Para encontrar una figura tan alejada de la ortodoxia económica del Partido Republicano como Donald Trump hay que retroceder casi medio siglo. El presidente republicano Richard Nixon dijo en un momento: "Ahora soy keynesiano en economía". Le duró poco: apenas el tiempo de fracasar con sus políticas contra la inflación. A Nixon se lo recuerda más —si se deja de lado su salida forzada del poder tras el escándalo del espionaje a los demócratas— porque fue el presidente que reanudó los vínculos entre los Estados Unidos y China.
Sin ser siquiera candidato a la presidencia, pero al frente de la carrera partidiaria, Trump ha iniciado un debate dentro del campo republicano que no parecía posible desde los gobiernos Ronald Reagan, cuando la fuerza política se alineó casi sin excepción a favor del comercio internacional. En el Great Old Party —y, curiosamente, también entre los precandidatos demócratas— muchos piensan que los Estados Unidos necesitan cambiar su política en ese campo, pero el proteccionismo que alienta Trump (renegociar o desmantelar los 20 acuerdos vigentes, aplicar un gravamen del 45% a las importaciones desde China y otro del 35% a las mercancías que venden aquellas empresas estadounidenses que trasladaron sus fábricas a México) les causa escozor.
A Trump no le importa.
"¡Al diablo con esos tipos conservadores!", los descalificó en su rally en New Orleans sobre aquellos que critican sus posiciones. "¡Al diablo con no poner impuestos, gente!".
Daniel J. Ikenson, director del Centro Herbert A. Stiefel para el Estudio de las Políticas de Comercio del Cato Institute, comentó a Infobae: "Donald Trump es un demagogo que ha sacado ventaja de una cepa de xenofobia proteccionista y aislacionista que hace tiempo acecha bajo la superficie de la sociedad estadounidense, y que muestra su rostro feo, en alguna medida, cada cuatro años".
i—¿Cómo evalúa sus ideas sobre comercio?/i
—Trump no tiene la menor idea de política comercial: los conceptos que ha articulado (en realidad, que ha espetado sin mucha articulación) sobre un impuesto del 45% a las mercancías chinas y otro 35% a los automóviles que provengan de las líneas de montaje de México, sobre negociar con mayor fuerza con México en otros frentes (que se supone que ha resultado más listo que los Estados Unidos) al renegociar el Tratado de Libre Comercio de América del Norte (NAFTA), al construir un muro, etcétera, sería ruinoso, en particular para los mismos estadounidenses que él pretende representar.
"Donald Trump es un demagogo que ha sacado ventaja de una cepa de xenofobia proteccionista y aislacionista que hace tiempo acecha bajo la superficie de la sociedad estadounidense, y que muestra su rostro feo, en alguna medida, cada cuatro años".
Críticas conservadoras
Hachar el NAFTA, en vigencia desde 1994, y rechazar el Acuerdo Transpacífico (TPP), que el presidente Barack Obama acordó con Japón y otros diez países, y compromete el 37% del producto bruto global y el 23% de la circulación internacional de bienes, no está en las manos del Poder Ejecutivo sino en las del Congreso. Pero en un discurso vociferante y populista, poco importa ese detalle.
Lo que acaso sí convenga atender es que Trump hizo blanco en los temores de los trabajadores más rasos, la mayoría de la fuerza laboral del país. El Instituto de Tecnología de Massachussetts (MIT) estimó que entre 1999 y 2011 el aumento de las importaciones desde China causaron la pérdida de 2,4 millones de puestos de trabajo en el país, 985.000 de ellos en manufactura. (Sin embargo, por otras razones el total de esos empleos perdidos fue de 5,8 millones en el periodo.)
"Nadie sabe más de comercio que yo", dijo con su fuerte autoestima habitual, en un acto en Maine. "El comercio internacional está machucando al trabajador estadounidense".
La línea que más ha repetido sobre el tema es: "Soy el único candidato en esta carrera que regresá al país los empleos en la industria".
April Ponnuru, consejera superior de Conservative Reform Network, una fundación enfocada en la economía política desde una pespectiva conservadora, no lo cree:
—Las propuestas de Trump van a golpear con más fuerza a los trabajadores de las clases inferiores y media.
i—¿De qué modo?/i
—Los gravámenes a las importaciones aumentarían el costo de vida para la mayor parte de los estadounidenses, en el caso más leve; en el peor, también conducirían a una guerra comercial que destruiría empleos.
Ikenson, co-autor de Antidumping Exposed: The Devilish Details of Unfair Trade Law (El antidumping expuesto: los detalles endiablados de una ley de comercio injusta), advirtió que "los Estados Unidos no podrían renegar de sus obligaciones con el NAFTA sin que se causaran consecuencias graves en la cadena de suministro en América del Norte". Enfatizó que el aumento o la rebaja de impuestos a las importaciones es prerrogativa legilativa: "Últimamente en algunos comentarios se ha sugerido que Trump podría tener el poder de abrazar un proteccionismo unilateral, lo que posiblemente incitaría una guerra comercial, pero esos poderes están muy limitados a normas de comercio específicas de la nación. A él se le haría bastante difícil causar muchos estragos sin el consentimiento del Congreso. Para hacerle cambios sustantivos al NAFTA habría que reabrirlo, algo que simplemente no va a suceder".
Críticas progresistas
Aún aquellos especialistas de posturas progresistas se distancian de Trump: una cosa es que señale problemas reales y otra muy distinta sus propuestas para solucionarlos. "Por largo tiempo he sido un crítico del NAFTA y el TPP, pero no comparto los puntos de vista de Trump", dijo el doctor Robert E. Scott, economista superior y diector de Investigación en Políticas de Comercio e Industria de Economic Policy Institute.
i—¿Cuál es su crítica a esos acuerdos?/i
—NAFTA es un acuerdo fallido. No ha ayudado a los trabajadores ni en los Estados Unidos ni en México Aquí se industrias y más de 800.000 puestos de trabajo, y comenzó una tendencia a la baja de los salarios pues redujo los de los trabajadores sin educación universitaria, que representan dos tercios de la fuerza de trabajo, en 1.800 dólares por año hasta 2011, probablemente más hoy. Del mismo modo tuvo un impacto negativo en México: la liberalización de los mercados agrícolas condujo a una pérdida masiva de trabajos en el sector campesino y también afectó terriblemente a las pequeñas granjas; hubo una liberalización prematura del mercado de comercio en muchas industrias, y se perdieron muchos empleos también en la manufactura. México no se ha puesto a la par de los Estados Unidos en absoluto: en términos económicos, están tan lejos como estaban hace veinte años.
iLEA MÁS:/i
div class="embed_cont type_freetext" id="embed16_wrap" rel="freetext">