Hacia marzo de 1815, el Director Supremo Carlos María de Alvear se enteró de que los caudillos artiguistas habían sublevado la provincia de Santa Fe contra su gobierno, y para enfrentarlos envió una vanguardia de mil seiscientos hombres al mando del coronel Ignacio Álvarez Thomas. Así, este oficial peruano de veintiocho años hacía su ingreso en la historia. Un arequipeño que gozaba de la estima y confianza del Director Supremo.
Álvarez Thomas debía reunir rápidamente caballos, lanchas y medios de transporte para sus hombres y otra división de igual cantidad de efectivos que, al mando del coronel Ventura Vázquez, reconquistaría Santa Fe. Cumplido este objetivo, el oficial peruano permanecería en esa provincia para asegurar su ocupación, y Vázquez atravesaría el Paraná con dos mil soldados, para limpiar Entre Ríos de las montoneras artiguistas. Mientras tanto, otros mil quinientos hombres, al mando del propio Director Supremo, caerían sobre Arroyo de la China (actual Concepción del Uruguay). Para cerrar el cerco a los insurrectos, las divisiones de Vázquez y Alvear convergerían sobre Corrientes para después repasar el Uruguay, desde allí, terminar así con Artigas en su reducto de la Banda Oriental, invadiéndola por el Norte.
Era un plan estratégicamente magnífico, como muchos de los elaborados por Alvear. Sin embargo, no contempló un imponderable que tumbó todos sus proyectos, para siempre: la traición de un subordinado clave.
La columna de Álvarez Thomas se ubicó en el Puente de Márquez, sobre el río de las Conchas, camino a Santa Fe. En cumplimiento del plan, este coronel recibió, el 29 de marzo de 1815, órdenes de dirigirse rápidamente a Santa Fe, mientras en Olivos y la Capital se aprontaba para marchar el resto de las tropas. Al llegar a la posta de Fontezuelas (cerca de la actual localidad de Pergamino), a 230 km de la Capital, el 3 de Abril, don Ignacio se pronunció, sorpresivamente, en contra de su jefe y amigo, el general Carlos de Alvear.
Parece que la noticia se mantuvo en reserva un tiempo, ya que recién se enteraron en Buenos Aires el 11 de Abril. La novedad cayó como una bomba en pleno gabinete. Alvear sintió que el mundo se le venía encima y se destartalaba toda su estrategia de recuperar poder y autoridad. Pero, fiel a su estilo, no se amilanó e intentó tomar el mando de los cuerpos acampados en Olivos, para, con ellos, revertir la situación.
Sin embargo, entre el 12 y el 14 de Abril se precipitaron las cosas. Llegó una nota de Álvarez Thomas al Cabildo, en la que informaba que el 10 de abril había pedido al Director Supremo que renunciara y entregara el mando al Ayuntamiento. También comunicaba que había acordado con "iel general Artigas/i" deponer a Alvear, y que éste mandara una división hasta San Nicolás, para apoyarlo; y de ser necesario, ambos cuerpos confluirían sobre la Capital "á proteger á Buenos Aires contra la tiranía del que lo avasallaba". De inmediato, y como un castillo de naipes, todas las unidades empezaron también a sublevarse o a desertar. El Director quedó solo, viéndose obligado a renunciar y exiliarse.
Conforme lo solicitara el coronel sedicioso, el 18 de abril se convocó a un Cabildo Abierto para dos días después; a fin de designar autoridades en reemplazo del depuesto Director y de la Asamblea del Año XIII, que fue disuelta. Este Cabildo Abierto designó una Junta de Observación de cinco miembros, con facultades de legislación y de supervisión sobre el nuevo Director Supremo, que la misma Junta elegiría. Esta Junta debía aprobar un Estatuto Provisional y funcionaría hasta tanto se instalase un nuevo Congreso en Tucumán, en reemplazo de la caída y desprestigiada Asamblea.
Reunida la Junta de Observación, eligió nuevo Director Supremo al general José Rondeau, comandante del Ejército del Norte, a la sazón en Jujuy. Para suplirlo, hasta que éste bajara a asumir, la Junta designó, como Director Suplente al coronel golpista Ignacio Álvarez Thomas; quien vino rápidamente a la Capital a hacerse cargo de sus funciones. Narra Vicente F. López: "por razón de su inmediación y de su posición en la capital, venía á ser por el momento el único y verdadero gobernante; es decir, el gefe de la provincia de Buenos Aires". Hoy nos llama la atención que una minúscula junta elegida por el cuerpo municipal porteño tuviera autoridad para designar a un primer mandatario nacional.
Así, entre 1815 y 1816 tuvimos la rara paradoja de contar con dos directores supremos. Uno efectivo y titular, con autoridad sobre las provincias del Norte, al mando del Ejército Auxiliar del Perú; y otro con poder sobre Buenos Aires, al mando de las milicias bonaerenses y las tropas que quedaron después del desbande alvearista. Con brutal sarcasmo, agrega López: se "daba origen á esa rara dualidad de dos Directores Supremos... lo más curioso... [era] que tanto valía el uno como el otro... Ni éste ni aquél tenían calidad alguna que los hiciera capaces de contener el total desquicio á que corrían las cosas".
En un primer momento, todo iba de grandes amores entre el Director Interino y Artigas. Se prodigaban elogios en las correspondencias. Sin embargo, advierte López que "en el fondo, todos ellos estaban profundamente inquietos sobre las respectivas intenciones y cálculos reservados de cada uno". El idilio llegó a su fin cuando Artigas pasó el listado de sus demandas a Buenos Aires: que se lo reconociera como Protector de los Pueblos Libres de las provincias de: Banda Oriental, Entre Ríos, Corrientes, Misiones, Santa Fe y Córdoba; tres batallones de infantería, todos los fusiles tomados en la captura de Montevideo (campaña en la cual el caudillo ni siquiera aportó un hombre), la escuadrilla de buques patrios y doscientos mil pesos de indemnización. El flamante Director no podía complacer al demandante caudillo. Darle las fuerzas que pretendía equivalía a dejar indefensa a la Revolución. Los fusiles se habían mandado al Norte para que Rondeau iniciara su nueva campaña, y si se le pagaba a Artigas lo que quería, se haría morir de hambre a los ejércitos patrios. El Director Interino contestó que tenía que consultarlo con el Director Titular; es decir, Rondeau. Como Artigas nunca aceptó un no por respuesta, volvió a abrir las hostilidades con las Provincias Unidas.
Los principales esfuerzos del Director interino apuntaban a garantizar el éxito del Congreso de Tucumán. Las provincias de Cuyo, del NOA, el Alto Perú y Buenos Aires aseguraron el envío de sus diputados. Una gran victoria para Álvarez Thomas consistió en convencer a Córdoba (cercana a Artigas) a que lo hiciera también. Entre tanto, el bloque artiguista, el Paraguay y algunas provincias altoperuanas ocupadas por los realistas no enviaron representantes.
Paradójicamente, otro dolor de cabeza para el joven Director lo vino a representar el retorno a Buenos Aires de su tío político, el general Manuel Belgrano, desde su misión diplomática a Europa. No bien puso un pie en la Capital, Belgrano no se cansó de predicar a favor de establecer una monarquía constitucional de raíces incaicas. Refiere López: "El general no era hombre de reservas, ni de un espíritu precauto ó trascendental en sus actos ó en sus ideas. Todo en él era pura ingenuidad y sincera convicción". A muchos les causó gracia la idea del venerable general; y los enemigos políticos del Director, que se refugiaron en la Junta de Observación, responsabilizaban al peruano por el discurso del Creador de la Bandera; y le iniciaron una feroz y abierta oposición, que el peruano ya no toleraba.
Prosigue López sobre la relación entre el Director y el general: "Por desgracia suya, Álvarez-Thomas, bastante más joven que el maduro general, era su deudo; como tal – un miembro subalterno de la familia. Le debía su carrera, estaba habituado á mirarlo como un oráculo: no era capaz de contrariarlo en nada; y tal era el respeto que le profesaba, que puede decirse que dejaba de ser persona, y mucho más Director Supremo, delante de la palabra, ó de la magestuosa personalidad del ilustre vencedor de Salta".
Para alejar a Belgrano de Buenos Aires, y manejar el conflicto con Artigas, a principios de 1816, Alvarez Thomas lo envió para que mandara el Ejército de Observación en la frontera con Santa Fe. Poco tiempo después, su antiguo amigo y subordinado general Eustoquio Díaz Vélez destituyó a Belgrano al frente del ejército, para asumir él mismo el mando.
Entretanto, el Director anhelaba, como a la venida del Mesías, la instalación del Congreso de Tucumán. Refiere López: "Se hacía la ilusión de que con ella los ánimos habían de calmarse y entrar en orden con la esperanza de que regularizados los medios, volverían los negocios y los intereses públicos a sus quicios naturales". El 13 de abril de 1816, al fin, recibió el Director la noticia de que el Congreso había empezado a sesionar desde el 24 de marzo, en Tucumán. De inmediato, invitó en un bando a jurar fidelidad al Congreso para el 15 de abril, en el Cabildo. Al día siguiente, se celebró un solemne Tedeum en la Catedral metropolitana, en acción de gracias. Llamó la atención que los miembros de la opositora Junta de Observación faltaran a ambas celebraciones.
Regresaba del Te Deum a la Fortaleza, el Director con su comitiva, rodeado de curiosos. Al entrar a su despacho, se le acercó el Alcalde de Primer Voto, Don Francisco Antonio de Escalada (hermano del suegro del general San Martín), y le entregó (disimulando su felicidad) un pliego urgente, que comunicaba la sublevación del general Díaz Vélez y el arresto del general Manuel Belgrano.
Entonces, el joven Director se transformó y perdió la calma. Salió a las galerías del fuerte, donde había quedado la gente que venía con él. Gritó que había sido depuesto por el ejército. Que no podía gobernar ni un minuto más. Que solo quería que respetaran a su persona. Que renunciaba desde ese mismo momento y que se iba a su casa. Que hicieran lo que quisieran y que eligiesen un sucesor. Ante la mirada atónita de la concurrencia, y sus colaboradores que intentaban calmarlo y que recapacitara, el Director insistía, atemorizado: "Sí señores. Me voy. Me voy. Nombren Uds. A quien quieran", y hacía ademanes de recoger sus papeles y pertenencias. Hubo que hacer muchos esfuerzos para calmarlo, y convencerlo de renunciar ante sus enemigos de la Junta de Observación. No bien este cuerpo aceptó su dimisión, designó, en su reemplazo, al nuevo Director Supremo Interino de las Provincias Unidas: el general Antonio González Balcarce, vencedor de Suipacha, la primera batalla ganada por las armas patrias, poco más de cinco años atrás; y futuro consuegro del a href="https://www.infobae.com/" rel="noopener noreferrer" general José de San Martín/a.