Aquellas entrevistas con Videla dieron origen a un libro, iDisposición Final/i, que publiqué en 2012.
Ahora, 40 años después del golpe de Estado, la edición definitiva de este libro muestra la importancia de que Videla no se haya muerto sin confesar cómo fue su dictadura y, en especial, qué pasó con los miles de desaparecidos.
Videla me dijo: "Pongamos que eran 7 mil u ocho mil las personas que debían morir. No podíamos fusilarlas. Tampoco podíamos llevarlas ante la justicia".
Los militares tomaron el poder convencidos de que ése era "el precio a pagar para ganar la guerra contra la subversión".
El golpe más organizado de la historia
Una de las diferencias entre el golpe del 24 de marzo de 1976 y los golpes anteriores fue que los militares tuvieron mucho tiempo para preparar el derrocamiento de la presidenta Isabel Perón. Lo hicieron con el respaldo de diversos sectores civiles y la vista de todos; fue un golpe muy anunciado.
Fue Isabelita, la viuda del general Juan Perón, quien nombró a Videla jefe del Ejército. Lo hizo a fines de agosto de 1975, luego de una crisis militar. "Isabel —me dijo Videla— estaba más perdida que turco en la neblina. El poder de Isabel Perón quedó lesionado pues prácticamente se le impuso un comandante en jefe".
El embajador de Estados Unidos, Robert Hill, seguía la situación argentina al detalle. En el cable secreto número 6087 fue lapidario: "Hay un vacío de poder en el centro y no será ella (Isabelita) quien lo llene".
Muchos argentinos recibieron a los militares con alivio, hartos de la violencia, la inflación, el desabastecimiento, la corrupción y la falta de habilidad de Isabelita, que, además, se enfermaba muy seguido.
Las mentiras de Massera
En la planificación del golpe, los militares se dieron cuenta de que no podían salir a matar a todas las personas a las que consideraban "irrecuperables" porque eso iba a generar protestas, tanto en nuestro país como en el exterior.
Por ejemplo, en Estados Unidos había caído muy mal el apoyo de la CIA al golpe del general Augusto Pinochet, en Chile, en 1973. Gobernaban los conservadores, pero la opinión pública estaba girando a favor de los demócratas, que, a fines de ese año, en noviembre de 1976, ganaron las elecciones presidenciales, con James Carter.
Ocho días antes del golpe, el embajador Hill tomó un café informal con el almirante Emilio Eduardo Massera, jefe de la Armada. Hill informó a su gobierno en el cable secreto número 1751: "Massera dijo que los militares eran completamente conscientes de la necesidad de evitar problemas con los derechos humanos".
Massera aseguró que no "seguirían las líneas del golpe de Pinochet y tratarían de proceder dentro de la ley".
Por eso, "para no provocar protestas dentro y fuera del país, se llegó a la decisión de que esa gente desapareciera; cada desaparición puede ser entendida ciertamente como el enmascaramiento, el disimulo, de una muerte".
Masificaron la figura del desaparecido, que ya venía de los últimos meses del gobierno peronista. Mataban a los detenidos y hacían desaparecer sus cuerpos.
Kissinger versus Hill
El embajador Hill respaldó el golpe de Estado de Videla; siempre consideró al ex dictador un "moderado", una "paloma", frente a los "halcones", los militares más duros.
Mucha gente pensaba eso; por ejemplo, los dirigentes del Partido Comunista. "El Partido Comunista me apoyaba a mí como moderado", recordó Videla.
Pero rápidamente Hill se dio cuenta de que los militares mataban y hacían desaparecer a mucha gente. Hill era conservador y anticomunista, pero sensible a las violaciones a los derechos humanos. Así fue que, dos meses después del golpe, el embajador envió a su gobierno el cable secreto 3462 en el que pidió autorización para reclamar al gobierno que respete los derechos humanos.
El jefe de Hill era el secretario de Estado, Henry Kissinger, que nunca le contestó. Kissinger pensaba distinto que el embajador: era partidario de un apoyo sin fisuras a la dictadura. Así se lo dijo dos veces al canciller argentino, el vicealmirante César Guzzetti, en Santiago de Chile y en Washington: "Nuestra actitud básica es que nos gustaría que ustedes triunfen. Tengo una visión a la antigua según la cual los amigos deben ser apoyados. Mientras más rápido triunfen, mejor".
Puenteando al embajador
Hill se cansó de esperar una autorización de Kissinger y presentó por su cuenta un reclamo ante las autoridades argentinas; cuando se enteró, Kissinger lo quiso trasladar. Los funcionarios del Departamento de Estado defendieron al embajador.
El 21 de septiembre de 1976 Videla recibió a Hill durante una hora y media. El embajador despachó a su gobierno el cable secreto número 6276. Informó que le advirtió a Videla que el Congreso estadounidense prohibía la ayuda a gobiernos que violaban los derechos humanos. Videla no se mostró muy preocupado y destacó el respaldo de Kissinger. "Él entendió nuestro problema", enfatizó el dictador.
Los militares habían encontrado la forma de neutralizar al molesto embajador. El canciller Guzzetti viajó a Washington para hablar directamente con Kissinger y el vicepresidente Rockefeller. Videla recibió en la Casa Rosada a legisladores conservadores y a periodistas estadounidenses, siguiendo los consejos de una agencia de prensa norteamericana contratada por su gobierno.
Hill era obligado a comer ese pan amargo. En el cable secreto número 6871 lamentó que en la visita de Guzzetti a Washington, en octubre de 1976, Kissinger y otros funcionarios no le hubieran hecho ningún reclamo: "Será no realista ni efectivo para esta embajada presionar a funcionarios sobre las violaciones a los derechos humanos".
"Limpiar ese escenario sucio"
La relación bilateral cambió drásticamente cuando asumió el presidente Carter, el 20 de enero de 1977. Según Videla, "Carter asumió con la bandera de los derechos humanos contra la Unión Soviética y sus satélites, pero en el patio trasero de Estados Unidos también estaban ocurriendo cosas y yo comprendo que él no podía hacerse el zonzo".
Carter recibió a Videla el 7 de septiembre de 1977: "Manifestó su preocupación por los derechos humanos", admitió el ex dictador. Al año siguiente, Videla se encontró en Roma con el vicepresidente Walter Mondale durante el funeral del papa Juan Pablo I: "Me recordó lo que habíamos hablado con Carter; me dijo que había que seguir ´limpiando ese escenario sucio´".
Estados Unidos prohibió la venta de armas y la asistencia militar a la Argentina.
En 1979, a Videla no le quedó más remedio que recibir a una delegación de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH): "Esa visita no se debió tanto a Carter sino a la presión de gente como Patricia Derian, que jorobaba tanto". Derian era la subsecretaria de Derechos Humanos de Estados Unidos. El informe de la CIDH fue un duro golpe para la dictadura.
La gran paradoja era que la dictadura, que chorreaba sangre por su lucha contra "la subversión marxista", era defendida por la Unión Soviética, Cuba y los países comunistas en todos los foros internacionales donde Estados Unidos quería sancionarla por la represión ilegal.
iEditor ejecutivo de Fortuna, autor de "Disposición Final"/i