Uno de los secretos culturales de la Guerría Fría se descubrió gracias al hallazgo azaroso de un objeto raro en un mercado de pulgas de San Petersburgo.
Hace cuatro años el cantante y productor Stephen Coates, líder de la banda británica The Real Tuesday Weld, paseaba por la ciudad que se llamó Leningrado durante los años de la Unión Soviética, adonde se había presentado la noche anterior. En un puesto de cosas viejas encontró un objeto casi incomprensible: una radiografía recortada forma de círculo, con un huequito en el medio, aparentemente hecho con el extremo ardiente de un cigarrillo.
—Me pareció un disco, porque tenía surcos. Pero estaba hecho en una imagen de rayos X —contó a Infobae el origen improbable de una historia de música prohibida, rebeldía y mercado negro durante la Guerra Fría, que hoy ha tomado las dimensiones de un proyecto cultural internacional.
Coates compró esa cosa rara y la llevó a su hogar en Londres. Le hizo caso a su instinto:
—Lo puse en el tocadiscos porque realmente se parecía a un disco; descubrí que había que hacerlo girar a 78 revoluciones por minuto. Y aunque el sonido no era muy bueno comencé a escuchar Rock Around the Clock, de Bill Haley.
"De golpe, comenzó la Guerra Fría y esta música que era familiar para muchos soviéticos dejó de estar permitida".
Hoy la página de internet de The X-Ray Audio Project (Proyecto Musical Rayos X) resume la historia que comenzó a desplegarse ante el asombro del artista a medida que volvió a Rusia e investigó.
"Mucha gente mayor en Rusia recuerda haber visto y haber escuchado en su juventud unos discos de un vinilo extraño. Los discos mostraban imágenes parciales de esqueletos, por lo cual se llamaban Huesos o Costillas, y aparecieron en la Unión Soviética durante los años de la Guerra Fría. En una época cuando la industria discográfica estaba brutalmente controlada por el Estado, los locos por la música que producían discos piratas encontraron una alternativa increíble para hacer copias ilegales de grabaciones prohibidas: reconvirtieron placas usadas de rayos X que conseguían en los hospitales locales. The X-Ray Audio Project cuenta esta historia extraordinaria de música prohibida, cultura de la Guerra Fría, tecnología pirata y esfuerzo humano con un archivo en línea, un libro, un documental, eventos en vivo y una muestra itinerante".
Cuando comenzó su pesquisa, desde luego, Coates encontró algunas pistas en internet: "A veces cosas repetidas, algunas cosas interesantes", distinguió. La siguiente vez que viajó a San Petersburgo les preguntó a sus amigos rusos si conocían algo sobre discos grabados en radiografías, o a alguien que conociera algo... Y gradualmente entró en contacto con gente que sabía al menos algunos fragmentos de la historia.
"Maxim Kravchinskij, por ejemplo, es un periodista, y conocía mucho", siguió su relato. "Los jóvenes no conocían el tema y las generaciones anteriores tal vez no lo conocían de primera mano, pero sus abuelos o sus padres tal vez tenían algunos de estos discos de la década de 1950 o la de 1960".
Kravchinskij abrió las primeras puertas: les presentó a un hombre que había fabricado algunos de estos discos en la década de 1960 y había pasado dos años en prisión por ello; también a varias personas que habían comprado esos discos en su juventud o habían armado una colección por pura curiosidad. "Cada vez que íbamos a Rusia entrevistábamos a alguien nuevo. Tuve mucha suerte porque conseguí algunas becas de financiación del Arts Council en el Reino Unido, que me permitieron viajar sólo para investigar: no tenía que ir a tocar", dijo. Sumó al proyecto todavía sin nombre al fotógrafo Paul Hartfield: "Empezamos a hacer fotos de discos y de las personas que los tenían, y luego a filmar las entrevistas".
Ese material, además de una buena cantidad de discos-huesos, integra una muestra que circula por el Reino Unido desde hace un año, con Coates como narrador de la historia.
—Hicimos esta pequeña exhibición en el centro Londres, en un espacio de arte pequeño... Pensaba que era una historia menor, que le interesaba a coleccionistas de discos y a geeks musicales, acaso a gente interesada en la Guerra Fría...
—Pero las entradas se agotaban.
—Así advertimos que la historia le interesaba a mucha gente, que había algo de ella que apelaba a la gente. Luego la muestra salió de gira, hicimos eventos y a finales del año pasado publicamos un libro, X-Ray Audio: The Strange Story of Soviet Music on the Bone (Sonido en rayos X: La extraña historia de la música soviética en los huesos).
En la extensa historia de censura de las artes y el pensamiento en la Unión Soviética, la música moderna occidental encontró un lugar de privilegio, pero también paradójico.
Durante la Segunda Guerra Mundial, cuando el Kremlin estaba alineado con los Estados Unidos y Gran Bretaña, las emisoras de radio soviéticas pasaban jazz y swing, y hasta el tango era popular. "Es decir que la gente joven había escuchado la música de Occidente, del mismo modo que algunas películas estadounideneses tuvieron mucho éxito y fueron muy famosas en la Unión Soviética", señaló Coates. Entonces de golpe, comenzó la Guerra Fría y esta música que era familiar para muchos soviéticos dejó de estar permitida".
—¿Exactamente qué se prohibió?
—Ritmos enteros. El tango fue prohibido, el mambo fue prohibido, el foxtrot fue prohibido... Ningún ritmo latino quedó entre los permitidos, porque las autoridades creían —bueno, no sé si lo creían o decían que lo creían— que estos ritmos, por su sensualidad, de algún modo afectaban a la gente joven desde un punto de vista moral. Tampoco se podía escuchar mucha música rusa, algo muy importante: la mayor parte de estos discos reproduce materiales locales censurados. Desde luego, el jazz y el rock'n'roll fueron prohibidos.
—¿Y cómo comenzó el movimiento subterráneo?
—Si uno conocía a alguien que viajaba al exterior podía conseguir discos; también los llevaban los estudiantes extranjeros que iban a formarse a la Unión Soviética los llevaban. Pero de lo contrario no se la podía escuchar. Un pequeño grupo de amantes de la música hacía e intercambiaba discos en Leningrado, pero pronto comenzaron a venderlos. Crecieron velozmente, porque los discos eran muy populares.
Aquel hombre que pasó dos años en la cárcel por fabricar los discos-huesos se llama Rudolf Fuchs. "Lo volví a ver hace tres semanas, está bastante mayor", contó Coates. "Era un tipo joven a finales de la década de 1950. En sus tiempos de estudiante había conocido a muchachos más grandes que ya hacían discos para copiar música prohibida, y se unió a ellos. A Rudy lo interesaban mucho el Boogie-Woogie, el rock'n'roll y la música rusa. Hoy sigue pensando que no es asunto del gobierno decirle a la gente qué tiene que escuchar. Así fue como en aquel entonces se convirtió en un pirata. Era algo peligroso de hacer".
—¿Los discos-huesos eran piratería contestataria o comercial?
—Es muy importante comprender que estos tipos no eran disidentes políticos: no eran como [Aleksandr] Solzhenitsyn o Boris Pasternak, que intentaban criticar el sistema o echarlo abajo. Eran amantes de la música. Se metieron en esto porque amaban la música y, desde luego, porque había un negocio potencial en el mercado negro. Pero para la gente como Rudy, la motivación era la música. Y a él todavía lo apasiona la música.
—¿Cómo era la tecnología casera para hacer las grabaciones?
—La técnica de grabar en film plástico es en realidad bastante antigua, se remonta a las décadas de 1920-1930; el problema en la Unión Soviética es que era imposible encontrar una máquina para hacerlo. Son máquinas pequeñas que se podían comprar en Europa; se hacían para que los periodistas hicieran grabaciones para sus reportajes. Un día apareció una en Leningrado: la llevó un polaco que la había conseguido en Alemania. Comenzó a hacer discos. Y otras personas comenzaron a copiar su máquina, versiones invertidas de los gramófonos: en lugar de la púa tienen un elemento cortante que traza surcos.
—¿Por qué eligieron radiografías como soporte?
—Persistía el problema del material sobre el cual grabar. Mi investigación rastreó el empleo de láminas de rayos X hasta la década de 1930; alguien en San Petersburgo lo descubrió y comenzaron a imitarlo por una razón simple: era muy fácil conseguir imágenes usadas de rayos X en los hospitales. Además las radiografías son superficies muy buenas para hacer grabaciones, porque el plástico es blando. Y permite hacer buenos surcos, siempre de un solo lado. Algunos discos sonaban bien.
—¿De dónde sacaban los originales para duplicar?
—Si uno conocía a un muchacho rico, un hijo de un diplomático o de un industrialista o de un agente de la KGB, se podía conseguir el material. Y Leningrado es un puerto y está cerca de Europa, de Finlandia: los marineros rusos que viajaban al extranajero regresaban con algunos discos de contrabando.
El negocio pirata creció porque los discos-huesos eran muy económicos. "Comprar el disco verdadero Rock Around The Clock hubiera costado el salario de un mes, suponiendo que se lo pudiera conseguir; en cambio, estos salían unos pocos rublos", comparó Coates. "No duraban mucho, eran descartables casi: se compraba uno y se lo escuchaba hasta que se rompía. Y el sonido era irregular: algunos sonaban muy bien, otros sonaban terriblemente".
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Con el éxito, los discos-huesos se expandieron de Leningrado a Moscú, a Kiev, a Rostov.
—Estos amantes de la música se convirtieron en algo equivalente a los vendedores de drogas. Algunos hacían los discos y otros los vendían; creo que la mejor imagen equivalente de hoy sería el caso del cannabis en el Reino Unido.—¿Cómo eran los castigos?
—Si a uno lo detenían por vender estos discos, estaba en problemas. Pero si a uno lo agarraban fabricándolos, estaba en problemas graves.
—¿Y el comprador?
—Si uno era un jovencito o una jovencita que compraba uno o dos, no lo mandaban a prisión: el castigo consistía en avergonzarlo, el dato quedaba en la ficha del Estado sobre cada persona, como una especie de marca. La prisión era para quienes los vendían, y sobre todo para quienes los fabricaban. Es muy interesante que no se lo considerase un delito político, sino que se los juzgaba como especuladores. Ni siquiera el gobierno los veía como disidentes... Los consideraban delincuentes, maleantes, especuladores.
Además de la muestra, el documental y el libro, The X-Ray Audio Project realiza eventos en vivo. En febrero Coates se presentó en Rough Trade East, Londres, con la estrella del pop británico Marc Almond y el experto en sonido Aleks Kolkowski. La performance comenzó con el relato de la historia, a cargo del líder de The Real Tuesday Weld, de los discos y de la gente que los hizo en la Unión Soviética; siguió con el show de Marc Almond y su grabación en un disco de rayos X para que el público comprendiera la técnica, y terminó con la reproducción del material.
—Más allá de la curiosidad por el objeto incomprensible del mercado de pulgas, ¿qué lo atrajo para que desarrollara esta investigación, este proyecto?
—Si uno es un músico, o un amante de la música, esta historia es fascinante porque cuenta hasta qué punto la música puede ser importante. Es una historia sobre una época cuando la gente iba a la cárcel por compartir la música que le gustaba con otras personas.
—Una situación muy diferente a la de hoy.
—Ahora vivimos en una época en la cual se puede compartir la música instantáneamente. Uno puede tener la música que quiera; si uno no quiere pagar por ella, en la práctica puede no hacerlo... Se puede compartir con los amigos, se puede mandar en forma de playlists... En definitiva, hay completa libertad para escuchar lo que se quiere y para hacerlo con otros. En cambio esta historia habla de un tiempo cuando esta libertad no existía. Lo más importante, creo, es que nos hace reflexionar sobre la importancia de la música. ¿Cuánto importa hoy la música en comparación con aquel momento? En aquel entonces el precio de una canción podía ser muy alto, el riesgo que estas personas tomaban era alto. Creo que eso es lo que me impactó de esta historia. Y regreso a ella, como músico, para explorar cuánto puede importar este arte, porque es valioso recordarlo.