El Parque Nacional los Cardones es una maravilla natural de más de 65 mil hectáreas donde los cardones y las flores de amancay son protagonistas, y en la que la aridez del desierto alcanza su mayor esplendor. Si se recorre en auto este camino, uno no puede más que mirar por la ventana asombrado, dejando que el paisaje sea el que lleve adelante la conversación. Desde Salta Capital, los turistas que arriban al Norte argentino emprenden una ruta asombrosa que serpentea entre cardones y flores de amancay, y que los lleva por uno de los territorios más mágicos del país.
Una de las grandes atracciones naturales de la Argentina, el Parque Nacional Los Cardones fue creado oficialmente por la Ley 24.737 en noviembre de 1996, trámite que se había comenzado a apurar diez años antes, para su protección y conservación de la fauna y flora de la región. Una de sus predecesoras fue la Ley Provincial Número 6.805, en la que la provincia de Salta le cedió a la Nación la jurisdicción de los territorios que luego se designaron como partes del parque.
Lo agreste y la sencillez parecen ser los elementos esenciales de este lugar. Se extiende entre los departamentos de Cachi y San Carlos, en un paisaje casi tan mágico como engañoso. Es que cuando uno emprende el trayecto desde Salta, la fotografía va cambiando cada media hora. Si uno arranca el viaje desde la ruta provincial 33, el recorrido lleva al viajero desde Salta por la verde y frondosa Quebrada de Escoipe -que ofrece algunas de las vistas panorámicas más impactantes de la región- y la Cuesta del Obispo, 20 kilómetros de glorioso zig-zag entre las montañas, que en un punto incluso alcanza la altura máxima de 3620 metros en Piedra del Molino, y donde el apunamiento es tan sólo comparable con la sensación de paz y tranquilidad que provoca viajar literalmente entre nubes.
Y luego de las subidas y bajadas, del verde a los tonos marrones, el paisaje se transforma completamente. Primero, el desierto llega con ganas, prometiéndoles a los aventureros un mar de tranquilidad y vacío. Luego, sin que uno se de cuenta, aparecen los primeros cardones. Al principio son pocos, uno aquí y uno allá, pequeños e indecisos, pero, a medida que se avanza, comienzan a multiplicarse como hormigas, como un ejército de vegetación sublime. Miles y miles de cardones, algunos tan altos que parecen pequeños edificios, empiezan a invadir el territorio, apropiándose del espíritu del lugar, y custodiando el camino, fieles a su tierra natal.
Es que son la especie vegetal predominante en la zona, razón por la que el parque los lleva en su nombre. Algunos llegan a medir los 3 metros y alcanzan la edad de los 300 años. Hoy en día, talarlos está prohibido, por lo que, para usar la madera de cardón, tan valiosa y magnífica, hay que esperar a que mueran. Estuvieron en peligro de extinción por la tala irracional, por lo que actualmente son protegidos por la Ley Nacional de parques, que rige desde 1996. los artesanos de la zona producen souvenir con este material, pero utilizan la madera que recolectan del suelo.
Esta ruta nos lleva por el corazón del desierto, y es aquí, entre cardones, donde los turistas dejan el auto al costado de la carretera y caminan entre ellos sacándose fotos, posando y riendo, e imitando sus posturas firmes, tan dispares las unas de las otras. Y no es extraño que en su travesía se crucen con guanacos, zorros colorados, zorros grises, chinchillones, pumas, pericotes andinos y quirquinchos, que, junto con los cardones, son los verdaderos dueños del parque. Aunque nada ni nadie se compara con los cóndores que sobrevuelan la región y cuyo vuelo majestuoso puede llegar a ser avistado por algún suertudo turista.
Las flores amarillas del amancay crecen sólo en épocas de lluvia y se multiplican al pie de las laderas del cerro Tin Tin y en la Quebrada de Cajoncillo. La Recta del Tin Tin es un trayecto de 19 kilómetros que data de la época en la que los incas rondaban por estos pagos y que en la actualidad está pavimentado, pero que se caracteriza por su perfecta rectitud, que hoy se lograría gracias a la ayuda de la tecnología, pero que en aquellos tiempos se hizo manualmente.
Al final del parque se encuentra, a 2.280 metros sobre el nivel del mar y a 157 kilómetros de Salta Capital, la localidad de Cachi, uno de los lugares más mágicos de los Valles Calchaquíes y de todo el Norte argentino. Los viajeros que arriben a Cachi se verán embelesado por su belleza de otro mundo y de otra época: es que este pueblo promete una experiencia que remonta a antaño, y donde la vida se desarrolla con una calma y una tranquilidad casi espiritual, en las alturas de los Valles, un refugio paradisíaco de las vicisitudes de los tiempos modernos.
Además de pasear por el pueblo, hay varias actividades para los visitantes que arriben al lugar. A un kilómetro se ubica el Mirador de Cachi, que ofrece vistas panorámicas e imperdible de la zona. Sobre el poblado se erige el cementerio, y, al pie del nevado de Cachi, que tiene una altura de 6.380 metros sobre el nivel del mar y que es la única fuente de agua -además de la escasa lluvia- de la localidad, y que es uno de los destinos preferidos de alpinistas y amantes de las aventuras y deportes extremos, se encuentran las Ruinas de las Pailas, un yacimiento arqueológico a 3 mil metros de altura con caminos empedrados y tumbas circulares.
Para llegar al parque Nacional Los Cardones desde la ciudad de Salta, se puede ir en auto y optar entre la ruta nacional 68 y la provincial 33 (97 km a Piedra del Molino -entrada este del parque- y 147 a Payogasta, su sede administrativa). Hay que tener en cuenta que se asciende en altura desde el valle de Lerma (1200 m.s.n.m) hasta más de 3.000 metros sobre el nivel del mar transitando en su recorrido por un trayecto de Cuesta. Se puede alquilar un vehículo, tomar un remís, o ir en micro, ya que hay un servicio diario hacia Cachi que atraviesa el parque. También se puede optar por una excursión, que se puede contratar a través de una de las 90 agencias registradas de viajes y turismo de Salta.