—Yo creo que todo se puede resumir en que yo empecé a ser escritor por accidente. Eso suena raro, pero sí es cierto que a lo largo de mi vida el factor Forrest Gump, es decir, el estar en el lugar indicado en las circunstancias justas, se ha repetido varias veces. Yo trabajaba como abogado y llegó un momento en que me di cuenta de que estaba saturado de la literatura jurídica, que técnicamente es muy correcta pero realmente te deja muy poco margen para que tu puedas contar tus propias historias. Entonces decidí empezar a escribir una historia, lo más alejada posible de aquel ordenado mundo del derecho, en un blog. Simplemente porque quería escribir algo distinto. Y aquí es donde este factor Forrest Gump se manifiesta por primera vez. El blog pasa de tener, en unas semanas, de apenas unos cientos de lectores a, en aproximadamente seis meses, un millón y medio de lectores.
—No tengo la explicación. Si la tuviera, no me estaría ganando la vida como escritor, lo estaría haciendo como publicista para un montón de empresas. Nadie lo sabe. Nadie puede saber cuál es el elemento mágico que hace que de repente una historia explote.
—Aproximadamente unos seis meses. Un día me llama una editorial y me pregunta si quiero publicar aquella historia. Era sobre un abogado de una pequeña ciudad española que de repente veía cómo el mundo se derrumbaba a su alrededor por una extraña epidemia. Y él era uno de los pocos sobrevivientes y tenía que empezar una nueva existencia. Básicamente lo que estaba haciendo era trasladar un poco mis ansias. De repente, ese libro se transforma en un best seller, tiene 18 ediciones, salta a un montón de países, empieza a traducirse a un montón de idiomas y, a lo largo de ese tiempo, publico otros dos libros, y me voy a una multinacional donde empiezo a ser traducido a un montón de idiomas. En este proceso, que duró cuatro o cinco años, aquel Manel Loureiro abogado poco a poco se fue desdibujando: fue desapareciendo devorado por el Loureiro escritor.
—No, tardé años en hacerlo. Lo hice hace tres años. Hace tres años que colgué la toga, tú sabes que en España los abogados usamos una toga cuando vamos a la sala, que es como un ropaje ritual. Para mí fue una decisión difícil, porque suponía renunciar a mi carrera, a mi forma de vida, a todo aquello para lo que me había estado preparando durante años para internarme por un camino que ni siquiera sabía si tenía salida. Afortunadamente, ahora, tres años después, puedo decir que ha merecido la pena y que recorrer este camino es absolutamente maravilloso.
—Yo creo que nadie puede tener eso como un objetivo inicial cunado se pone a escribir. Todos aquellos que comienzan a escribir con el claro objetivo de ser escritores profesionales, o vivir de la escritura, la mayor parte de ellos terminan profundamente desengañados. El camino tienes que empezarlo con lo que realmente es importante. Empieza a escribir porque te apetece. Porque te gusta. Porque tienes una historia que contar. Si tú tienes una historia que contar y sabes contarla, ahí puedes iniciar el camino y el resto va a llegar más tarde, si es que tiene que llegar. Y si no llega, por lo menos que nadie te saque la emoción y el momento de haberlo disfrutado.
—Esa convivencia se da a diario en muchísimos niveles y en muchísimas facetas de nuestras vidas. Estamos acostumbrados a vivir y a relacionarnos en un mundo lo mas racional posible. Pero, sin embargo, hay un montón de cosas a nuestro alrededor que no podemos explicar simplemente porque no sabemos cómo. Si yo hace 150 años hubiese dicho que si tú metes la mano en una máquina podemos ver los huesos que están adentro de tu mano, me hubieras dicho que es brujería, imposible y sobrenatural. Y estamos hablando de una radiografía. Si, como en Fulgor, en medio de una investigación de carácter policial está sucediendo algo que es imposible de explicar por parte de los protagonistas —porque no entienden qué es lo que esta pasando— pero saben que esta ahí, ¿eso significa que no existe? No, significa que no sabemos explicarlo todavía.
—La violencia es consustancial al ser humano. Y esto es, quizás, una de las cosas que heredé de mi época de abogado, cuando de repente descubres que todos, absolutamente todos, tenemos en nuestra alma unos barrios bajos. Es un barrio peligroso donde no nos gusta adentrarnos, porque a nadie nos gusta ver la parte oscura de nosotros mismos. Solo que hay determinada gente que deja que esa violencia tome el control de su vida, y eso no lo podemos evitar. Por eso nos fascina tanto. Un mundo donde los buenos son absolutamente puros y los malos son terriblemente malos porque sí, algo que hacía mucho Tolkien, no es real. Lo real es que todos estamos llenos de matices y grises, y eso nos lleva a extremos de violencia y agresividad. Nunca jamás queremos tener que llegar ahí, pero en ocasiones llegamos. Y eso a veces nos gusta que nos lo cuenten, porque es un manera que tenemos de enfrentarnos a nuestros propios miedos. El miedo que tenemos todos a convertirnos en un monstruo.
—Ni los malos son tan malos. Porque al final todos nos movemos en una escala de grises. Todos tenemos un montón de líneas rojas a nuestro alrededor que nos establecemos nosotros mismos y que decidimos que no podemos cruzar. Por ejemplo, a mí no se me ocurre levantarme y clavarle un cuchillo en el pecho a uno de los operadores de cámara. No puedo hacer eso: no está bien que haga eso, y tú tampoco lo harías. Ahora bien, si te dijese que si no lo haces en los próximos 5 minutos cojo mi teléfono y morirá la persona a la que más quieras en el mundo, ahora la pregunta ya no es si lo vas a hacer o no, sino cuánto tiempo vas a tardar en hacerlo. Y esas líneas rojas que parecen tan infranqueables de repente se desdibujan y se deshacen, porque todo va en función de lo que tratemos de proteger. Y eso es precisamente lo que le pasa a la protagonista de Fulgor. Es una mujer normal y corriente que se ve enfrentada a une decisión absolutamente extraordinaria. Descubre que si quiere salvar la vida de sus seres queridos va a tener que empezar a matar aunque ella no quiera, y eso va a despertar un poder oculto que ella no sabe controlar.
—Es extraño. Por una parte es muy halagador, porque te están comparando con uno de los mejore escritores de la actualidad, es un tipo que reinventó la manera de contar historias. Pero, por otro lado, es una chaqueta que me queda demasiado grande. Estamos hablando de un hombre que cuando yo tenía 2 o 3 años ya había venido 2 millones de ejemplares de su primera novela. Ha publicado más de 70 títulos, ha vendido cientos de millones de ejemplares en todo el mundo. Es una comparación que agradezco mucho. Pero reconozco que todavía me queda bastante por crecer para que esa chaqueta me quede bien en los hombros.
—Sí, claro que sí. La manera de contar las historias y la manera, sobre todo, de descubrir el terror en lo cotidiano. Las cosas inquietantes no tiene por qué ser monstruos de le espacio o seres aterradores. A veces lo más inquietante puede ser lo que nos rodea: nuestro vecino, nuestro coche y nuestra propia vida. Y jugar con eso es lo que hace que obligues al lector a estar leyendo el libro sentado en la silla porque no pude parar de pasar paginas hasta llegar al final, porque necesita saber que es lo que pasa en la siguiente. Si consigues hacer eso, lo estás haciendo bien.