La paráfrasis del título del primer volumen de la saga Milenium de Stieg Larsson (Los hombres que no amaban a las mujeres, una denuncia de la misoginia) no podría ser más apropiada ya que de la lectura de los Evangelios se desprende que el rol que jugó la mujer en la vida de Jesús es mucho más importante y renovador que el que le atribuyeron las interpretaciones posteriores.
Hasta la llegada de Jesús, la religión era cosa de hombres. Así como el resto de la vida pública. Él, en cambio, no sólo se rodea de mujeres, sino que interactúa con ellas de una forma absolutamente original y contraria a los usos y costumbres de la época. Pensemos que se trata de una sociedad totalmente patriarcal, en la cual las mujeres pasaban de la autoridad –casi propiedad- del padre a la del marido o, a falta de éste, a la del hermano varón o a la del hijo mayor. La viudez sin protector era sinónimo de desgracia y miseria. Y la mujer podía ser inmediatamente repudiada en caso de esterilidad (de la cual era responsabilizada) o adulterio.
"Oísteis que fue dicho... pero yo os digo": esta frase es recurrente en las enseñanzas de Jesús. El Mesías está fundando un orden nuevo, un mundo nuevo, una nueva fe. Esa misma ruptura radical con lo que "fue dicho" la aplicará a la condición del género femenino.
Jesús no consideraba inferiores a las mujeres, no rehuía su compañía ni su conversación, sin importar su condición. En muchas ocasiones, hizo a la mujer depositaria de su mensaje, que era realmente universal, para todo el género humano. Las convirtió en interlocutoras y les permitió seguirlo. Las defendió, las consoló, las distinguió con su perdón y misericordia, pero también las reprendió con cariño como cuando, a las mujeres que lloraban mientras lo seguían en su camino hacia la cruz, les dijo: "Hijas de Jerusalén, no lloréis por mí, sino por vosotras mismas y por vuestros hijos", advirtiéndoles que vendrían tiempos duros.
Contra lo que pretenden algunos, en los Evangelios no existe el menor indicio de que el propio Jesús haya tenido mujer. Lo que sí surge claramente es su imagen como protector y defensor de todas las mujeres; un hombre que, en reiteradas ocasiones, se pone a contracorriente de su tiempo y enfrenta los prejuicios de sus pares. En primer lugar, los de sus discípulos.
En el Evangelio según San Mateo, hay un diálogo muy significativo. Se acercan los fariseos a preguntarle a Jesús: "¿Es lícito al hombre repudiar a su mujer por cualquier causa?"
La respuesta es sorprendente; Jesús desmiente la Ley de Moisés, diciendo que éste habilitó esa posibilidad "por la dureza de vuestro corazón", pero Dios creó al hombre varón y hembra para que sean una sola carne, por lo tanto no es el hombre el que puede repudiar a la mujer. Y les dice que, si repudian a su mujer y se casan con otra, son adúlteros. Acusación tan terrible, que los discípulos, ante esta igualación de géneros, replican: "Si así es la condición del hombre con su mujer, no conviene casarse".
Hay cinco episodios bíblicos que ilustran esta actitud nueva de Jesús y el desconcierto que provoca en su entorno.
Mujeres en el Santo Sepulcro
Como se evoca hoy el domingo de Resurrección, empecemos por el final, porque es a un grupo de mujeres, y en particular a María Magdalena, a quien Jesús se muestra por primera vez luego de su crucifixión y muerte. Dice Lucas que estas mujeres "eran María Magdalena, y Juana, y María madre de Jacobo, y las demás con ellas". Ellas son los primeros testigos de la resurrección de Jesús y las encargadas de llevar la buena nueva a los varones.
Sucede en una escena verdaderamente conmovedora, cuando al tercer día de la crucifixión, ellas van a la tumba de Jesús y la encuentran abierta. Desesperadas, sin saber qué hacer, buscan entre los sepulcros y entonces se les aparece un hombre al que no reconocen de entrada, que les dice: "No busquéis entre los muertos al que siempre vivirá". Y agrega: "No está aquí, sino que ha resucitado. Acordaos de lo que os habló, cuando aún estaba en Galilea. Es necesario que el Hijo del Hombre sea entregado en manos de hombres pecadores, y que sea crucificado, y resucite al tercer día". Y les pide que lleven la buena nueva a los discípulos.
Las hermanas de Lázaro
Uno de los episodios más "feministas" que protagoniza Jesús es el que tiene lugar en casa de su amigo Lázaro (el mismo al que poco después ordenará levantarse de su tumba), en Betania. Lázaro tenía dos hermanas, Marta y María, que también eran amigas de Jesús. Un día, estando Él de visita, se produce un pequeño altercado, porque mientras Marta iba y venía de la cocina a la sala, atendiendo a los invitados, su hermana María, sentada a los pies de Jesús, escuchaba absorta sus enseñanzas.
Marta, irritada porque todo el trabajo de "servir" a los hombres recaía sobre ella, le dice a Jesús: "¿No te molesta que mi hermana me deje servir sola? ¡Dile pues que venga a ayudarme!"
Pero no, a Jesús no le molestaba la situación ni se le pasaba por la cabeza mandar a María a la cocina. Su respuesta fue: "Marta, Marta, afanada y turbada estás con muchas cosas. Pero solo una cosa es necesaria; y María ha escogido la buena parte, la cual no le será quitada".
La parte que no le sería quitada –pero que hasta entonces la sociedad reservaba al varón- era la del aprendizaje, el estudio y la reflexión.
En casa de Simón, el fariseo
Jesús tampoco rehúye la compañía de las mujeres de "mala vida". Un día, estando invitado a la mesa de un fariseo llamado Simón, una prostituta, enterada de la presencia de Jesús en esa casa, viene y se arroja a sus pies, los moja con sus lágrimas y los seca con sus cabellos, para después derramar un costoso perfume sobre ellos. Los demás invitados e incluso el dueño de casa se escandalizan no sólo por el gesto sino porque Jesús acepta el homenaje sin decir nada. ¿Acaso no ve qué clase de mujer es esa?, se preguntan. Pero sí, lo ve, como lo demuestra el comentario que le hace a Simón: "... te digo que sus muchos pecados le son perdonados, porque amó mucho". Y volviéndose a la mujer: "Tus pecados te son perdonados. Tu fe te ha salvado, ve en paz".
Jesús y la mujer adúltera
Parecida a esta escena es otra –más conocida-, la de la intervención de Jesús en defensa de la mujer adúltera. Sus acusadores la llevan ante Jesús y lo desafían: "¿Debemos lapidarla como lo prescribe la ley de Moisés?". Irónico, Él les propone que el que esté libre de pecado, arroje la primera piedra. Aquellos que Sor Juana Inés de la Cruz llamaría "hombres necios" se retiran avergonzados ante esta pregunta. Y entonces Jesús, ayudando a la mujer a incorporarse, le dice: "Yo tampoco te condeno".
El encuentro con la Samaritana
Jesús se dirige hacia Galilea y debe pasar por Samaria. En el camino, hacen un alto en el llamado pozo de Jacob, donde Jesús, cansado por el viaje, se sienta, mientras sus discípulos van hasta la ciudad a comprar comida.
Mientras está allí, se acerca una mujer de Samaria a sacar agua del pozo y Jesús le pide de beber. "¿Cómo tú, siendo judío, me pides a mí de beber, que soy mujer samaritana?", replica ella. "Porque judíos y samaritanos no se tratan entre sí", explica el evangelista, en alusión a un distanciamiento varias veces centenario entre ambos pueblos. Jesús le explica que él puede darle un agua por la que no tendrá sed jamás sino que tendrá vida eterna.
Pero cuando Jesús le dice que vaya a buscar a su marido, ella le dice: "No tengo marido". Y Jesús replica: "Bien has dicho: porque cinco maridos has tenido, y el que ahora tienes no es tu marido; esto has dicho con verdad".
Ella responde: "Señor, me parece que tú eres profeta". Y luego agrega: "Sé que ha de venir el Mesías, llamado el Cristo; cuando él venga nos declarará todas las cosas".
Jesús le dice: "Yo soy, el que habla contigo".
Al volver los discípulos se sorprendieron de encontrarlo hablando con una mujer, dice el Evangelio. Mientras tanto, la samaritana va a la ciudad a dar la noticia de que ha encontrado al Mesías y regresa con muchos samaritanos que vienen a escucharlo y con los que se queda dos días.
Es decir que Jesús no sólo no tiene prurito en hablar con una samaritana, sino que incluso la elige como mensajera, a pesar de tratarse de una mujer que ha tenido muchos maridos.
Estos pasajes permiten comprobar que Jesús trajo también una "buena nueva" para las mujeres, aunque luego, la llamada iglesia primitiva, la de los primeros tiempos, volvió en buena medida a la misoginia de la época y por siglos sólo los hombres estarán autorizados a interpretar y comentar los textos bíblicos, lo que explica el silencio que cubrió estos mensajes de Jesús que sorprenden por el trato igualitario dado a la mujer. Hay que volver a las fuentes...
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