Hacia fines de 1815 el Gral. Juan José Viamonte había ocupado la ciudad de Santa Fe, arrebatando el dominio de esa provincia de manos artiguistas, para que volviera a integrarse al seno de las Provincias Unidas del Río de la Plata. Esa provincia se encontraba, entonces, bajo control del Director Supremo Interino, coronel Ignacio Alvarez Thomas. Este era un joven oficial peruano, nacido en Arequipa el 15 de Febrero de 1787, que desde el 21 de Abril de 1815 se encontraba al frente del Poder Ejecutivo, luego de haber derrocado al desprestigiado Director que lo precedió, el general Carlos de Alvear.
Sin embargo, un lejano hecho de armas vino a conspirar contra este estado de cosas. El 29 de Noviembre de 1815 el Ejército del Norte, al mando del general José Rondeau, cayó estrepitosamente derrotado en la Batalla de Sipe Sipe o Viluma, en el Alto Perú. Todo lo que se había avanzado en ese territorio en 1815 se perdió y el ejército patrio tuvo que retroceder en forma desordenada y escandalosa hacia las actuales provincias del Noroeste Argentino.
Esta noticia llegó como caída del cielo para el caudillo oriental José Gervasio Artigas; quien vio en ella la oportunidad servida en bandeja, de recuperar Santa Fe. En efecto, el general Viamonte debió desprenderse de importantes fuerzas, para enviarlas, de manera urgente, hacia el Norte, y así reforzar al derrotado Rondeau. La Gaceta Ministerial del 27 de Enero de 1816 daría cuenta que Viamonte despachó ciento treinta hombres, que acababa de reclutar en Santa Fe, así como piquetes del bravo Batallón N° 10 de Infantería y un escuadrón de Dragones montados hacia Tucumán.
Al llegar los soldados del Batallón 10 a esta Provincia; habida cuenta de que contaban con un uniforme más decoroso que los harapos con los que volvían envueltos sus camaradas derrotados en Sipe Sipe, fueron elegidos por el Congreso de Tucumán para servir como custodios de sus sesiones. Por eso hoy quienes visitan la Casa Histórica de Tucumán pueden apreciar soldados ataviados con su histórico uniforme del Batallón 10, que guardan ese edificio, veteranos de las guerras contra el caudillo Artigas, en el Litoral.
Luego de cumplir esta orden, Viamonte protestó ante Álvarez Thomas. Rememora Vicente Fidel López: "El general hizo presente que con la fuerza diminuta que se le dejaba no podía responder de la seguridad de su provincia, si, como era más que probable, se alzaran los indios y el gauchaje movidos y auxiliados por los caudillejos de Entre-Ríos ligados con Artigas".
Ante ello, el Director le remitió un batallón de "Cívicos" de Infantería y el 4° Escuadrón de Dragones, desde Buenos Aires, al mando del general Eustoquio Díaz Vélez, con órdenes de hacer campamento en San Nicolás, al norte de la Provincia de Buenos Aires, cerca del límite con Santa Fe, y le contestó a Viamonte que "era preferible abandonar momentáneamente Santa-Fé antes que dejar abiertas á los realistas las fronteras del Norte y los boquetes de la Cordillera".
La situación de Viamonte en Santa Fe era crítica. Se había desprendido de sus mejores soldados y caído en una grave impopularidad, luego de la leva masiva que se realizó, para mandarle refuerzos a Rondeau. Las familias santafesinas veían que se les arrancaba por la fuerza a sus hijos para mandarlos a morir inútilmente en el Perú. Su destino dependía de la rapidez con que Díaz Vélez llegara para reforzarlo. Sin embargo, no le dieron tiempo. El 3 de Marzo se sublevaron algunos caudillejos, y se rebeló, en Añapiré, Estanislao López, al pasarse al bando artiguista con Dragones y milicias que Viamonte le había confiado para guardar ese punto. Así entraba en la historia el futuro "Patriarca de la Federación". Estos levantamientos produjeron un efecto dominó en la capital y la campaña santafesinas. El 31 de Marzo de 1816 Viamonte debió atrincherarse en el centro, como pudo, mientras era rodeado por las montoneras artiguistas que, alentadas por este caos, habían cruzado desde Entre Ríos. Mientras tanto, los sublevados quemaban las casas y mataban a quienes habían apoyado a Viamonte en su afán por reintegrar a la provincia a la unión nacional. Luego de una tenaz lucha, el líder rebelde local Mariano Vera ofreció a Viamonte una capitulación honrosa; que éste debió aceptar. Sin embargo, los artiguistas no la respetaron y lo sometieron a vejámenes y torturas.
Cuando la noticia de este nuevo descalabro llegó a Buenos Aires, el Director Supremo envió a hacerse cargo del desastre santafesino al mejor jefe que tenía a mano: Manuel Belgrano. Hacía pocos meses que Belgrano había retornado de su misión diplomática a Europa. Tenía una pureza de espíritu y una gran ingenuidad; pues a nadie ocultaba su idea de implantar, en el país, una monarquía constitucional de raíces incaicas. Su idea movía a risas a gran parte de la dirigencia porteña; quienes veían en esto una oportunidad de atacar al Director Supremo. En efecto, entre la oposición a Álvarez Thomas había varios antiguos saavedristas, quienes no le perdonaban a Belgrano su pasado en el morenismo. Sin embargo, como no era políticamente correcto agredir al Creador de la Bandera, por ser éste una persona muy respetada en la opinión pública y en la sociedad; disparaban contra el Director Supremo, a quienes veían como un extranjero (ya que era peruano) encaramado en el gobierno rioplatense y que apoyaba la excéntrica idea belgraniana de coronar a un paisano suyo (un indio peruano) en nuestras costas.
Contribuía a desprestigiar al joven Director de veintiocho años el hecho de estar éste casado con una sobrina del Gral. Belgrano: María del Carmen Florencia Severa Ramos Belgrano (hija de su hermana favorita: Juana María Belgrano González). Vale decir, que todas las ideas estrambóticas de Belgrano se imputaban al Gobierno, para desprestigiarlo. Para descomprimir esta tensa situación, Alvarez Thomas mandó a su tío político a hacerse cargo de hervidero santafesino.
Fiel a su estilo, Belgrano salió a toda prisa hacia Arroyo del Medio, para hacerse cargo de la División Díaz Vélez, con guardias de la frontera, al mando del coronel Francisco Pico y milicias de caballería reclutadas a las apuradas, con chacareros y labriegos de los arrabales porteños. Cuenta Vicente F. López: "El general Belgrano estaba mal mirado y mal obedecido en el ejército. Las acusaciones que se le hacían con verdad, no de estar vendido, sino de estar fanatizado con la idea de una evolución monárquica, habían cundido entre la oficialidad, y desmoralizado el respeto y la obediencia que se le debía". Sin embargo, Belgrano marchaba inadvertido de estos riesgos, contento de reencontrarse con Eustoquio Díaz Vélez; quien fuera su segundo jefe cuando le tocó comandar el Ejército del Norte, y lo acompañara con bravura y lealtad en Las Piedras, Tucumán, Salta, Vilcapugio y Ayohúma, entre 1812 y 1814.
Sin embargo, esos dos años no habían transcurrido en vano. Ahora don Eustoquio se creía con derecho a mandar esas tropas que se le habían puesto bajo su mando. No le ocasionó ninguna gracia enterarse que nuevamente debía servir como segundo de Belgrano. A ello Vicente F. López agrega que "era hermano del Doctor don José Miguel Díaz-Vélez, miembro importante e influyente de la Junta de Observación, que notoriamente indispuesta con el Director y con su círculo, se mostraba alarmada también con la prédica monarquista del general Belgrano, y con los propósitos análogos que se atribuían á los miembros del Congreso próximo a reunirse en Tucumán". La oposición hacía creer al populacho y a las tropas que el gobierno estaba vendiendo el país a un rey extranjero. Se mofaban del Director y lo tachaban de afeminado, por "la voz poco eufónica que le había concedido la naturaleza", recordaría López. Los Díaz Vélez, entretanto, conspiraban para derrocar al desprestigiado Director, como éste había hecho con Alvear, al año anterior.
Después de pasar Belgrano por Santos Lugares, con sus milicias porteñas tumultuosas, éstas se sublevaron, con intenciones de pasarse al enemigo. El general intentó ejecutar al cabecilla. Sin embargo, éste consiguió escapar y llegar hasta el campamento del general Díaz Vélez, supuesto subordinado de Belgrano. Lejos de lo que podía esperarse, don Eustoquio dio asilo al jefe insurrecto y presionó al Director para que lo rehabilitara, "abusando de la débil bonhomía de Belgrano", al decir de López.
Viendo Belgrano que no podía sostenerse mucho con las fuerzas que contaba; que no lo respetaban, ni obedecían; y cansado de ver tanto enfrentamiento fratricida con los caudillos litoraleños, intentó arribar a un entendimiento con ellos, para poder proseguir con la guerra por la Independencia, evitando las luchas civiles por la espalda. Comisionó al jefe de la vanguardia de su ejército, el general Eustoquio Díaz Vélez, para conferenciar con el enviado artiguista Cosme Maciel en la capilla de Santo Tomé, cerca de Santa Fe. Maciel era un viejo conocido de Belgrano. Habían estado juntos cuando éste creó la Bandera en Rosario. La tradición oral hasta le atribuye haberla izado, en ese momento.
Díaz Vélez vio aquí la oportunidad que estaba esperando; y ambos antiguos amigos de Belgrano, acordaron traicionar el venerable general. Firmaron un convenio el 9 de Abril de 1816 "con el más sincero deseo de hacer la paz, de consolidar la unión, y de cortar de raíz la guerra civil en que el despotismo y arbitrariedad del Director de Buenos Aires Don Ignacio Alvarez había envuelto las dos provincias... Acordaban: 1° Separar del mando de las tropas al general Belgrano. 2° Que el general Díaz Vélez fuese reconocido como general en gefe de los dos ejércitos, ya fuese para retirarse al otro lado del Carcarañá, si era perseguido; y para marchar con ellas sobre Buenos Aires á destituir al Director mencionado...". En un claro acto de sedición, Díaz Vélez, con el previo acuerdo de los oficiales de su división, relevó a Belgrano en el mando, para asumirlo él, y se dispuso a deponer al Director Supremo que había convocado al Congreso de Tucumán.
Al enterarse, Belgrano quedó perplejo. En el acto, Díaz Vélez lo hizo arrestar; para que no interfiriera en sus planes golpistas. El Creador de la Bandera quedó gravemente herido en su sensibilidad pues nunca se imaginó que dos antiguos amigos suyos iban a tener esa actitud hacia él.
No hizo falta que Díaz Vélez bajara a Buenos Aires a deponer al Director Supremo. Alvarez Thomas, el mismo día en que celebraba, con júbilo, la instalación del Congreso de Tucumán, por el cual tanto había bregado, recibió la noticia de la sublevación de Díaz Vélez y el arresto de su tío político. Indignado, enojado, cansado y profundamente deprimido, el mismo 15 de Abril de 1816, el joven Director elevó su renuncia indeclinable a su cargo y abandonó precipitadamente el poder.