopila sus preferidas –algunas centradas en lugares, otras en personajes, otras en procesos- pero todas precedidas de breves introducciones que son otras tantas clases de periodismo, de eso que para él es un oficio y que, asegura, no tiene grandes secretos. Irremplazable es en cambio la curiosidad –sostiene-, el interés por leer a los maestros del género, incluso imitarlos, y adquirir cultura general, como "un marco con el cual pensar las cosas".
Radicado en España desde hace varios años, Caparrós vino a Buenos Aires a presentar Lacrónica e Infobae lo entrevistó.
—Parece que escribiste un manual de periodismo...
—Algunos me "acusan" de eso, sí. A mí la palabra manual me preocupa un poco, por varias de sus acepciones, empezando por el tema del trabajo, pero parece que... bueno, el libro salió en España hace seis o siete meses, y me contaban de un par de facultades de periodismo donde efectivamente lo están usando. Trato de contar cómo hice lo que hice y cómo quiero seguir haciendo lo que hago, formas, maneras, trucos y algunas reflexiones también sobre eso.
—Interesante para alguien que quiere empezar o está empezando en este oficio.
—Sí, mucho de lo que escribí para Lacrónica se origina en esa situación: me puse a pensar más explícitamente en cómo trabajo cuando empecé, hace ya como 15 años, a dar talleres en la Fundación para el Nuevo Periodismo Iberoamericano -que ahora se llama Fundación García Márquez-, sobre periodismo narrativo a grupos de quince periodistas de diez o doce países diferentes y para empezar a hacerlo tuve que detenerme a pensar cómo hago lo que hago; algo que uno normalmente no hace, lo hace simplemente. Y fue para esa transmisión que empecé a pensar sobre la crónica, sobre cómo funciona este tipo de periodismo, y cuando me propusieron hacer este libro que en principio era solamente una selección de las crónicas que más me gustaban de los últimos 30 años de trabajo se me ocurrió que valía la pena incorporar esas reflexiones y esos datos sobre cómo me parece que vale la pena trabajar.
"Es necesario leer para ser capaz de organizar un pensamiento, estructurarlo, expresarlo"
—Si un chico te dice hoy que quiere ser periodista, ¿qué le dirías, que vaya a una escuela de periodismo, que...?
— ...que lea...
—¿...se oriente cómo?
—Que lea primero que nada, me parece impresionante que tantos chicos piensen que quieren ser periodistas y no lean, es como si uno quisiera tocar la guitarra y no escuchara música. Lo primero que hay que hacer es empaparse. Y no sólo para escribir es necesario leer. Es necesario leer para ser capaz de organizar un pensamiento, estructurarlo, expresarlo, todo eso viene con una práctica intensa de la lectura o sea para hacer periodismo en televisión también hay que haber leído y poder armar un pensamiento que funcione. Me sorprende que algunos no lo hagan. Bueno, primero eso, y después que se interesen por todo. Yo no fui a una escuela de periodismo ni a una facultad, no las había y yo además no había ido. Cuando empecé a trabajar en esto hace ya demasiado tiempo, el periodismo se transmitía como los oficios de la Edad Media: uno entraba como aprendiz y poco a poco iba adquiriendo los trucos del oficio. Pero los trucos del oficio son muy escasos, no es gran cosa, lo que importa es saber leer, saber escribir, saber pensar, y tener muchas ganas de averiguar cosas. Después uno se pone a especializarse en ciertas cosas si le interesan. Si alguien quisiera ser periodista yo le diría estudiá historia, estudiá economía...
—De hecho vos no fuiste a una escuela de periodismo pero hiciste una carrera humanística, estudiaste historia, y muchos periodistas de antes, cuando no existía la carrera, eran historiadores, economistas, politólogos, sociólogos...
—Sí...abogados...
—...escritores frustrados...
— ... escritores frustrados éramos todos... (risas)
—Tenían una formación humanística, lo que hoy se nota mucho es la falta de cultura general, con perdón de la palabra.
—Sí, sí, absolutamente, por eso digo, yo participé de la creación de la facultad de periodismo que creo que ahora la llaman de Ciencias de la Información...
—...de la Comunicación.
—De la Comunicación, nombre que me aterra, eso nunca puede ser una ciencia; en todo caso serán técnicas de la comunicación. Ciencia, en términos epistemológicos, es otra cosa, pero bueno, yo participé en los inicios de esa carrera, en 1987, estábamos en la calle Callao, y ya desde entonces era confuso, no se sabía bien qué queríamos formar, y entonces no se formaba muy bien ni una cosa ni la otra, ni periodistas, ni comunicólogos, ni publicitarios, ni analistas... Lo cierto es que lo específico de la formación de un periodista, eso que llamamos los trucos del oficio, se adquiere muy rápido, en dos o tres meses de práctica, no hay ninguna ciencia oculta en esto. Lo que no se adquiere rápido es el interés, la curiosidad, la cultura general, el hecho de tener un marco con el cual pensar las cosas.
"La crónica se ocupa de aquello que los medios muchas veces no quieren considerar noticia"
—Ahora que la crónica, el periodismo narrativo, se puso de moda, se institucionalizó en cierta forma, ¿empezás a cuestionarla?
—No me gustan las cosas que se institucionalizan y menos las que se ponen de moda. Porque nunca es gratis, tanto la institucionalización como la puesta de moda en general exigen un precio a cambio, cierto descafeínamiento, por decir una palabra horrible: se habla mucho más ahora de la crónica, pero abunda también lo que llamo la crónica caniche, el manierismo de utilizar buenas formas para contar cosas que no le importan a nadie. El perrito bien manicurado, con el moñito rojo en la cabeza. Es el precio que se paga algunas veces por esta súbita moda de la crónica y eso me parece una tontería porque si hay algo que me interesa de la crónica es justamente su carácter cuestionador, marginal. Los medios nunca querían dejarnos el espacio necesario, o darnos los instrumentos necesarios; nos interesaba y nos interesa ocuparnos de aquello que los medios muchas veces no quieren considerar noticia y hay un poder de cuestionamiento que, si se pierde, hace que esto sea simplemente un juego estetizante.
—¿Tuviste la experiencia de "mover el agua", de sentir que algo que escribiste podía incidir en la realidad?
—Si hablamos del agua del lavabo puede ser (risas), pero no superficies de agua... No, me parece que a veces un texto o un libro pueden tener una forma de influencia en la realidad que no es perceptible de inmediato, quiero decir que, como aquella proverbial gota que de tanto caer y caer horada la piedra, puede ir haciendo un pequeñísimo agujerito que con mucho tiempo y suerte se verá si acaso, pero no es que un texto puede hacer un movimiento de olas que se vean de inmediato. Y aun así, tampoco es seguro que suceda ni muchísimo menos. En el caso de El Hambre, por ejemplo, me alcanza con pensar que hay unos cuantos miles de personas en una docena de países que no habían pensado en el asunto y ahora por lo menos lo tienen presente y se preguntan si pueden hacer al respecto. Probablemente la mayoría no haga nada, tal vez uno o dos consigan imaginar algo que valga la pena. Son efectos no muy visibles pero... Ahora por ejemplo, viajo mucho presentando la reedición de El Hambre, que ya se ha publicado como en 30 países, y a veces me resulta pesado, pero me gusta porque pensé ese libro porque era un tema del que no se hablaba lo suficiente, y cada una de estas presentaciones es una excusa para hablar de la mayor vergüenza de nuestra civilización.
—En el libro decís que se ha vuelto lugar común afirmar que la gente no lee y postular textos cortos. ¿Podrá el periodismo escrito –impreso y virtual- escapar de esa tiranía de la brevedad? ¿Y de otra, la temática, que hace que cuando un tema se impone todo debe pasar por ese filtro, por ejemplo, actualmente, el género?
—Sobre el tema del espacio ha habido varias etapas. Cuando empezó Internet te decían como una especie de verdad revelada que en Internet había que escribir corto porque nadie leía mucho tiempo en una pantalla. Esto fue hace 15, 20 años, y duró curiosamente más de lo que debía durar. Creo que ya hay mucha gente que se dio cuenta de que eso es una tontería porque en realidad nos pasamos el día leyendo en pantallas, en el teléfono, en el kindle, en la computadora... Además ahora ya no existe la limitación de "no, mirá, tengo sólo 8 páginas, tengo que poner un aviso, acá van estas dos fotos"; eso ha cambiado y hay muchos buenos medios que están publicando textos largos en Internet que se leen sin problema. O sea, eso es un mito que cayó. En cuanto a la cuestión temática, es más complicado, pero tiene que ver también con gente que se atreva a salirse del corralito. A mí me preocupa mucho que los editores traten de conformar al público con lo que éste les pide. El público pide lo que está acostumbrado a recibir y así se arma un círculo vicioso del que no se sale más, y cuando uno mira las listas de los más leídos en los medios, a veces son una porquería en cuatro tiempos.
—Es otra tiranía que antes sólo conocían la televisión y las radios: el rating. Ahora, con Internet, también los diarios la padecen.
—Yo creo en el saber y la inteligencia de las personas que hacen esto para decir "lo que yo quiero ofrecerle a la gente es esto porque creo que esto es lo que merece ser sabido, leído en este momento", y no estar esperando que mil millones de moscas se equivoquen, con todo respeto. Se supone que nosotros aprendemos y practicamos una profesión que debería darnos más elementos para ofrecer cosas nuevas que la gente que está ocupada con cualquier otro asunto y que toma y pide aquello a lo que está acostumbrada.
"Cuando uno empieza a escribir, necesariamente se está copiando"
—Te van a agradecer que digas en el libro que es bueno copiarse porque hay cierto complejo en admitir que uno se deja influenciar por otros.
—No sólo digo que no hay problema en copiarse sino que no hay otra forma de aprender, cuando uno empieza a escribir empieza a escribir como otros, por eso la importancia de leer, para ir empapándose de ciertas formas de escribir. Cuando uno empieza a escribir determinada cosa necesariamente se está copiando, nunca nadie escribió desde la nada, el asunto es si acaso elegir, ver qué se está copiando. Cuando yo empecé a hacer estas crónicas, año 90 por ahí, decidí releer cuatro textos que me habían parecido significativos en los años anteriores para ver qué podía retomar de cada uno de ellos. Releí Lugar común, la muerte, de Tomás Eloy Martínez, Operación masacre de Rodolfo Walsh, Música para camaleones, de Truman Capote, y algunos textos más sueltos de Manuel Vicent, un periodista español que me parece muy bueno, y a partir de ahí, traté de armar algo con eso. Uno siempre empieza copiando y después va encontrando formas propias, a veces, a veces no, y con suerte va llegando a algo que podríamos llamar un estilo más o menos propio, pero está claro que en el inicio siempre son otros; uno es parte de una tradición, uno empieza desde un lugar, junto con todo lo que se ha hecho hasta entonces. Insisto, en todo caso lo que vale la pena es intentar elegir en qué tradición uno se inscribe.
—Copiar a los buenos
—Sí, para decirlo en forma más simple y rotunda, copiar a los buenos.
—Escribiste bastante sobre los años 70, en los ochenta, en los noventa, cuando el tema se restringía a algunos círculos. Actualmente se habla mucho más de aquella etapa, pero la masificación parece haber traído un discurso más binario. ¿Cómo lo ves?
—Hace tres o cuatro años publicamos una edición definitiva de La Voluntad, un libro que trata de contar la historia de los grupos revolucionarios de los 60 y 70. Lo reeditamos, a quince años de la primera edición, con un prólogo nuevo, en el cual yo trataba de ir periodizando las distintas lecturas de los 70. Es largo para repelos últimos años, me parecía que había habido un cambio radical, porque la lectura de los 70 estaba atravesada por la lectura de estos años kirchneristas, entonces cuando se hablaba de los 70, como el kirchnerismo había intentado apropiarse de toda esa supuesta épica y entonces se estaba hablando mucho más del kirchnerismo que de aquellos años y al mismo tiempo todo el autoritarismo y la corruptela kirchnerista teñía los años 70 de sospecha retrospectiva: "ah, si estos que dicen que eran como aquello son así ¿cómo serían aquellos?" No hay nada más maleable que el pasado, cada época va releyendo su pasado según cómo funciona ella misma y en ese sentido la lectura de los 70 cambió muchísimo, se transformó en una pelea kirchnerismo–antikirchnerismo.
—Periodismo y militancia, ¿cómo se combinan?
— De algún modo raro, todo periodismo está haciendo algún tipo de militancia, todo periodismo postula alguna idea del mundo. Cuando uno decide que va a investigar las valijas de Fariña, el que lo hace tiene una idea del mundo según la cual lo más importante es investigar las valijas de Fariña, tiene que dedicar tiempo a eso, eso es lo que vale la pena ser tratado, porque si se producen ciertas desviaciones respecto a ciertas reglas esto produce efectos que habría que evitar, etcétera, etcétera. Uno podría decidir que no vale la pena investigar sobre eso sino sobre el desabastecimiento de antibióticos en los hospitales del conurbano; es otra idea del mundo, que puede no ser opuesta a la otra pero que es en un punto distinta. Entonces, incluso en los trabajos que parecen menos militantes, hay una idea y uno los hace porque piensa determinadas cosas. El problema es cuando eso que uno piensa se pone tan por delante que obnubila y hace que ya no haya ningún trabajo sino una mera enunciación de slogans. Periodismo militante es una fórmula que debería ser remplazada por periodismo tarado cuando los slogans hacen que el que ejerce ese periodismo ni siquiera sea capaz de sostener su visión del mundo sin datos hechos que la apoyen.